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¿El declive de Occidente o sólo un nuevo presidente?

Timothy Garton Ash

Ya estamos otra vez. Llega un nuevo presidente estadounidense y Europa se echa a temblar de miedo. ¿Distingue el Arlés del Elba? ¿Implicará el sistema de Defensa Nacional contra Misiles que ha propuesto, hijo de la Guerra de la Galaxias, una 'desvinculación' de la defensa europea y estadounidense? ¿Retirará, como se ha insinuado, las tropas estadounidenses de los Balcanes, dejándonos que sostengamos solos ese precioso bebé? ¿Será aislacionista, unilateralista o simplemente no se interesará?

La de veces que hemos estado antes en la misma situación. ¿Recuerdan el coro de alarma con el que se recibió a Ronald Reagan? Y antes a Jimmy Carter. El único nuevo presidente ante el que Europa no tiembla de miedo es aquel al que ya conocen, preferiblemente como presidente (Clinton, segundo mandato) o, a falta de eso, como vicepresidente (George Bush padre). Por ello, así como por algunas preocupaciones específicas sobre la competencia internacional, es por lo que los gobiernos europeos habrían preferido probablemente a Al Gore. Más vale lo malo conocido...

Muchas de las actuales preocupaciones europeas frente a Bush son las favoritas de siempre -ignorancia, desvinculación, desconexión- y su articulación parece uno de los rituales estacionales de la tribu transatlántica. Pero es razonable preguntarse si esta ocasión es diferente. Y no debido a una característica particular del presidente electo George W. Bush y sus principales nombramientos y asesores, sino a la situación histórica.

Uno de los aspectos más extraordinarios de la pasada década fue la íntima involucración de Estados Unidos en los asuntos europeos. De hecho, en 1999, la Alianza del Atlántico Norte se amplió para admitir a tres nuevos Estados europeos y participó por primera vez en su historia en una guerra en un remoto rincón de Europa. ¿Por qué es esto extraordinario? Porque la mayor parte de las alianzas de la historia se hundieron después de que el enemigo común fuese derrotado.

Estados Unidos se separó de Europa inmediatamente después de que el primer enemigo común fuese derrotado en 1918, regresó en la II Guerra Mundial sólo porque ese enemigo común resurgió con una forma mucho más amenazadora, y se mantuvo en el Viejo Continente (después de intentar salir) durante toda la Guerra Fría por causa de un nuevo enemigo común: el comunismo soviético y sus aliados. Cuando ese perro murió, algunos previeron la desaparición no sólo de la OTAN, sino también de 'Occidente' en general. 'El 'Occidente' político no era una estructura natural, sino fuertemente artificial', escribió Owen Harries, veterano director de The National Interest, en 1993. 'Para darle vida fue necesaria la presencia de un 'Este' amenazador, abiertamente hostil. Es extremadamente dudoso que pueda sobrevivir a la desaparición de tal enemigo'.

Bueno, en cierto modo y aunque parezca extraño, Occidente ha sobrevivido, hasta ahora. Pero se podría alegar que la conciencia necesita tiempo para asimilar cambios tan profundos en la estructura geopolítica. Después de todo, sólo en la cumbre de Niza del pasado diciembre comenzó realmente la Unión Europea a comprender en qué medida había cambiado el equilibrio de poder entre Francia y Alemania a favor de una Alemania más grande tras la reunificación.

Así que ahora, se podría alegar, tenemos en un lado del Atlántico a una Europa que parece seguir su propio camino, con un núcleo de Estados que ya tienen una moneda común y un grupo más amplio que aparentemente desea establecer su propio ejército conjunto. Por otra parte, tenemos un nuevo presidente estadounidense sin un profundo interés personal por Europa, un secretario de Estado que -si se adhiere a la doctrina militar a la que se dio su nombre- bien podría no haber luchado en la guerra de Kosovo, y un asesor de seguridad nacional que ha escrito en Foreign Affairs sobre la necesidad de que Estados Unidos se guíe por sus intereses nacionales. ¿Dos trayectorias diferentes y una receta para la discordia?

Es cierto que habrá discusiones en ambos lados del Atlántico. En el lado europeo, la disputa será entre la vieja concepción estadista y gaullista de Europa como una superpotencia rival de Estados Unidos, y una visión más liberal y atlantista. Por parte estadounidense, la disputa se dará, si lo entiendo correctamente, entre una visión más unilateralista y otra más multilateralista del papel de Estados Unidos en el mundo. El punto de encuentro de estos dos debates puede ser en sí un debate tenso. Ya hemos visto un asomo del mismo en los intercambios innecesariamente irritantes sobre la prevista Fuerza Europea de Reacción Rápida. Es posible imaginar un primer año agitado, algo que, por otra parte, no sería nada nuevo en la historia de las relaciones transatlánticas.

Pero yo apostaría a que finalmente la Alianza seguirá existiendo. ¿Por qué? Primero, porque hay un sustrato profundo de historia, cultura y valores compartidos. En un mundo a la vez más globalizado y más conscientemente multicultural, dichos aspectos comunes se acentúan. El libro Choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, tiene importantes defectos, pero hay un aspecto en el que sin duda tiene razón: que no hay dos 'civilizaciones' diferentes, una europea y otra estadounidense. En segundo lugar están los hábitos y las instituciones de cooperación establecidos a lo largo de más de cincuenta años (sesenta en el caso de la cooperación entre Gran Bretaña y Estados Unidos). Cuando preguntaron a George W. Bush en el programa Oprah Winfrey Show quién era su figura histórica favorita, él respondió 'Churchill'. Y una de las cosas que no se puede negar que los principales designados para política exterior tienen es experiencia en alianzas.

Tercero, y muy importante, es el rumbo que la discusión está tomando en Europa, que

Timothy Garton Ash es periodista e historiador británico.

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