Pecados y penitencias
Allí donde la Castellana perdía su honesto nombre para llamarse avenida del Generalísimo, crecieron, bajo la égida de su patrocinador superlativo, más que mediado el siglo, modernos barrios que, según un cronista de la época, contaban con 'las mejores y más lujosas edificaciones de Madrid'.
Del otro lado del espeso y burocrático muro fronterizo de los Nuevos Ministerios creció una nueva ciudad, emblema del triunfal desarrollismo del raquítico régimen que había pillado por los pelos y en el furgón de cola el tren del progreso con las migajas del Plan Marshall. Los americanos, recibidos con alegría, se instalarían en sus inmediaciones, en una zona que los madrileños con su gracejo característico no tardarían en llamar Corea.
Los americanos se instalaron en sus inmediaciones en una zona que los madrileños no tardarían en llamar Corea
Cuzco es una rotonda donde se remansa el tráfico de la Castellana, que, a estas alturas, recuperó su nombre. Una anchurosa y desestructurada plaza cuyo centro ocupa una isleta vegetal, oasis arbóreo en el que medran, aparentemente incólumes ante los mefíticos humos de los tubos de escape, altivas coníferas de perenne verdor, cedros tal vez aunque los hijos del asfalto, profanos, por urbanos, en botánica, les llamen abetos o simplemente pinos.
En Cuzco confluyen, cada uno en su ribera de la Castellana, los barrios de la antigua Corea, más tarde bautizada como Costa Fleming y de Cuzco (Orense y Capitán Haya), dos zonas hermanadas en la arquitectura y en la infraestructura del ocio y del negocio, de los locales nocturnos y de los edificios de oficinas, cuyos bajos ocupan sucursales bancarias y restaurantes de toda condición y para todo el escalafón, desde el menú del día para la clase de tropa a la lujosa carta de los ejecutivos gorrones.
Barrio el de Cuzco de hoteles y apartamentos, de relaciones efímeras y negocios eventuales, de aves de paso que en cuanto dejan el nido se transforman en aves de presa, carnívoras y noctívagas. Los residentes, que también los hay, por lo general pacíficos burgueses habituados al trasiego nocturno, han perdido últimamente su tradicional bonhomía y han tomado las calles con sus manifestaciones de protesta, alarmados por la proliferación de la prostitución peripatética en sus terrenos, aceras, parques y parterres. En su forzosa migración, desplazadas de sus reductos habituales, las profesionales del antiquísimo y execrado oficio acampan desde hace un tiempo junto a los compactos bloques de viviendas y oficinas cuando las luces de sus ventanas se apagan y las 'personas decentes' duermen el sueño de los justos, ocho horas de ley acompasadas por el despertador insobornable.
Los residentes estables de los bloques que conforman el geométrico rompecabezas de Cuzco llevan años, tantos como tiene el barrio, conviviendo con las lumis de lujo que se anuncian en la letra pequeña de los diarios donde apuntan como toque de clase que sus apartamentos, con jacuzzi, se ubican en esta zona de alto estandin. Chicas discretas que ofrecen también sus servicios a domicilio y en hotel. Burdeles encubiertos, clubes y pubs con expresivos nombres que refieren sin tapujos y a veces en inglés su dedicación venérea.
Cuando explotó el pelotazo que barrió con su onda expansiva a los advenedizos recién llegados al dinero fácil, cuando las grandes y medianas empresas recortaron las alas, dietas y gastos de representación de los soberbios yuppies, el estandin de la zona bajó su listón, cerraron sus puertas algunos restaurantes de lujo y otros acomodaron sus precios y sus cartas al menú económico. Durante el tiempo de transición, entre los manteles de hilo y las cuberterías de diseño, se prodigaron escenas de bochorno cuando los maîtres impecables e implacables devolvían sobre bandeja de plata las doradas o platinadas tarjetas a sus clientes habituales con el comentario: 'Lo siento, señor, pero no me la aceptan'.
Con la crisis desembarcaron en la calle de Sor Ángela de la Cruz, gran vía del barrio, los burgers, las bocaterías y otros establecimientos dedicados a la comida rápida y barata. Un tiempo después, con la resaca, el sexo también rápido y barato fue haciendo acto de presencia bajo la luz de las farolas, sexo a la intemperie despachado por señoritas importadas y despechugadas, más procaces y en ningún caso discretas, más ostentosas pese al tono oscuro de su tez que compensan con fosforescentes y sucintos atuendos, bisutería dorada, tacones de vértigo y tocados de fantasía.
Los vecinos que se manifestaron y cortaron el tráfico para protestar por la presencia de esta legión extranjera no llegaron a rasgar sus vestiduras de marca como fariseos indignados. Atendiendo sus plegarias, el Ayuntamiento ha reforzado la presencia policial y sus controles amenazan a las hetairas con una nueva peregrinación que acabará por arrojarlas fuera de los muros virtuales de la ciudad farisaica.
El lujo erótico o gastronómico sigue contando con sus más firmes bastiones. Una clientela diurna y burguesa sigue haciendo cola frente a los mostradores del Semon y sale cargada de selectas delicatessen navideñas. Los restaurantes de lujo y los lupanares de élite conservan lo mejor de su clientela, pero en los bajos comerciales las sucursales bancarias suplantan a los locales de ocio y en un primer piso de Capitán Haya han clavado el impactante reclamo de una agencia especializada en cobrar deudas difíciles que se llama La Abadía del Cobro, cuyos agentes persiguen a los morosos disfrazados de frailes mendicantes. Se acercan tiempos de penitencia, nos lo recuerda también el edificio fortificado del Ministerio de Economía y Hacienda que guarda uno de los costados de la plaza de Cuzco.
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