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LA CRÓNICA
Columna
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Diario enfebrecido

- Lunes: sabes que te estás acercando a la cima cuando la vida te da ciertas señales. Fui con Maite a comer una Super Suprema al Pizza Hut del Port Olímpic y me pidieron que firmara el Libro de Personalidades. Vale, reíros, ejercitad la crueldad. Cuando suba aún otro peldaño y mi nombre figure en una chapita de bronce en un asiento del Siete Puertas algunas risitas se congelarán, cristalizadas en verdosos rictus de envidia. Y cuando estampe mis manos en el cemento fresco del Hollywood Boulevard y todo sea empalagoso peloteo a mi alrededor, será bueno recordar que en la página inmediatamente anterior de aquel libro de Pizza Hut habían firmado -¡oh enceguecedor relámpago premonitorio!, ¡oh encandilante rayo revelador!- ni más ni menos que Los Del Río.

Una firma en el Pizza Hut, un travestido dedicado a la albañilería, unos pescaditos fritos en Puerto Real: la realidad supera a las películas de Almodóvar

- Martes: como cada día, la gente me pregunta ¿cómo está Buenafuente?, ¿cómo está Buenafuente? ¿Y yo, qué? ¿Cómo estoy yo? ¿Cómo me siento? ¿Estoy bien? Eso no parece importarle a nadie. Por lo visto, mi salud es inquebrantable. Sobre todo la mental. Tenía un trabajo genial, pero al cabo de nueve semanas recibí una llamada fatídica. Buenafuente puede permitirse los paréntesis que quiera. Es un triunfador del copón. Si no tiene una masía en el Empordà es porque no le apetece. Mi caso es ligeramente distinto. Yo todavía estoy en el nivel Pizza Hut. Vale, incrédulos: todo lo que se ha publicado sobre el agotamiento de Buenafuente es cierto. Y yo estoy bien, gracias por preguntar.

- Miércoles: amar a Savater. Qué tipo cojonudo. En los dos sentidos: simpático y valiente. Si alguien tiene alguna duda sobre qué significa 'intelectual comprometido', que eche un vistazo a su trayectoria. Qué dice, qué hace. Hoy me he dado cuenta de que lo quiero. Sí, de todas las personas a las que no conozco personalmente, Fernando Savater es la que más quiero. Todo lo que escribe es muy estimulante, pero sus cartas al director, como la última al europarlamentario del PNV Knörr -al que dio sopas con honda hasta dejarlo hecho caldo-, son la más deliciosa muestra de lucidez punzante. Savater dice con palabras sencillas lo que muchos pensamos pero no somos capaces de expresar, al menos con tanta claridad y profundidad.

- Jueves: a través de mi amigo Roberto Tierz, el dueño del legendario Sidecar, de la plaza Reial, supe de la existencia de un albañil, director de su propia cuadrilla, cuyos servicios, de tan solicitados, debían reservarse con medio año de antelación. Para más señales, el cotizado albañil era argentino, se llamaba Marta y era transexual. Mi agudo olfato periodístico me hizo percatarme de que ahí había un pedazo de crónica. 'Si El País no la quisiera -me dije-, Pedro J. Ramírez me la quita de las manos'. Frotándomelas, me puse en contacto con Marta, quien con viril voz de tango me citó para tal día. 'Tranquila, cariño, no quiero hablar de cambio de sexo y esas obviedades tipo Interviú; me interesan los entresijos de tu profesión', le aseguré. Un rato antes de la hora señalada me llamó para disculparse. 'Estoy agotada, rey, trabajo demasiado; llámame mañana'. Así lo hice, durante todo el día, sin el menor éxito. No volvió a contestar mis llamadas. Como se dice en el Río de la Plata, se borró. Mastiqué mi dosis de indignación y pasé la página. Al cabo de unas semanas cené con unos amigos, entre los que estaba Elisabet Cristià, la guapa arquitecta a cargo de la reforma del Sidecar. Le conté que Marta me había dejado colgado y me puso al tanto de las novedades. El albañil travestido había huido con la pasta adelantada por un cliente dejando en la estacada a toda su cuadrilla. Por lo visto, ella y su novio portugués vivían por encima de sus posibilidades, entregados a una vorágine de velocidad inducida. La realidad supera a los guiones de Almodóvar.

- Viernes: vuelvo de una gira andaluza con gastroenteritis aguda. Creo que fueron unos pescaditos fritos que comí en Puerto Real. El asunto es que tengo 39 grados de fiebre y estoy hecho polvo. Pero soy un optimista irredento, y eso significa que tiendo a encontrarle el lado bueno a todo. En este caso redescubro que las fiebres altas lo acercan a uno al delirio y la alucinación. Dado que desde hace años he descartado el camino de las velocidades inducidas, para flipar sólo me queda el estupor febril.

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- Sábado: tengo ganas de ir al Macba y empaparme de arte moderno. Pero estoy empapado de sudor y Maite me lo prohíbe sacudiendo el índice de babor a estribor.

- Domingo: sigo encontrándole el lado bueno a mi enfermedad. Tengo una novia que no me la merezco. Imbuida del espíritu de Florence Nightingale, Maite me cuida con entrega enternecedora. Vuelvo a la infancia, a los brazos de mi madre. No sé si estoy despierto o dormido. Debe de ser la fiebre.

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