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Reportaje:HOCES DEL JÚCAR | EXCURSIONES

Al pie del cañón

Acantilados de 300 metros flanquean este río entre las poblaciones de Uña y Villalba, en la serranía de Cuenca

Las hoces son profundos cañones excavados por los ríos en la roca caliza, una roca que se formó al compactarse los caparazones de bichejos de mares primigenios y que se disuelve al sentir de nuevo el agua casi con la facilidad de una pastilla de caldo de pescado, que es lo que, salvando las distancias geológicas, esta roca viene a ser. En Madrid no hay hoces por la sencilla razón de que apenas existen terrenos calizos. En la serranía de la vecina provincia de Cuenca, en cambio, hay todo un orfeón de potentes gargantas -alguna de nombre tan sonoro como la de Tragavivos-, dándose por ello la paradoja de que es una sierra más honda que alta. Antisierra, debería llamarse.

Varias de esas hoces, espectaculares a rabiar, son obra del río Júcar. Algunas de ellas las vamos a ver cómodamente mientras avanzamos en coche por la carretera que sube pegada al río desde la capital conquense hacia Villalba de la Sierra. Nada más salir por esta vía, junto al puente de San Antón, primera sorpresa: unas ancianas casas de hasta 10 pisos de altura que se aúpan desafiantes sobre el filo del acantilado y que reciben el título kitsch de rascacielos del Júcar. Después, más y más cantiles, esbeltas alamedas y la compañía constante de este río al que Lorca llamó 'grieta azul de luna rota'. ¿Azul? Sería licencia poética, porque el Júcar es verde.

En la serranía de la vecina Cuenca hay todo un orfeón de potentes gargantas

A 24 kilómetros de la ciudad, tras pasar Villalba de la Sierra y su central hidroeléctrica, la carretera se arrima al famoso Ventano del Diablo, que es una peña hueca y abovedada como un enorme cráneo donde, según la leyenda, Satanás habitaba, organizaba saraos brujeriles y defenestraba a los curiosos que se acercaban a mirar por sus dos ventanas abiertas al patio vertiginoso del Júcar. Y en otros 10 kilómetros se presenta Uña, pueblecito que se espeja en una bella laguna de origen tobáceo, cuya superficie natural de tres hectáreas aumentó hasta 15 cuando fue represada artificialmente en 1925 para abastecer al salto de Villalba a través de un canal.

Aquí vamos a comenzar nuestro paseo a pie rodeando la laguna en sentido contrario a las agujas del reloj; esto es, siguiendo la carreterilla que conduce a la Escuela Regional de Pesca, donde un puente de madera nos permite tomar la senda que continúa por la orilla contraria, serpenteando al pie de los imponentes cortados calizos que ciñen la laguna y a escasa distancia de los carrizales que sirven de refugio estacional o permanente a ánades -real y silbón-, patos -cuchara y colorado-, cigüeñuelas y pollas de agua.

Tras una hora de marcha, desembocamos en una pista forestal que, de cogerla hacia la izquierda, nos devolvería en cinco minutos a Uña. Pero éste es un atajo que reservamos para la vuelta, pues ahora debemos seguir la pista a mano derecha, paseando plácidamente a la vera del canal que surte a la central de Villalba y a bastantes metros sobre el Júcar, que corre oculto entre la espesura de pinos laricios. Una media hora después, vadeamos el arroyo de la Madera -si baja crecido, puede cruzarse brincando por unas islillas herbosas que hay más arriba- y repechamos a la izquierda sin dejar la pista principal para llegar, en otra media hora, a un verde raso que es uno de los mejores miradores de las hoces del Júcar.

En este raso -en realidad, una repisa del paredón de 300 metros que forma la margen derecha del río-, se ofrece una desviación evidente. Es el momento de dejar la pista para seguir las rodadas que salen a la izquierda y que al poco se transforman en una trocha pedregosa que baja con fuerte pendiente hasta un acueducto de hierro de 200 metros de longitud, por el que las aguas del canal salvan el profundo barranco del arroyo de Riofrío, justo en su confluencia con el Júcar. Sobre el acueducto, a más de 60 metros de altura, un escalofriante paso peatonal de madera nos invita a asomarnos al abismo sin nada más por medio que un fino pasamanos metálico. Mejores vistas del Júcar, sólo las tienen los buitres.

Con calzado impermeable

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