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Reportaje:

Neguri aguanta con angustia y resignación

ETA sobresalta por tercera vez en siete meses la vida del barrio emblemático de la burguesía vasca

Naiara Galarraga Gortázar

De la misma manera que quienes viven en zonas de fuertes movimientos sísmicos saben que en caso de terremoto conviene esperar junto al pilar central de la casa, los vecinos de Neguri, un barrio residencial de Getxo (Vizcaya), saben que cuando hay un coche bomba cerca es necesario bajar las persianas y abrir las ventanas. Para que no estallen los cristales e impedir, en la medida de lo posible, la entrada de cascotes si el artefacto explota.

Los vecinos de esta zona de viviendas de escasos pisos y chalés -símbolo de la tradicional burguesía vasca- han tenido que aprender rápido las medidas de precaución mínimas ante la presión de ETA. Tres coches bomba han colocado los terroristas en menos de siete meses en sus calles. El de la madrugada de ayer, el más potente con 60 kilos de explosivo, fue desactivado pero el barrio vivió cinco horas de incertidumbre primero, luego de miedo aterrador y, después, de enorme alivio. Los vecinos retomaron ayer sus vidas cotidianas con una mezcla de angustia y resignación.

Preocupación era la palabra a la que más recurrían los vecinos de estas calles en las que proliferan empresarios, industriales y políticos para explicar sus sentimientos tras una noche inolvidable. Pero ninguno de los consultados mencionó la sigla ETA ni a los terroristas.

La misa de nueve de la iglesia del Carmen, que está a poco más de una manzana del número 22 de la calle del Puerto, donde ETA aparcó el automóvil cargado con dinamita robada durante el alto el fuego, estuvo ayer más concurrida que de costumbre. El padre Nicanor Lana la ofició en acción de gracias. Cuando horas después lo relata es incapaz de contener la emoción. Casi se le saltan las lágrimas. 'Lo que podía haber ocurrido...'. Aprieta los dientes sin poder continuar la frase y por fin dice que 'hubiese sido una catástrofe'. 'Si me mata a mí no me importa pero ¡había tanta gente!', exclama. El padre Nicanor, el mismo que casó a Cosme Delclaux poco después de que ETA le liberara y el que rezaba con la madre del joven cada día para que el cautiverio acabara pronto, estuvo hasta pasadas las dos de la mañana pegado al cordón policial junto a decenas de vecinos, hasta que la tremenda bomba fue desactivada.

Una señora recordaba con ojos llorosos que tras cerrar las persianas y abrir las ventanas, reunió a toda su familia en una habitación. Hasta que fueron desalojados siguieron lo que a pocos metros ocurría por la radio. Era como estar en la guerra. El padre Nicanor también recordaba con horror que 'hubo gente que se tuvo que refugiar en el sótano, como en la Guerra Civil'.

'Ahora me fijo mucho en los coches y los desconocidos que andan por el barrio', reconocía un veinteañero que vive a la vuelta de la esquina. Su hermano pequeño, de 14 años, intentaba expresar la angustia de un amigo que vive en uno de los pisos más cercanos a donde los terroristas estacionaron el coche. 'Cuando ayer le llamé a las once de la noche estaba cardíaco... ¡el coche estaba frente a su ventana!'.

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El alcalde de Getxo, el peneuvista Iñaki Zarraoa, recalcó que el municipio tiene planes de vigilancia y de prevención, aunque reconoció que 'todo es mejorable'. Todos los partidos, salvo EH, condenaron el intento de atentado y exigieron la 'paz sin condiciones, como derecho irrenunciable'.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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