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EDUARDO VILLAR | LA SEMANA

Un hombre de la casa

Contra todo pronóstico, fue nombrado hace ya más de un año director general de Alcatel España para asumir ahora la presidencia. Una designación contracorriente por tratarse de un empleado que ha desarrollado toda su carrera profesional -35 años- en una compañía a la que se incorporó en 1965. Entonces se llamaba Standard Eléctrica y pertenecía a la norteamericana ITT, una plataforma privilegiada para seguir la renovación tecnológica, industrial y social de España durante los últimos tiempos. Como ingeniero de telecomunicaciones, vivió uno de los mejores momentos de su vida al asumir la dirección del centro de investigación que tenía junto a la carretera de Barajas.

Dedicarse a la I+D era la máxima aspiración de todo ingeniero de la época; 'los aspectos comerciales estaban mal vistos', por lo que diez años después sintió todavía la 'pérdida de pureza' que supuso dedicarse a otras tareas, como la dirección del mercado de Telefónica, y posteriormente, la que ha sido clave para la superviviencia de esta empresa en España: los sistemas de conmutación. En su gestión espera desarrollar al máximo 'los activos humanos', mantener el talento, la ilusión de los trabajadores... No hay que olvidar que Alcatel ha sido la compañía de la reestructuración por excelencia. Hoy reconoce Villar que sigue con algunos problemas, pero que no tienen nada que ver con los tiempos pasados. No en vano éste va a ser el primer año en el que no tienen planteado ningún expediente de regulación de empleo. Eso sí, en los últimos lustros han pasado de 23.000 a 4.500 empleados -el 70%, titulados superiores-.

La fábrica de Villaverde fue durante años abanderada de las reivindicaciones sindicales y políticas en los tiempos de la transición. Quizás estas dificultades le permiten llevar mejor su condición de sufridor del Atlético de Madrid, arrastrado por su hijo, aunque sin perder su admiración desde niño por el Athletic de Bilbao.

A su madre le debe su aficción a la música clásica, que comparte con el jazz, aunque también se echó algunas carreras delante de los grises que esperaban a los rockeros que asistían a las matinales del Price a finales de los sesenta.

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