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LA CRÓNICA
Columna
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La apoteosis de lo útil

Igual que durante las Navidades de 1999, en las del año 2000 Leo Bassi volvió a tener espectáculo en el Teatre del Mar de Palma. Este cronista no suele ir mucho al teatro, pero fue el año pasado a ver a Bassi y ha corrido éste a volverlo a ver.

En el año 1999 este cronista sólo conocía a Leo Bassi a través de sus apariciones en el programa de Xavier Sardà y fue al Teatre del Mar con escepticismo. De hecho, buena parte del público estaba allí porque había visto a Bassi cometiendo mil disparates por la tele. Lo cual, al cronista, pagado de sí mismo, le hizo fruncir un tanto el entrecejo. Al salir, no sólo el cronista lo había desfruncido por completo, sino que además compartía con todo el resto del público una misma perplejidad. Y, por supuesto, había dejado de estar pagado de sí mismo: tanto los aficionados a Crónicas Marcianas como este cronista terrestre habíamos asistido a la demostración científica de que los seres humanos, por muy cronistas y terrestres que seamos, estamos diseñados y entrenados para creernos absolutamente todo aquello que deseamos creernos.

Bassi es el bufón inteligente y grotesco que pululaba por la corte de los Austrias, para dar fe de que no hay imperio que no se sustente sobre unos cimientos de mierda

Lo cual es un ejercicio de humildad impagable y debería ser obligatorio. Este año, por tanto, el cronista corrió a ver La Vendetta, que así se titula el nuevo show de Leo Bassi. El personaje Bassi es, esencialmente, un bufón. Un bufón en el sentido clásico: el ser ridículo, preferiblemente aquejado por una tara física, cuyo propósito es mover al mundo a que constate sus carencias y sus excesos a través de la risa, que consigue por medio de la autodegradación. Un bufón no está en el mismo gremio que esos humoristas bobalicones y políticamente correctos que suelen salir por la tele halagando el ego de un público fácil. El bufón pertenece más bien al gremio de aquellos gitanos que este cronista todavía vio por las calles de la Barcelona preolímpica, que divertían al transeúnte probo con un espectáculo extravagante -que incluía una cabra, una trompeta y un pedestal- y, si podían, le birlaban luego la cartera. La temporada pasada, Bassi acabó, después de haberse revolcado concienzudamente sobre un lecho real de cristales rotos, en la calle frente al teatro, descalzo y sin camisa, toreando a los coches y perorando desde la cima de un contenedor de escombros de obra: su pedestal de la cabra. No nos robó la cartera, pero sí una buena de dosis de autoconfianza superflua. En marzo tiene previsto actuar en Barcelona, de manera que este cronista no va a adelantarles qué les robará esta temporada. Por otra parte, notarán ustedes que este cronista, alentado por la manía de Bassi de no ser precisamente relamido a la hora de escoger los términos que usa, habla con total tranquilidad de gitanos y de carteras, sin que por ello haya que concluir necesariamente que tenga nada en particular contra los primeros. Lo de llamar a las cosas por su nombre más cómodo es un invento fenomenal.

Bassi es el bufón inteligente y grotesco que pululaba por los turbios corredores de la corte imperial de los Austrias, para dar fe de que no hay imperio que no se sustente sobre unos cimientos de mierda. El año pasado, Bassi se propuso -y lo consiguió- describir con pruebas la credulidad infinita del ser humano. Ahora ha decidido concretar sus esfuerzos, que no son precisamente pocos, en describir los estragos del consumismo como otra forma del papanatismo y la autocomplacencia, encarnada en los miles de 4x4 que circulan sin ton ni son por nuestras calles y que invaden los aparcamientos de los centros comerciales. En la misma línea, el bufón italiano efectuó durante el año 2000 un par de acciones que fueron sonadas: el boicoteo a Gran Hermano y la campaña contra una marca de automóviles que bautizó a uno de sus modelos con el nombre increíble de Picasso. Bassi está emparentado con el último Sisa y la entrevista que hace un tiempo le hizo en este diario Ramón de España lo demuestra. Es una gozosa generación de irreductibles. Entre los proyectos de Leo Bassi -que incluyen giras por todo el mundo- está el hacer una demostración de para qué deberían servir los campos de golf, que son el nuevo emblema de lo que es la atracción turística y para la cual va a necesitar una cantidad importantísima de irreductibilidad, teniendo en cuenta lo muy a favor que están casi todos los estamentos oficiales y no oficiales de esas extensiones de césped inconmensurables.

Actuaba aquellos días en Palma, también en la tradición navideña, la compañía del extinto Xesc Forteza, que fue durante décadas el rey indiscutible del humorismo costumbrista mallorquín. Últimamente trabajan sobre textos, entre otros, de Chejov, adaptados no se sabe cómo a la realidad insular. Forteza -que tuvo aciertos innegables, justo es reconocerlo- apelaba a la autocomplacencia haciendo un humor que no molestaba a nadie y que, por supuesto, no sobresaltaba ninguna conciencia. Este cronista repasa la cartelera de los teatros barceloneses y se da cuenta de que la autocomplacencia expresada a través del humor bobalicón y amable de los programas de José Luis Moreno no es patrimonio exclusivo de la escena mallorquina.

Si alguno de ustedes está firmemente convencido de no haber incurrido jamás en el vicio solitario de mirarse el ombligo con satisfacción, vaya a ver a Leo Bassi y se descubrirá más débil de lo que pensaba. Si se sabe usted autocomplaciente y es feliz con las gangas de las rebajas, vaya también a ver a Bassi y se dará cuenta de que no es el único, de que está todavía a tiempo de cambiar y, sobre todo, de que es usted humano.

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