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Columna
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'Parking' vial

Cerca del lugar donde habito, observo el inicio y pujante desarrollo de un nuevo y singular aparcamiento. Está a dos pasos (bueno, a 18, para ser exactos) de la glorieta de Alonso Martínez, al lado de esa estatua que parece salir, con su toga de jurisperito, del restaurante Solchaga. Barrio de hermosas casas, construidas cuando se alzaban sin tener en cuenta el problema de guardar los coches. El asunto comenzó hace un par años, poco más o menos, y advierto que no me atañe o afecta personalmente. Es un fenómeno abordado desde la curiosidad del peatón y el constatar que la picaresca no nos abandona, sea cual fuere el nivel.

Hace muchos años, casi treinta, pasaba cada día por la que me era cercana plaza de la República Argentina, junto a la Castellana. En su centro, sin que se supiera cómo y por qué, se alzó una cerca o empalizada, de dos metros, donde ahora mana la fuente de los Delfines, y parecía una sorpresa maquinada por el Ayuntamiento, que es el que teóricamente se ocupa de estos menesteres. Aunque la parsimonia tiene carta de naturaleza entre nosotros, la situación se prolongaba hasta intrigar a los habitantes del entorno. ¿Qué enigmática obra de arte y ornato urbano se perpetraba, pues no se percibía actividad alguna en horario de convivencia cotidiana? Cuestión subliminal que nos rondaba mes tras mes y que algún periódico diario cuestionó de refilón. Una tarde, a la hora calma de la siesta, me encaramé sobre un saliente para echar un vistazo: allí, en aquel selecto lugar, había, pura y simplemente, un depósito de materiales de construcción: vigas de hierro, de hormigón, maderos, ladrillos, volquetes, sacos de cemento..., presumiblemente para surtir las obras de las inmediaciones. Algún avispado sujeto se anticipó a los okupas en un cuarto de siglo, con la colaboración o la ignorancia de nuestras dignas autoridades. En todo caso, el asunto, si trascendió, lo fue sin pena ni gloria.

Aquello aviva ahora la memoria por lo que veo en el comienzo de la calle de Santa Engracia, donde otra valla -más moderna y estética- resguarda considerables trabajos públicos, quizás del metro. Las obras están identificadas -diríamos que con letra pequeña- con el nombre de varias, conocidas y poderosas firmas del ramo, y no es el caso de controlar el ritmo de las mismas. Como peatón en ejercicio, percibo la morosidad, casi imperceptible, con que el espacio va siendo ocupado por automóviles que no pertenecen a los inquilinos o propietarios de las viviendas inmediatas, según casual indagatoria. Primero un par, luego cinco o seis, surgida una barrera de señalización provisional. Aumentan hacia arriba y en dirección a la plaza se detienen junto a la parada del autobús número 3, por ahora. Advertimos que en el recinto hay operarios y capataces con casco, quizás arquitectos y aparejadores, lo que lleva deducir que los vehículos puedan ser suyos, pero no desaparecen aparentemente al concluir la jornada. Aquello se ha convertido en aparcamiento fijo, con estancias en domingos y festivos. Cuando alguien consigue un lugar donde dejar su coche en esta ciudad, lo sensato es no abandonarlo, ni siquiera moverlo.

Ignoro si las empresas concluirán la importante labor; hay que suponer que sí. Dudo que asista a la desaparición de la provisional empalizada. Borrarán las inscripciones patrocinadoras también, pero no creo que se esfume el nuevo parking. En el barrio de Chamberí la población envejece y los jóvenes abandonan el hogar paterno -los hay, aunque corran otros rumores- para levantar el suyo en las afueras. O sea, que el déficit de aparcamientos es tan agudo como en cualquier otro sitio y esta iniciativa privada de intentar su remedio quizás merezca más aplauso que censura, por cuanto intenta subsanar la escasa imaginación y las previsiones de la alcaldía, aunque otra estimación puedan hacer los munícipes de la zona.

Esperaba la otra mañana el autobús junto al semáforo y sorprendí un cauteloso coloquio entre dos individuos. Sin tener la completa certeza, me pareció entender que uno intentaba vender o traspasar al otro una plaza de garaje, allí mismo, al aire libre, y acotado, aunque no esmeré la atención, porque me estoy quedando sordo. Y además, no tengo automóvil.

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