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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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El calvario del portavoz

Ser portavoz es un duro modo de ganarse la vida. Esta ingrata, esforzada y - por qué no decirlo- incomprendida profesión tiene como tarea salir al paso de casi todo y no contar la verdad de casi nada. Hay que estar permanentemente al quite, siempre en tensión, a la que salta, dispuesto a echarse a la yugular de cuanto se mueve contra el gobierno: las sagaces investigaciones de los periodistas, las protestas de los sindicatos, las quejas de los ciudadanos, las feas entradas de la oposición, los regates en corto de otros colegas portavoces maledicentes, en fin, esta profesión es un infierno para la que conviene tener anchas espaldas, enormes tragaderas y nervios de acero.

Alguien dijo que ser portavoz consiste en ocultar más que en esclarecer los problemas. Esa habilidad para la prestidigitación política, ese 'aquí estoy yo para evitar responder a cualquier pregunta que se me haga', esa rocosa resistencia ante los avatares y las malas noticias, esa cara de circunstancias ante los más terribles momentos, ese decir sí cuando se quiere decir no y viceversa, ese optimismo ante los índices más pesimistas, esa determinación ante la cruda realidad, esa dosificación permanente de la verdad, esa rutilante rutina de lo falsario, esa habilidad de fino estilista combinada con una pegada demoledora de killer, está al alcance de muy pocos seres humanos y exige una concentración, una fuerza, una destreza y una puesta a punto digna de un atleta de élite.

Resumir sesiones y reuniones de gente que no para de reunirse, alentar o censurar manifestaciones, disculpar excesos o defectos policiales, enumerar estadísticas y resultados, transmitir proyectos de ley, boletines y directrices, colar a la prensa canallesca documentos interesados, hacer creíble lo increíble, enfrentarse a pecho descubierto a la Brunete mediática, aligerar pesados informes, circulares y expedientes, a diario no resulta moco de pavo.

'El que vale, vale y si no a Alemania' solía decirse en tiempos de silencio y emigración. O a Bruselas que para el caso es lo mismo, porque es allí donde envían los aparatos a muchos políticos para quitárselos de encima. Josu Jon Imaz hizo un inverso camino de Damasco. Abandonó su tranquilo cubículo de Bruselas, agitado de vez en cuando por las artes pelágicas, las 200 millas y otros asuntos pesqueros, para adentrarse en las turbulentas aguas de la consejería mediática. El portavoz no nace, se hace y el sendero que conduce al cargo es tan inextricable como los caminos del señor. Pío Cabanillas aterrizó en su despacho después de hacerse un hombre en medio de un gigantesco ente. Ambos pertenecen a un gremio que pone el sonido sensourrund al poder, da igual que la partitura venga de la Moncloa o de la Casa Blanca, de Ajuria Enea o de Downing Street, del Elíseo o de la Generalitat, lo que une a esta corporación es el mismo gesto compungido, la idéntica monserga global. Son los hombres parachoques y su trabajo consiste en ponerse delante de los obuses que se dirigen contra los números uno. Carne de cañón vestida de Cortefiel, con el difícil cometido de desmentir desmentidos, explicar la inflación y el déficit público y narrar los peores porcentajes como si fueran niños de San Ildefonso cantando el gordo de Navidad.

La principal función del portavoz consiste en explicar a las masas lo sacrificado y difícil que resulta gobernar. Y si hay alguien que duda o pone pegas ese, sin duda, es un quintacolumnista, un aguafiestas, un saboteador, un mal patriota, un pagado, un conspirador, un resentido, un infiltrado o un enemigo, porque si hay algún síntoma que defina esta profesión es el de la manía persecutoria. Todos quieren derribar al gobierno y por lo tanto acosan al portavoz. No es fácil proteger al Ejecutivo de las noticias desagradables, de las derrotas electorales, de los consejos improductivos, de sus defectos congénitos. Cuando todo está claro y nada queda por desvelar sale este hombre a la palestra para confundirnos un poco con su cansina presencia y su retórica gastada. Su disciplina es encomiable.

No es difícil gobernar lo verdaderamente complicado es comunicar, sacar a relucir en el informativo una simpatía forzada y una sonrisa tan afectadas como dignas de la más estoica de las abnegaciones. La mímesis de esta grey con la de algunos bustos parlantes es asombrosa. Rosa Conde llevaba el mismo planchado lateral que Ana Blanco. Si se pertenece a la Escuela Inglesa como Piqué hay que ser el doble de Walter Conkrite o de Jhonny Carsson , tirar de flema, de mucho punto suspensivo, de mucho 'hummmmm' y de mucho 'eehmmmmm'. Luego está la escuela latina, racial, de galán de telenovela, un poco chulesca, que puso en práctica Miguel Angel Rodríguez, un estilo bronco del tipo 'usted no me dice a mí eso en la calle' muy distinta y distante de la que pone en escena Pío Cabanillas que, es como si hablara con las llaves del coche en la mano y los palos de golf en el maletero. Josu Jon Imaz, sin embargo, profundiza cada día más en el método didáctico, casi escolar, del Bertakin Bertara, con explicaciones sencillas y entusiásticas, que convierten su alocución en un aula para adultos torpes.

'Deberíamos apiadarnos de los portavoces' dice el dibujante, pero la piedad como la fe si nace sin obras, nace muerta. Por eso propongo una Cumbre Mundial de Portavoces para intercambiar estilos, asesores de imagen, experiencias, fracasos y éxitos, tonos de voz, movimientos de manos y de cabeza, para encontrar reciprocidad, sindicación y refugio colegiado y sobre todo para sentir calor humano, porque esta despiadada actividad necesita de mucha comprensión, cariño y solidaridad ciudadana.

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