_
_
_
_
Reportaje:

El adiós al viejo tendero

El pequeño comercio confía en la especialización para competir con las grandes superficies

El hombre dice que da lo mismo su nombre, que lo que quiere es que se cuente que ya no aguanta más. Que alguien cuente que los pequeños comercios se ahogan y que él mismo tiene que ir a comprar a las grandes superficies porque los distribuidores ya ni se acercan al pueblo a llevarle la media docena de yogures, las dos cajas de leche, los diez paquetes de bimbo. El hombre dice que el pequeño comercio -ése que da de comer a las familias de más de 260.000 trabajadores- se muere, se muere, oiga usted.

El hombre es una de esas personas que regentan uno de los casi 100.000 establecimientos que, según datos de Comisiones Obreras, existen en la Comunidad. El lunes, miles de ellos cerraban sus puertas para hacer oír su voz frente a la nueva normativa sobre horarios comerciales. Una protesta desesperada ante el rodillo de las grandes superficies. A la impotencia, a un futuro que cada vez les ahoga más.

'No me compensa pedir los yogures al distribuidor. Me cuestan más baratos en El Corte Inglés'

Pedro Maldonado no cree ya en el futuro. Casi ha perdido cualquier esperanza. Tiene 62 años y desde 1957 mantiene abierta una juguetería en la calle de Toledo.

-¿Y qué quiere que le diga? Mire usted: tengo dos hijos y ninguno de ellos seguirá mi profesión, ¿para qué?Pedro apoya sus manos en el lustroso mostrador de madera. De la calle apenas llega el rumor de los coches. Todo está en calma. Demasiada calma.

-La gente se va a los grandes almacenes. Nosotros no podemos competir con ellos, ni en precio ni en tiempo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Dice Pedro que se siente Juan Palomo. Todo se lo hace él. Todo. En la campaña de Reyes viene algún familiar a ayudarle: los hijos, sobrinos. Cualquiera que pueda echar una mano. Y así aguantan. Aguantan porque ninguno de esos ayudantes cobra un duro.

Cuenta que no pueden competir. Que hay grandes almacenes que llenan los buzones con catálogos maravillosos, de brillantes colores. Páginas y páginas con precios imposibles. Y que, luego, cuando la gente, maravillada por tanta oferta, acude a comprar, resulta que ese juguete, ese producto tan barato, está agotado, no existe.

-Pero ya que estás ahí, compras.

Tampoco pueden competir en tiempo. A él sólo le falta dormir en la tienda. Porque cuando cierra tiene que liarse a colocar, a limpiar. Tienen los pequeños comerciantes jornadas agotadoras que no les permiten abrir el domingo.

-Así que, ya ve. Nosotros sólo podemos competir en el trato.

Pedro Maldonado cree en el efecto de la huelga. Porque 'algo hay que hacer'. Pero apenas confía en el futuro.

-En un año, cierro. Cierro y se acabó.

Justo al lado está El Ferrocarril. Vende zapatos especiales. Eso les ha salvado. Es una de las 1.613 zapaterías que, según el Gobierno regional, continúan abiertas en la región.

-Nosotros, gracias a que somos una zapatería especializada. Si no...

Alfredo -uno de los 14.000 trabajadores que agrupa este ramo- cree que es la única solución, la única salida que tiene el pequeño comercio. Pero lamenta que no todo el mundo comprenda que hay cosas que hay que buscar en tiendas de este tipo. Él y su compañero Jaime aconsejan, recomiendan, estudian al cliente, se enteran de sus problemas de pies y le ofrecen el tipo de calzado que mejor les va.

-No sabe usted la cantidad de zapatos que se quedan en el armario porque no se adaptan al pie como deben.

Cuenta que la gente va a comprar unos zapatos. Y, a lo peor, le aprietan. Y va el empleado y le dice: 'Nada, nada, si el cuero cede mucho'. Y se va el hombre cojeando a su casa. Y termina por no utilizar ese par de zapatos que ha comprado de cualquier manera.

-¿Sabe lo que pasa? Que en esos grandes almacenes venden zapatos, pero no los que necesita el cliente. Eso no les importa.

Coge Alfredo un zapato. Lo acaricia.

-Toque, toque. Fíjese qué piel. ¿A que no nota usted la costura?

También José Gámez piensa que la especialización es el camino. Él lleva casi 30 años trabajando en el textil, un sector que agrupa a más de 2.000 comercios y 4.000 trabajadores. Empezó a los 14, en Palao, al lado de El Corte Inglés. Ahora está en Rosan Textil, en la calle de la Bolsa. Unas mujeres le preguntan por una pieza de tela para sábanas. Hablan en una clave particular. Dicen números, medidas. Hacen cálculos mentales. Citan marcas, calidades. José Gámez aconseja, saca piezas de tela que extiende suavemente en el mostrador. Enseña su textura. Acaricia la tela.

-Trabajamos con clientes de toda la vida. A nosotros no nos daña que los domingos abran los grandes almacenes. Fíjese que ni siquiera abrimos los sábados por la tarde. No hace falta.

Cree que este tipo de comercio resiste bien porque ofrece calidad y trato diferenciado. Y paciencia. A unos metros hay otros establecimientos que aguantan bien el empujón de las grandes superficies. La gente, sin ir más lejos -vamos, al lado, en la plaza Mayor-, entra en El Gato Negro, compra las lanas al peso. Se deja aconsejar por las dependientas, calculan los kilos necesarios para el jersey, para la bufanda.

-¿Dónde va a encontrar usted algo así?

Peor dice que lo tiene Rafael Aguilar. Regenta una pequeña tienda de alimentación. En la Comunidad hay más de 20.000, que dan trabajo a 60.000 personas, según aseguran las estadísticas del Ejecutivo regional. Se puede tener peor, pero nunca perder el humor. Así que Rafael Aguilar empieza diciendo que a él no le preocupa que los grandes almacenes -más de 30 en la región- amplíen los días de venta. Total.

-Yo he llegado a un acuerdo con don Isidoro, el de El Corte Inglés. Yo no me meto con él y él me deja vivir en paz.

Y se ríe. Pero reconoce que tiene, en el fondo, relaciones comerciales con El Corte Inglés.

-¿Ve usted estos yogures? No me compensa pedirlos al distribuidor. Me cuestan más baratos en El Corte Inglés. Conque, cuando necesito más, me acerco y los compro. Un poco absurdo, ¿no?, que me cuesten menos en un comercio que en un distribuidor. Pero es así.

Entra una mujer. Compra un sándwich de jamón y queso y, mientras espera que la cobren, escoge algunas golosinas.

-Vendo bocadillos, latas, botellas de agua. Cada vez menos productos clásicos de una mantequería, como es este comercio.

Ni siquiera cree que estos pequeños establecimientos suplan ese olvido de última hora. Sólo los matrimonios mayores siguen bajando a la compra casi todos los días. Y van desapareciendo.

-Es una cuestión de precios. Tendría que haber precios fijos en la venta. Pero eso de que el proveedor se lo venda más barato a El Corte Inglés o al Carrefour...

A Vicente no le ha afectado la huelga. Él tiene un pequeño taller de reparación de automóviles en el Alto de Extremadura. En la región hay unos 3.500 establecimientos como el suyo, que dan de comer a un par de empleados. Pero se siente solidario con los pequeños comerciantes.

-Porque nos pasa a nosotros igual. Esto es como lo de Bertolt Brecht, ¿lo conoce usted? Eso de primero vinieron a por los comunistas, pero yo no lo era y no hice nada... Y así hasta que te toca a ti. Y cuando quieres reaccionar ya es tarde. Te ofrecen los neumáticos más baratos en los grandes centros y, encima, te los colocan gratis. Y las baterías... y todo. Terminarán por asfixiarnos. Hay que unirse.

En el bar Polo, Alfonso pega la hebra mientras sirve un café. Llueve en la calle. No pasa un alma.

-Esto no tiene remedio. Se lo digo yo. Y eso que a nosotros la huelga ésa no nos afecta. Pero, ¿cómo luchar contra un gigante? Las cosas han cambiado mucho. Y todos queremos ir a los sitios cuando nos convenga. Coger el carrito y cargar. Es la vida. La vida que nos lo cambia todo. Y eso que a mí me gustan las tiendas. Me gusta el barrio.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_