La cacería
A falta de pruebas contundentes, que las habrá, un emigrante marroquí, sin papeles, perdido en la sierra de Tolox, en Málaga, fue cazado como un conejo. Más de 40 días necesitó para reponerse de los disparos que, al parecer, tres jóvenes le infligieron.
Dice la información que el chaval marroquí, al pasar cerca de los jóvenes cazadores, les sonrió, agachó la cabeza, siguió su camino y, de pronto, oyó unas carcajadas a su espalda, el amartillar de unas escopetas y en su cuerpo se clavaron postas, perdigones y perdió el conocimiento. Un guarda forestal lo encontró casi muerto.
No recuerdo el nombre de la película americana en la que unos ejecutivos, mediante pago millonario en dólares, se dedican a cazar a personas. Nunca pude pensar que en nuestra tierra se pudiera dar esta macabra y salvaje cacería. Sin embargo, ha ocurrido cerca de nuestras narices. Si para el escalofriante juego los americanos compraban carne de cañón, estos jóvenes malagueños han utilizado a un emigrante cuyo único pecado es no tener trabajo ni futuro en su país; querer encontrar una nueva vida y soñar con sacar adelante a su familia. En los montes de Tolox pudo perder la vida porque, a falta de conejos, unos cazadores quisieron cobrarse una vida. Al fin y al cabo, el chaval es moro, de tez oscura, no habla en cristiano y quería alcanzar la tierra prometida.
Una sociedad, hospitalaria y abierta como la andaluza, que engendre personas de fácil gatillo y que se dedique al macabro juego por diversión de cazar a personas, es una sociedad sin pulso, sin alma, tullida y muerta. Una sociedad en la que no me gusta vivir. Le dispararon y lo dejaron sangrar. Menos mal que no le echaron a los perros de caza para rematar la faena.
Las oleadas de emigrantes que desembarcan en las playas andaluzas, y que con el buen tiempo que se avecina se incrementarán, además del riesgo de perder la vida en las aguas del Estrecho ahora saben que la caza del moro puede ser un nuevo peligro. Explotados, humillados, marginados y, ahora, en el punto de mira de unas escopetas. Y eso que aún no llegó a nuestras tierras el tal Charlton Heston, a Dios gracias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.