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La oposición y el Ejército de Filipinas exigen la inmediata salida del presidente Estrada

La inminente salida del poder del populista Estrada es por ahora el último capítulo de una crisis política que comenzó a principios del pasado octubre cuando el Senado filipino decidió investigar las acusaciones de corrupción y aceptación de millones de dólares en sobornos vertidas contra el presidente por el gobernador provincial Luis Singson. El caso fue creciendo al mismo ritmo que Estrada perdía amigos políticos y se convirtió en diciembre en un proceso de destitución en toda regla en el Senado.

La gota que colmó el vaso de la paciencia de la oposición cayó el pasado martes, cuando los fiscales de la acusación dimitieron en masa al ver rechazada como prueba una cuenta bancaria de 10.000 millones de pesetas que el presidente tenía con nombre falso. Ese mismo día arreciaban las protestas en la calle y las peticiones de dimisión de Estrada, con el propio arzobispo de Manila, cardenal Jaime Sin, a la cabeza. Ayer, cuando el jefe de las Fuerzas Armadas, Ángelo Reyes, retiró su apoyo a Estrada y poco después presentaban su dimisión los ministros de Defensa, Interior y Finanzas, la suerte del presidente estaba echada.

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En su mensaje a la nación y tras reconocer que su mandato para gobernar estaba 'en entredicho', Estrada pidió al Congreso filipino que 'convoque elecciones anticipadas cuando se celebren las elecciones municipales y legislativas en mayo', y se comprometió a no presentarse como candidato. El antiguo actor de películas de acción justificó su negativa a dimitir por considerar que aún cuenta con el apoyo de la mayor parte del pueblo -lo que es cierto entre las capas sociales más desfavorecidas- y porque su sucesor debe contar con el respaldo de las urnas para evitar la división del país.

Sus argumentos fueron rechazados de plano por la vicepresidenta, Gloria Macapagal Arroyo, y los principales líderes de la oposición, que dieron un ultimátum a Estrada hasta las seis de mañana de hoy (once de la noche de ayer en España) para que desalojara el palacio presidencial de Malacañang. 'En caso contrario', afirmó un portavoz de la oposición, 'pediremos al pueblo que marche sobre Malacañang'. Estrada permanecía a las nueve de la mañana de hoy (las dos en España) en el interior del palacio, más allá del plazo fijado por la oposición. El cardenal Sin le dio una nueva oportunidad hasta el mediodía (cinco de la mañana en España) y anunció que Macapagal Arroyo estará lista a esa hora para tomar posesión de la presidencia. El escritor Cecil Arillo, que acompañó a su amigo Estrada durante toda la madrugada en Malacañang, declaró que éste no tiene intención de abandonar el país.

Cientos de miles de filipinos tomaron las calles del centro de Manila y se dirigían hacia el palacio presidencial exigiendo la dimisión del presidente, en una reedición del poder popular que en 1986 acabó con la dictadura de Ferdinand Marcos.

A las demandas de la oposición se unieron ayer 60 mandos militares retirados, más de la mitad de ellos generales, y una nueva renuncia: la del general Pánfilo Lacson, jefe de la Policía Nacional. La manifestación opositora fue contestada por un par de centenares de partidarios de Estrada. El incidente se resolvió con un breve intercambio de piedras en el distrito de la Bolsa y ningún herido.

Un portavoz de la oposición aseguró ayer por la tarde que Estrada había pedido cinco días y el perdón para abandonar el poder. Sin embargo, la vicepresidenta, que lidera la oposición y que será la persona que le sucederá en cumplimiento de la Constitución, comenzó ya los preparativos para suceder de forma inminente a Estrada. El portavoz del equipo de la oposición que negocia la salida del presidente, Alex Magno, confirmó que Macapagal Arroyo ya ha formado un grupo de transición para facilitar la continuidad política.

Por su parte, el director de la policía del distrito occidental de Manila, general Avelino Razón, dijo que se preparaba 'una transición pacífica de liderazgo' y que la situación en el palacio presidencial era tranquila. Cuatro vehículos militares y 200 soldados custodiaban el palacio, donde Estrada, antiguo héroe de ficción, pasó su noche más amarga. En la calle, millones de filipinos esperaban a que se cumpliese finalmente su voluntad.

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