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Entrevista:PEDRO SORELA | ESCRITOR

'Hay que volver al viejo mito de que lo extraordinario está justo al lado'

'Lo que estaba escrito se comenzó a torcer'. Así comienza Trampas para estrellas (Alfaguara), la última novela de Pedro Sorela, nacido en Bogotá en 1951 y que a los seis años viajó a España para quedarse. Periodista durante 24 años, profesor universitario y escritor, gestó el libro desde un pesimismo radical y con el deseo de derribar mecanismos que conoce bien. Sin embargo, en las 269 páginas de la narración emergen la alegría y el sentido del humor. Sorela sostiene que la sociedad es un desastre, pero que hay individuos capaces de conservar o reconquistar la inocencia y tener sus aventuras individuales. No hay salvación colectiva, pero en la búsqueda individual cada uno encuentra su propio camino. El viaje está al margen del dinero, del éxito; es algo secreto. Así que no es por casualidad que la última palabra de la obra de Sorela sea 'secreto', como reconoció ayer con motivo de la presentación del libro en Bilbao. 'Hay épocas en las que para que te entiendan hay que hablar en murmullo', aseguró, parafraseando a un amigo poeta.

'Como dice un amigo, hay épocas en las que para que te escuchen hay que hablar en murmullos'

Pregunta. Su abuelo fue explorador en África y su primera obra de teatro es El lugar donde se busca. ¿Había una predestinación o es una necesidad, un anhelo, por el viaje en sí mismo?

R. Exacto. Yo no conocí a mi abuelo, pero con el tiempo me estoy dando cuenta de que tuvo en mi vida más importancia de lo que parece. Había muerto hacía 40 años cuando yo nací porque mi padre fue un hijo tardío y yo también. Mi abuelo determinó la vida de mi padre, que fue un viajero toda su vida -por eso yo soy un mestizo que nací en Colombia- y también esa figura de explorador ha determinado la mía totalmente. Dependo de alguien que lanzó los dados hace un siglo.

P. En Trampas para estrellas parece que se busca lo extraordinario dentro de lo ordinario, que se invita a traspasar el espejo de lo cotidiano. ¿Es eso importante?

R. Totalmente. En los últimos tiempos estoy un poco obsesionado por la pasión pictórica, por la mirada. Todos mis personajes literarios se definen por la mirada; entre esa obsesión y que, como dijo Chesterton, 'la mediocridad se caracteriza por pasar ante lo extraordinario sin darse cuenta', y según eso, somos todos mediocres. Quiero volver al viejo mito de que lo extraordinario está justo aquí al lado. Los chicos de la novela vuelven a su ciudad, a su rutina, pero el viaje les ha modificado y ya lo ven todo con los ojos contaminados del viaje.

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P. Describe la novela como muy profunda y, sin embargo, divierte y destila mucha ironía. Sobre todo cuando escribe de la fama, de los profesores, tan particulares, de las asignaturas y de los periodistas.

R. La imaginación está bien, pero no puede volar sola; no la puedes soltar porque es como un globo y se te va o se te estrella contra el suelo. Sostengo que mi novela es muy realista. La foto de una persona no me dice gran cosa; lo que me dice de alguien es un retrato o la intención del autor. Y eso es lo que quiero hacer con mi literatura, un retrato. Hago realismo visto por alguien.

P. ¿Ha conocido profesores como Jazmín, de la que escribe que le huele hasta la mirada, o Camiseta, catedrático de Calor, que se especializó en la asignatura porque odiaba el calor y siempre está sudando?

R. La profesora Jazmín está estrechamente vinculada a una profesora de dibujo maravillosa que yo tuve; una francesita monísima, rubia de ojos azules, a la que no podíamos ni acercarnos y cuando ella se acercaba a tu mesa era el terror: era una bomba fétida. Son recreaciones.

P. ¿Qué retrato quiere hacer en su última novela?

R. Quiero hablar de mi tiempo, de mis problemas y de mis alumnos. En la novela se trata uno de los múltiples dramas que vemos en la vida cotidiana y en el que parece que no se repara mucho, y es el drama de la salida de la situación de estudiante a la de vete a saber qué. A la mínima que no tengas suerte, que es lo que no tiene la mayoría, vas a tener mala suerte toda la vida y eso me llena de congoja. Ése el momento dramático que pretendo recoger. Los protagonistas están a punto de incorporarse a la realidad.

P. ¿Utiliza la ironía para desdramatizar? ¿Es necesaria?

R. La ironía viene después de la desesperación; es cuando te das cuenta de que seguir hablando en clave seria no sirve para nada. Entonces, viene el sarcasmo, la carcajada. Es un mecanismo de autodefensa.

P. Por la novela desfilan mariposas relámpago, árboles música, tigres de hojas. ¿Qué pretende con esas imágenes?

R. Un explorador, por definición, es alguien que persigue lo inalcanzable y además está en el límite del conocimiento. El personaje de Alejo, el verdadero explorador, no sabe muy bien lo que está buscando; no sabe si los animales existen, si los ha visto. Escribe un cuaderno de explorador y a mí los cuadernos de viajes me fascinan por la materia que tratan.

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