'Babá' se libra del cepo
Medio Ambiente suelta un lince ibérico rescatado por cazadores onubenses de una trampa ilegal hace tres meses
De Babá cuentan los que la han cuidado de sus heridas durante tres meses que es muy lista. Para meterla en la jaula de la que ayer salió, le pusieron de señuelo su plato favorito, conejo. Y se dio un festín: sólo al zamparse el quinto tiró del mecanismo que cerraba la puerta. En tres horas, viajó del centro de recuperación de Los Villares (Córdoba) a la finca de Bonares (Huelva), donde un lazo metálico aprisionó sus patas a finales del pasado septiembre. Su bautizo mediático duró poco. El lince ibérico, el felino más amenazado del planeta, es un animal muy esquivo. Y Babá apenas tardó un par de segundos en reponerse de la impresión de ver tanta gente junta; una estela de flashes jalonó su veloz carrera hacia la acogedora espesura del monte.
'Se ha enfadado, está asustadísimo'. Los ronroneos se convirtieron en indisimulados gruñidos cuando la consejera de Medio Ambiente, Fuensanta Coves, que ofició de madrina, retiró con precaución la tela que tapaba la jaula y la bellísima Babá se enfrentó con un ejército de cámaras que le apuntaban con sus ojos indiscretos. La intención de los responsables de la Consejería de Medio Ambiente y de la Estación Biológica de Doñana era dar el máximo de publicidad a la suelta. Y una caravana de jeeps atestados de periodistas, más propia de los eventos rocieros que se suelen desarrollar en la vecina Almonte, acudió a la cita matinal: la historia de Babá lo merecía.
'La encontré por la mañana, intenté acercarme pero no había quien le metiera mano'. En sus 46 años, José Romero, guarda del coto de Bonares, no había visto tan cerca un lince. Sin saberlo, Babá se movía en un territorio que suele ser hostil para los de su especie. En los pocos parajes en los que abundan los conejos, como el monte público de la localidad onubense, los linces deben compartir espacio con algunos cazadores desaprensivos. Y Babá cayó en uno de los lazos metálicos ilegales que, según Romero, 'ponen los furtivos' para atrapar al zorro, el más fiero rival de cazadores, meloncillos y linces en su dura competencia por cobrarse cuantos más conejos mejor.
Las estadísticas muestran que una situación como la que vivió Babá suele ser mortal para el lince ibérico. Si el lazo o el cepo para conejos no acaba con su vida, el que puso la trampa suele acabar la faena, asustado por las consecuencias de capturar un animal con tantas razones para ser protegido: en los últimos diez años, su población (entre 600 y 900 ejemplares que viven en la Península Ibérica) se ha quedado en la mitad.
Un estudio de Miguel Delibes, experto de la Estación Biológica de Doñana, refleja que, desde 1983 a 1998, los disparos, los lazos o los cepos de los furtivos provocaron el 40% de las muertes de lince por causas no naturales en la población del entorno de Doñana (unos 50 ejemplares). Sólo los atropellos en carreteras se cobraron más vidas (19 de los 38 casos identificados).
A pesar de meter la pata en el lazo, Babá puede considerarse afortunada. 'En Bonares han dado un ejemplo de caza responsable', aseguró Delibes. Algunos miembros de la asociación de cazadores ya habían avistado al lince en febrero y el presidente, Juan Vega, remitió una carta a los socios para que tuvieran en cuenta su presencia cuando se abriera la veda de caza menor, en agosto.
Para que Babá no se hiciera más daño con el lazo, el guarda del coto recurrió a los servicios de un veterinario del pueblo que aplicó al lince las balas somníferas de una 'pistola de tranquilizantes'. Luego, los cazadores llamaron a agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, que la trasladaron al centro de El Acebuche, en el Parque Nacional de Doñana. Los técnicos del parque supieron que se trataba de ella porque cuando nació, hace año y medio, le insertaron un microchip de identificación.
Su convalecencia ha sido corta. Un mes y medio en El Acebuche para recuperarse de las heridas y apenas otro mes en Los Villares. En el centro de recuperación de Medio Ambiente, que ha atendido a seis linces desde 1995, Babá se pasó gran parte del tiempo en la jaula de campeo, una extensión vallada de una hectárea donde demostró a sus cuidadores que no había perdido facultades para desenvolverse en la exigente vida salvaje. Ahora, seguida por las señales de radio que emite el collarín rojo que le han puesto los científicos de la Estación Biológica, vuelve a buscar suculentos conejos por los montes de Bonares.
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