¡No nos cuenten el final!
La red de saneamiento de una gran ciudad norteamericana presentó problemas graves allá por los años sesenta. Siempre a la misma hora se sobrepasaba la capacidad de los colectores. El Ayuntamiento anduvo despistado y sorprendido hasta que alguien dio con el origen del problema: cientos de miles de personas aprovechaban el descanso publicitario de la serie Perry Mason para ir al baño.
Quizás sea la primera constatación fisiológica de la adicción a las series de televisión. El problema, para esta columna, es muy distinto: parece que el periódico perturba en ocasiones el seguimiento de estos episodios.
José Luis Ameigenda se ha dirigido al Defensor para protestar porque el pasado día 25 se publicó una crónica, firmada por Javier del Pino, desde Washington, donde se anunciaba la marcha del actor Anthony Edwards de la serie Urgencias, en la que interpreta el papel del doctor Mark Greene. Pero, además, se anunciaban acontecimientos de la propia serie que, al parecer, los telespectadores españoles no han visto todavía.
No se repiten aquí, aunque el lector los enumere en su carta, para no contribuir a cercenar la sorpresa de los posibles telespectadores.
En alguna otra ocasión algún lector se ha quejado de un exceso por parte de algún crítico cinematográfico a la hora de comentar la trama de una película, de forma que, en su opinión, se desvelaban demasiados detalles para futuros espectadores.
Rocío García Beato, responsable del suplemento El Espectador y de la sección de televisión, asegura que entiende y lamenta 'el enfado del lector, teniendo en cuenta que la serie Urgencias crea muchas pasiones entre sus seguidores', pero añade consideraciones interesantes.
'Esa misma pasión, en este caso informativa, nos lleva a sospechar que la información que manejamos es de utilidad para nuestros lectores. En este caso', sigue García Beato, 'ha podido haber un fallo nuestro al adelantar acontecimientos de una serie determinada, pero a la que no se accede sólo por televisión, sino, también, a través de otros medios escritos y, sobre todo, de Internet. Lo que en España se emite hoy se ha visto en Estados Unidos hace seis meses y es casi de dominio público por muchas vías'.
Y aún queda otro aspecto singular de esta historia. En algunas ocasiones son las propias productoras las que adelantan acontecimientos a los periódicos para que los transmitan a sus lectores.
Los responsables de una serie televisiva española, de gran éxito, enviaron con anticipación incluso fotogramas de un final trágico. Lo más notable es que tal actitud no responde al capricho, sino al convencimiento de que si se desvelan determinados aspectos de la trama sube el nivel de audiencia.
En definitiva: a nadie se le ocurriría desvelar quién es el criminal de la película, o de la novela de misterio, por tomar el ejemplo más manido. Pero la globalización del fenómeno informativo produce resultados mucho más complejos.
En cualquier caso, la propia García Beato ofrece una reflexión: 'Los periódicos deberíamos plantearnos el interés del lector por encima del de las cadenas de televisión o de las productoras'. Un intento no siempre fácil de conseguir si se le añade el afán informativo del periódico.
Ética y muerte
El 20 de enero pasado se publicó un editorial que criticaba la concesión de la Gran Cruz de Reconocimiento Civil, a título póstumo, al comisario Melitón Manzanas, asesinado por ETA en 1968.
Nadie ha discutido que Manzanas se distinguió como torturador durante la dictadura franquista.
Con estos mimbres, el editorial deslizaba esta pregunta, a título de ejemplo: 'Un policía asesinado en la puerta de una cafetería ¿era un fascista que merecía morir?'.
Más adelante se interrogaba: '¿Estuvo justificado el asesinato de Manzanas?', y se respondía: 'A la vista de la dinámica que aquel crimen desencadenó -y cuyos efectos se miden hoy en unos 800 muertos, casi todos en democracia-, hay motivos para concluir que no'.
L. Fernando López-Cotarelo ha creído ver en esas frases algún tipo de justificación del asesinato y ha mostrado su indignación ante el Defensor.
Afirmar que este periódico repudia la violencia y el asesinato y que abomina de ETA es una obviedad casi sonrojante, pero que no resuelve el fondo del asunto.
El problema estriba en que las dos preguntas formulaban la cuestión de forma radical, desde el vértice más punzante y más problemático.
¿Está justificado el magnicidio del tirano? Este terrible interrogante se formuló hace siglos y tuvo respuesta afirmativa desde la filosofía y la teología católica.
Podemos bajar un peldaño y preguntar lo mismo respecto del asesinato del simple soldado de un ejército enemigo, o de las acciones terroristas para luchar contra una dictadura en cualquier país. Las respuestas serían muy distintas, entre los extremos rotundos del sí y el no.
Las preguntas del editorial eran tan abisales que hubiesen exigido muy amplios desarrollos. Situaban la cuestión en las últimas fronteras, no ya de la ética, sino de toda una concepción totalizadora del comportamiento humano. Y todo en poco más de un folio
Quizás preguntas más modestas, menos centradas en comportamientos límite, de los que provocan vértigo, a poco que se les dedique unos minutos de reflexión, hubiesen evitado malentendidos.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.
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