_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Epopeya

Rosa Montero

Qué gran película de Hollywood podría hacerse con los emigrantes sin papeles. En nuestra convivencia de cada día, no son más que un puñado de moros, un atajo de sudacas, una horda de africanos de color retinto. Todos ellos fastidiosamente pobres y algo guarros, porque por lo general no tienen dónde ducharse; y como encima van con esas ropas tan feas y esas caras de pena, resultan de lo menos atractivos. Pero ay, amigo, si el tema lo cogiera un buen guionista: podría resultar un filme impresionante.

Imaginen a Denzel Washington haciendo de emigrante subsahariano. Dos de sus hijos podrían haber muerto en sus brazos de desnutrición y de miseria, tras una lenta y anunciada agonía. Desesperado, Denzel abandona a su esposa y a los dos niños que le quedan, intentando evitar que corran la misma suerte. Recorre a pie cientos de kilómetros y trabaja en condiciones de esclavitud, durante meses, para las mafias del norte de África, que le prometen un pasaje ilegal a la Península. Pero los mafiosos le engañan, y los días pasan, y Denzel se tortura pensando en su mujer y sus hijos: tal vez no resistan tanto tiempo y fallezcan de hambre. Angustiado, una noche se arroja con un compañero al mar tempestuoso, intentando llegar a nado hasta Ceuta. El amigo se ahoga. Denzel, tras atroces horas de terror y esfuerzo, logra tocar tierra española. Sale del agua con los ojos vidriosos y se deja caer sobre una roca; por vez primera, una lágrima le resbala por la mejilla. A estas alturas, todo el cine estaría sollozando, estoy segura. Y eso que todavía quedaría por contar su detención, su internamiento en un galpón, su repatriación forzosa a la miseria subsahariana. Aunque quizá no incluyeran esta segunda parte en una película de Hollywood.

Los seres humanos somos proclives al sentimentalismo, tal vez porque queremos demostrarnos que todavía tenemos un corazón. Pero luego, cuando la cruda realidad nos estalla en la cara, miramos perezosamente hacia otro lado. Eso estamos haciendo ahora con los emigrantes. Con esos miles de hombres y mujeres, de ancianos y de niños, que están protagonizando cada día una gesta descomunal y homérica, la epopeya más desesperada y conmovedora de este siglo XXI tan egoísta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_