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Reportaje:

EL GOBIERNO PIERDE EL PASO

Vacas locas, síndrome del uranio, inmigración, conflicto con el Supremo, Tireless, inflación... El Gobierno contempla, entre asombrado y molesto, como en menos de 10 meses su agenda se ha llenado de problemas

Soledad Gallego-Díaz

Hace sólo 10 meses, en marzo de 2000, José María Aznar y el Partido Popular conseguían el sueño de todo político y de todo partido: la mayoría absoluta en las elecciones generales. El 'estado de gracia' se acompañaba de una oposición descabezada y desconcertada, una situación económica saneada y una imagen quizá no carismática, pero sí de solvente eficacia gestora. Y de repente, casi sin darse cuenta, el Gobierno empieza el año con un inventario de problemas disparado -incluido un crecimiento económico desacelerado y una inflación importante-, una nueva imagen de falta de reacción o parálisis, que arrastra desde fines de verano, y un dirigente socialista que ha conseguido instalarse en menos de cinco meses en el mapa político con notable solidez. 'Lo normal suele ser enfrentarse a situaciones así a mitad de legislatura, pero no tan pronto. Tenemos razón quienes nos quejamos de la extraña rapidez con la que parece haberse olvidado nuestra gran victoria electoral', confiesa un dirigente del partido.

'SE HA PRODUCIDO UNA CIERTA PARÁLISIS DESPUÉS DEL VERANO', DICE UN ANALISTA FINANCIERO

El inventario de inesperados problemas fue subrayado por el propio presidente del Gobierno durante la larga entrevista que concedió el pasado martes día 9 a la cadena de televisión Antena 3. La entrevista había sido concertada para esa fecha desde navidades, con la idea de que el presidente, que se iba de viaje a Kazajistán el 12 de enero, hubiera tenido ya una aparición pública para comentar los temas de actualidad y el empiece del año. Sus asesores habían calculado que, además de las terribles inquietudes que siempre despierta la situación en el País Vasco, quizá tuviera que comentar algo sobre el tema del indulto al ex juez prevaricador Javier Gómez de Liaño y sobre algún tema relacionado con la fusión de Endesa e Iberdrola, en el caso de que el Tribunal de la Competencia ya se hubiera pronunciado sobre el tema en esas fechas. Pero no se les ocurrió que en enero Aznar tuviera que hacer frente a 'tantos y tan desagradables' temas de actualidad. La realidad fue que cuando llegó el momento, el presidente del Gobierno, que tenía pensado dedicar un buen rato a hablar del balance económico y de gestión general, se encontró con que razonablemente debía hacer frente a una agenda muy distinta.

Por este orden, José María Aznar habló de crisis de las vacas locas, síndrome del uranio empobrecido, futuro del submarino Tireless, situación de los inmigrantes ecuatorianos en Murcia, posible conflicto institucional con el Tribunal Supremo a propósito de su exigencia de que el ex juez prevaricador Javier Gómez de Liaño sea reintegrado en la carrera judicial, ofensiva terrorista y situación en el País Vasco, aumento de la inflación y su propia sucesión como candidato del PP en las futuras elecciones de 2004. Durante 56 minutos la sensación fue de cierto agobio.

¿Cuáles son las razones por las que lo que parecía una situación razonablemente controlada se ha ido convirtiendo en algo mucho menos cómodo? 'El principal inconveniente ha sido una cierta parálisis que comenzó después del verano, cuando el Gobierno pareció ausente no sólo frente a la espantosa ofensiva terrorista, lo que siempre es un tema muy discutible, sino frente a cuestiones más evidentes como el problema del aumento del precio del petróleo y la bajada del euro', explica un analista financiero.

El Gobierno estuvo lento de reflejos, pero sobre todo sorprendió cuando a la vuelta del verano pareció que no tenía nada preparado, ninguna novedad -aunque fuera 'mediática'- que presentar en el inicio del curso.

Los miembros del Gobierno y de la dirección del partido no aceptan la crítica de que disponer de una mayoría absoluta les haya quitado agilidad y sentido de la oportunidad. Sin embargo, algunos responsables de segundo escalón creen que, inevitablemente, bien sea por presión de sectores del partido, bien por inercia, se ha producido esa relajación y que en estos primeros meses se ha echado en falta una mayor coordinación dentro del Gobierno.

El vicepresidente primero, Mariano Rajoy, parece ser un hombre que 'deja cuerda', es decir, que tiene una forma de coordinar relajada y que deja hacer, siempre que no se trate de cuestiones de lo que él mismo considera 'alta política'. Ese criterio, que algunos de sus colegas alaban sinceramente, ha resultado, según algunos otros, un serio inconveniente en la gestión de crisis como la de las vacas locas.

El problema planteado por la aparición, en Lugo, a finales de noviembre, del primer caso de vacas afectadas por la encefalopatía espongiforme es, en este momento, el que más preocupa al presidente del Gobierno, excepción hecha del terrorismo. Aznar está seriamente inquieto no sólo por la posibilidad de que aparezca algún caso en seres humanos, sino también por las repercusiones políticas de la crisis.

Hasta el momento, los allegados al presidente aseguran que no ha llamado a nadie al orden. Por el contrario, afirman, se entrevistó en los primeros días de la semana que hoy acaba con la ministra de Sanidad, Celia Villalobos, 'que salió muy tranquila del despacho', y con el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, que se presentó casi de sopetón en La Moncloa el pasado miércoles para pedirle que los ministerios de Agricultura y Sanidad no aprueben normas y leyes que su gobierno autonómico no puede aplicar y que le hacen quedar en muy mal lugar. Fraga, arrastrado por la fuerte repercusión que tuvo en los medios de comunicación nacionales el caso del vertero ilegal de Mesía, se ha visto obligado a reconocer que había violado la ley, algo que le ha sentado extraordinariamente mal.

El caso del presidente de la Xunta es casi paradigmático de la falta de agilidad de los responsables populares en esta crisis. Fraga, que por primera vez en su vida ha dado la impresión de estar rebasado por los acontecimientos, está convencido de que éste es su peor momento desde hace 11 años, pero también de que la culpa no es sólo suya, o de sus consejeros, sino también de la descoordinación de los ministerios mencionados.

El presidente de la Xunta está, además, muy irritado por las recomendaciones de su partido, desde Madrid, de que adelante las elecciones autonómicas a junio, no vaya a ser que le explote en las manos una crisis todavía mayor. Su malestar es tan grande que mantuvo en silencio su entrevista con el presidente del Gobierno, mientras que hacía saber que había hablado, 'por teléfono', con Rajoy y con Arenas 'para intercambiar impresiones'.

Aznar ha sido también informado por responsables del partido del riesgo que puede correr el PP en Galicia, una región que hasta ahora estaba 'completamente segura' para los populares desde el punto de vista electoral. En concreto, el PP en Madrid teme la impresión de caos y desconcierto que ha dado la Xunta y la posibilidad de que haya que seguir sacrificando numerosas reses en un futuro próximo, con el malestar que ello puede causar en el medio rural gallego, habitual sembrado de votos para Fraga.

La descoordinación en Madrid de la que se queja Manuel Fraga es cierta y ha quedado patente a lo largo de toda la crisis, aunque sus reproches le parezcan el colmo a los expertos de Agricultura y Sanidad. Los técnicos mantienen un disciplinado silencio, pero recuerdan que son las comunidades autonómas las que tienen las competencias en materia de sanidad animal.

Para los dos ministerios es evidente que el fraude alimenticio (dar de comer harinas animales al ganado bovino, pese a estar prohibido desde 1995) se ha cometido delante de las narices de los consejeros autónomos y de sus servicios de inspección. Éste es precisamente el único punto en el que coinciden, porque en todo lo demás se prodigan los ataques mutuos.

En el caso de Celia Villalobos ha resultado también llamativa la falta de apoyo que le ha brindado públicamente su partido cuando se desató la tormenta por sus declaraciones sobre mataderos ilegales o el desaconsejable uso de huesos de vacuno para la elaboración de caldo (huesos que, por otra parte, ya están prohibidos en otros países).

La primera y auténtica crisis a la que ha tenido que hacer frente la nueva ministra de Sanidad ha dejado claro que Villalobos está en el Gobierno por el apoyo del presidente y por su probada lealtad a Aznar, y no por simpatías en los círculos de poder del PP, que la han dejado sola a la primera ocasión.

La crisis de las vacas locas es, en opinión del propio presidente, la más grave a la que tiene que hacer frente el Gobierno ahora, pero no la única. La atención de Aznar, que teóricamente iba a estar a partir del fin de verano básicamente centrada en el 'tema vasco' y en las relaciones exteriores, se ha tenido que ramificar a toda prisa en las últimas semanas no una sino varias veces, con el riesgo de lo que su amigo Tony Blair llama 'perder el ritmo'.

Perder el paso y la iniciativa es, para el primer ministro británico, algo muy malo para un político. De hecho, Blair ha procurado dar un serio giro cada vez que ha corrido ese riesgo, como a principios de mayo pasado cuando buena parte de sus propios colaboradores le reclamó aire e iniciativa.

En el caso de Aznar, es difícil que nadie de su entorno político tenga confianza, o carácter, como para formularle reclamaciones parecidas. Y, sin embargo, algunos admiten en privado que se están acumulando 'carpetas' encima de la mesa tanto del presidente como de algunos ministros concretos. Algo que no pasaba, por lo menos no con tanta frecuencia, cuando el Gobierno tenía que moverse en minoría.

Una de esas 'carpetas', a juicio de más de un responsable popular, es la falta de una 'estrategia de comunicación' o, dicho con otras palabras, 'la disfunción' que existe entre la política informativa del partido y la del Gobierno.

Algunas de estas personas consideran que la acumulación, en tan poco tiempo, de tantos problemas ha puesto precisamente más de relieve esa disfunción, porque, entre unos y otros, al final no ha existido 'una presencia o una cara' que pudiera ser identificada por los ciudadanos como 'una referencia común', al margen de que los respectivos ministros comparecieran con rapidez en público o no.

'El principal problema de este Gobierno es que corre el peligro de enredarse'. La frase no es de un político sino de un banquero que se muestra sorprendido por lo que considera 'un poco de desorientación'. En su opinión, el riesgo de 'liarse' no se debe a motivos económicos, sino estrictamente políticos.

Desde un punto de vista económico, el Gobierno hace frente a dos problemas: la desaceleración del crecimiento y la existencia de una inflación que se sitúa justo en el doble de lo previsto (un 4% en lugar del 2% anunciado).

La inflación puede disminuir algo a mediados de año como consecuencia de la bajada del precio del petróleo, la cotización del dólar y a haber descontado ya el efecto de la crisis de las vacas locas, pero aun así permanecerá por encima de la media comunitaria, lo que es una mala noticia y provocará una menor creación de empleo. Sin embargo, los especialistas siguen calculando un crecimiento 'aceptable'.

Es decir, el Gobierno prevé este año una situación económica 'que ya no es la que era', pero que tampoco puede calificarse de dramática. Una gestión simplemente 'aseada' debería ser suficiente para no 'enredar', siempre que no se produzcan escándalos en temas relacionados con concesiones o fusiones.

Los motivos políticos 'con capacidad de lío' a que se refería el banquero aludido son 'la creencia de los políticos de que una mayoría absoluta electoral da la razón y la mayoría en todos los aspectos sociales, políticos y económicos de la vida de un país' y la apertura del llamado 'melón sucesorio' de Aznar, tema que puede parecer lejano a los ciudadanos, pero que tiene un valor temporal muy distinto para los partidos y los posibles candidatos.

En el primer caso, el mejor ejemplo es el posible conflicto institucional que puede causar la exigencia del Gobierno de que el Tribunal Supremo reintegre en la carrera judicial al ex juez Javier Gómez de Liaño, condenado por prevaricación. La posibilidad de un enfrentamiento directo con el Supremo despierta inquietud en algunos sectores cercanos al PP.

Aunque Aleix Vidal Quadras no es representativo de la opinión del PP, puede resultar revelador en este sentido el artículo que publicó el viernes pasado en La Razón. 'Llegados a este punto, el Gobierno ha demostrado hasta la saciedad su voluntad de apurar las posibilidades para recuperar a Gómez de Liaño para la carrera judicial y, en este sentido, no parece razonable pedirle más. Seguir adelante con un conflicto jurisdiccional representaría someter al sistema a una tensión tan peligrosa como desproporcionada'. El ex dirigente popular catalán parece advertir a los medios de comunicación que siguen presionando al Gobierno para que plantee el conflicto de que 'se ha hecho todo lo posible' y renuncien a seguir exigiendo a Aznar el reconocimiento público del ex juez.

La cuestión de la sucesión de Aznar, por su parte, es otra gran generadora de enredos potenciales. Aznar repite, una y otra vez, que no merece la pena hablar de la cuestión ahora, cuando faltan todavía tres años para unas nuevas elecciones generales. 'Ahora no toca', es su expresión favorita para intentar acallar la discusión. Pero por mucho que se empeñe, para otra mucha gente, entre ellos los posibles candidatos, sí toca.

'El tema de la sucesión del líder dentro de cualquier partido es el gran tema, la cuestión básica y la piedra angular de todo el juego interno', reconoce un dirigente del PP, que niega, sin embargo, que exista ya entre los populares una 'guerra de sucesión soterrada'. Todo lo más, aceptaría 'pequeñas tomas de posición'. Y, con alguna ironía, añade: 'A veces, en estos casos el problema no son los candidatos a suceder a Aznar, gente discreta que sabe cuánto aprecia el presidente esa cualidad, sino terceros en liza que pretenden que el candidato finalmente elegido le deba un favor. Y ésos, lo acepto, son capaces de enredar bastante'.

Es cierto que los posibles candidatos (los más mentados son Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana, Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja y, con menos frecuencia, Mariano Rajoy) se mueven con discreción y que existe la creencia generalizada dentro del PP de que quien se mueva cometerá un serio error. Pero aun así sorprende la exagerada discreción del primer candidato, vicepresidente segundo y ministro de Economía, Rodrigo Rato, cuyo retraimiento público es considerable.

El hecho de que, tras las elecciones y pese a la mayoría absoluta conseguida, perdiera su condición de vicepresidente primero, así como la cartera de Hacienda, fue interpretado en algunos círculos populares como una muestra de la voluntad del propio Aznar de retirarle de la primera línea para que estuviera más protegido cara a 2004. Pero algunos empiezan a pensar que fue un 'error técnico' renunciar a la cartera de Hacienda, que tiene algo más de oportunidades de proyección pública que la de Economía. En cualquier caso, sigue apareciendo en las quinielas en primer lugar, sobre todo si el nuevo líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, sigue en su actual línea de fortalecimiento.

La irrupción de Rodríguez Zapatero en la escena política es, precisamente, otra de las novedades, y de las complicaciones, a las que ha tenido que hacer frente Aznar bastante antes de lo que era previsible. Hace sólo seis meses, el Partido Popular podía pensar en una nueva y cómoda mayoría para 2004. El principal partido de la oposición, el PSOE, no tuvo hasta el 22 de julio ni tan siquiera un dirigente o posible candidato. El hecho de que finalmente resultara elegido un diputado leonés muy poco conocido para la opinión pública les permitió creer, razonablemente, al Partido Popular y al presidente del Gobierno que tenían por delante bastantes meses, por no decir un par de años, de relativa tranquilidad mientras el nuevo dirigente se hacía con el control interno del fragmentado partido socialista y conseguía adquirir solidez pública.

El proceso de reconstrucción interna socialista ha ido, sin embargo, más deprisa de lo previsto y el propio Rodríguez Zapatero ha conseguido, por su parte, colocarse muy rápidamente en las encuestas de popularidad. Para sorpresa de los especialistas del PP, y de prácticamente todo el mundo, Zapatero no ha hecho sangre con prácticamente ninguno de los problemas de la agenda de Aznar, y aun así, con una oposición controlada y nada estridente, ha logrado una presencia política indudable.

'Falta todavía mucho para las próximas elecciones generales, y en estos años pueden pasar muchas cosas -comenta un veterano diputado popular-, pero, sin llegar a estar preocupado, sí creo que el PP tiene que empezar a reaccionar frente al nuevo dirigente socialista'.Hace sólo 10 meses, en marzo de 2000, José María Aznar y el Partido Popular conseguían el sueño de todo político y de todo partido: la mayoría absoluta en las elecciones generales. El 'estado de gracia' se acompañaba de una oposición descabezada y desconcertada, una situación económica saneada y una imagen quizá no carismática, pero sí de solvente eficacia gestora. Y de repente, casi sin darse cuenta, el Gobierno empieza el año con un inventario de problemas disparado -incluido un crecimiento económico desacelerado y una inflación importante-, una nueva imagen de falta de reacción o parálisis, que arrastra desde fines de verano, y un dirigente socialista que ha conseguido instalarse en menos de cinco meses en el mapa político con notable solidez. 'Lo normal suele ser enfrentarse a situaciones así a mitad de legislatura, pero no tan pronto. Tenemos razón quienes nos quejamos de la extraña rapidez con la que parece haberse olvidado nuestra gran victoria electoral', confiesa un dirigente del partido.

El inventario de inesperados problemas fue subrayado por el propio presidente del Gobierno durante la larga entrevista que concedió el pasado martes día 9 a la cadena de televisión Antena 3. La entrevista había sido concertada para esa fecha desde navidades, con la idea de que el presidente, que se iba de viaje a Kazajistán el 12 de enero, hubiera tenido ya una aparición pública para comentar los temas de actualidad y el empiece del año. Sus asesores habían calculado que, además de las terribles inquietudes que siempre despierta la situación en el País Vasco, quizá tuviera que comentar algo sobre el tema del indulto al ex juez prevaricador Javier Gómez de Liaño y sobre algún tema relacionado con la fusión de Endesa e Iberdrola, en el caso de que el Tribunal de la Competencia ya se hubiera pronunciado sobre el tema en esas fechas. Pero no se les ocurrió que en enero Aznar tuviera que hacer frente a 'tantos y tan desagradables' temas de actualidad. La realidad fue que cuando llegó el momento, el presidente del Gobierno, que tenía pensado dedicar un buen rato a hablar del balance económico y de gestión general, se encontró con que razonablemente debía hacer frente a una agenda muy distinta.

Por este orden, José María Aznar habló de crisis de las vacas locas, síndrome del uranio empobrecido, futuro del submarino Tireless, situación de los inmigrantes ecuatorianos en Murcia, posible conflicto institucional con el Tribunal Supremo a propósito de su exigencia de que el ex juez prevaricador Javier Gómez de Liaño sea reintegrado en la carrera judicial, ofensiva terrorista y situación en el País Vasco, aumento de la inflación y su propia sucesión como candidato del PP en las futuras elecciones de 2004. Durante 56 minutos la sensación fue de cierto agobio.

¿Cuáles son las razones por las que lo que parecía una situación razonablemente controlada se ha ido convirtiendo en algo mucho menos cómodo? 'El principal inconveniente ha sido una cierta parálisis que comenzó después del verano, cuando el Gobierno pareció ausente no sólo frente a la espantosa ofensiva terrorista, lo que siempre es un tema muy discutible, sino frente a cuestiones más evidentes como el problema del aumento del precio del petróleo y la bajada del euro', explica un analista financiero.

El Gobierno estuvo lento de reflejos, pero sobre todo sorprendió cuando a la vuelta del verano pareció que no tenía nada preparado, ninguna novedad -aunque fuera 'mediática'- que presentar en el inicio del curso.

Los miembros del Gobierno y de la dirección del partido no aceptan la crítica de que disponer de una mayoría absoluta les haya quitado agilidad y sentido de la oportunidad. Sin embargo, algunos responsables de segundo escalón creen que, inevitablemente, bien sea por presión de sectores del partido, bien por inercia, se ha producido esa relajación y que en estos primeros meses se ha echado en falta una mayor coordinación dentro del Gobierno.

El vicepresidente primero, Mariano Rajoy, parece ser un hombre que 'deja cuerda', es decir, que tiene una forma de coordinar relajada y que deja hacer, siempre que no se trate de cuestiones de lo que él mismo considera 'alta política'. Ese criterio, que algunos de sus colegas alaban sinceramente, ha resultado, según algunos otros, un serio inconveniente en la gestión de crisis como la de las vacas locas.

El problema planteado por la aparición, en Lugo, a finales de noviembre, del primer caso de vacas afectadas por la encefalopatía espongiforme es, en este momento, el que más preocupa al presidente del Gobierno, excepción hecha del terrorismo. Aznar está seriamente inquieto no sólo por la posibilidad de que aparezca algún caso en seres humanos, sino también por las repercusiones políticas de la crisis.

Hasta el momento, los allegados al presidente aseguran que no ha llamado a nadie al orden. Por el contrario, afirman, se entrevistó en los primeros días de la semana que hoy acaba con la ministra de Sanidad, Celia Villalobos, 'que salió muy tranquila del despacho', y con el presidente de la Xunta, Manuel Fraga, que se presentó casi de sopetón en La Moncloa el pasado miércoles para pedirle que los ministerios de Agricultura y Sanidad no aprueben normas y leyes que su gobierno autonómico no puede aplicar y que le hacen quedar en muy mal lugar. Fraga, arrastrado por la fuerte repercusión que tuvo en los medios de comunicación nacionales el caso del vertero ilegal de Mesía, se ha visto obligado a reconocer que había violado la ley, algo que le ha sentado extraordinariamente mal.

El caso del presidente de la Xunta es casi paradigmático de la falta de agilidad de los responsables populares en esta crisis. Fraga, que por primera vez en su vida ha dado la impresión de estar rebasado por los acontecimientos, está convencido de que éste es su peor momento desde hace 11 años, pero también de que la culpa no es sólo suya, o de sus consejeros, sino también de la descoordinación de los ministerios mencionados.

El presidente de la Xunta está, además, muy irritado por las recomendaciones de su partido, desde Madrid, de que adelante las elecciones autonómicas a junio, no vaya a ser que le explote en las manos una crisis todavía mayor. Su malestar es tan grande que mantuvo en silencio su entrevista con el presidente del Gobierno, mientras que hacía saber que había hablado, 'por teléfono', con Rajoy y con Arenas 'para intercambiar impresiones'.

Aznar ha sido también informado por responsables del partido del riesgo que puede correr el PP en Galicia, una región que hasta ahora estaba 'completamente segura' para los populares desde el punto de vista electoral. En concreto, el PP en Madrid teme la impresión de caos y desconcierto que ha dado la Xunta y la posibilidad de que haya que seguir sacrificando numerosas reses en un futuro próximo, con el malestar que ello puede causar en el medio rural gallego, habitual sembrado de votos para Fraga.

La descoordinación en Madrid de la que se queja Manuel Fraga es cierta y ha quedado patente a lo largo de toda la crisis, aunque sus reproches le parezcan el colmo a los expertos de Agricultura y Sanidad. Los técnicos mantienen un disciplinado silencio, pero recuerdan que son las comunidades autonómas las que tienen las competencias en materia de sanidad animal.

Para los dos ministerios es evidente que el fraude alimenticio (dar de comer harinas animales al ganado bovino, pese a estar prohibido desde 1995) se ha cometido delante de las narices de los consejeros autónomos y de sus servicios de inspección. Éste es precisamente el único punto en el que coinciden, porque en todo lo demás se prodigan los ataques mutuos.

En el caso de Celia Villalobos ha resultado también llamativa la falta de apoyo que le ha brindado públicamente su partido cuando se desató la tormenta por sus declaraciones sobre mataderos ilegales o el desaconsejable uso de huesos de vacuno para la elaboración de caldo (huesos que, por otra parte, ya están prohibidos en otros países).

La primera y auténtica crisis a la que ha tenido que hacer frente la nueva ministra de Sanidad ha dejado claro que Villalobos está en el Gobierno por el apoyo del presidente y por su probada lealtad a Aznar, y no por simpatías en los círculos de poder del PP, que la han dejado sola a la primera ocasión.

La crisis de las vacas locas es, en opinión del propio presidente, la más grave a la que tiene que hacer frente el Gobierno ahora, pero no la única. La atención de Aznar, que teóricamente iba a estar a partir del fin de verano básicamente centrada en el 'tema vasco' y en las relaciones exteriores, se ha tenido que ramificar a toda prisa en las últimas semanas no una sino varias veces, con el riesgo de lo que su amigo Tony Blair llama 'perder el ritmo'.

Perder el paso y la iniciativa es, para el primer ministro británico, algo muy malo para un político. De hecho, Blair ha procurado dar un serio giro cada vez que ha corrido ese riesgo, como a principios de mayo pasado cuando buena parte de sus propios colaboradores le reclamó aire e iniciativa.

En el caso de Aznar, es difícil que nadie de su entorno político tenga confianza, o carácter, como para formularle reclamaciones parecidas. Y, sin embargo, algunos admiten en privado que se están acumulando 'carpetas' encima de la mesa tanto del presidente como de algunos ministros concretos. Algo que no pasaba, por lo menos no con tanta frecuencia, cuando el Gobierno tenía que moverse en minoría.

Una de esas 'carpetas', a juicio de más de un responsable popular, es la falta de una 'estrategia de comunicación' o, dicho con otras palabras, 'la disfunción' que existe entre la política informativa del partido y la del Gobierno.

Algunas de estas personas consideran que la acumulación, en tan poco tiempo, de tantos problemas ha puesto precisamente más de relieve esa disfunción, porque, entre unos y otros, al final no ha existido 'una presencia o una cara' que pudiera ser identificada por los ciudadanos como 'una referencia común', al margen de que los respectivos ministros comparecieran con rapidez en público o no.

'El principal problema de este Gobierno es que corre el peligro de enredarse'. La frase no es de un político sino de un banquero que se muestra sorprendido por lo que considera 'un poco de desorientación'. En su opinión, el riesgo de 'liarse' no se debe a motivos económicos, sino estrictamente políticos.

Desde un punto de vista económico, el Gobierno hace frente a dos problemas: la desaceleración del crecimiento y la existencia de una inflación que se sitúa justo en el doble de lo previsto (un 4% en lugar del 2% anunciado).

La inflación puede disminuir algo a mediados de año como consecuencia de la bajada del precio del petróleo, la cotización del dólar y a haber descontado ya el efecto de la crisis de las vacas locas, pero aun así permanecerá por encima de la media comunitaria, lo que es una mala noticia y provocará una menor creación de empleo. Sin embargo, los especialistas siguen calculando un crecimiento 'aceptable'.

Es decir, el Gobierno prevé este año una situación económica 'que ya no es la que era', pero que tampoco puede calificarse de dramática. Una gestión simplemente 'aseada' debería ser suficiente para no 'enredar', siempre que no se produzcan escándalos en temas relacionados con concesiones o fusiones.

Los motivos políticos 'con capacidad de lío' a que se refería el banquero aludido son 'la creencia de los políticos de que una mayoría absoluta electoral da la razón y la mayoría en todos los aspectos sociales, políticos y económicos de la vida de un país' y la apertura del llamado 'melón sucesorio' de Aznar, tema que puede parecer lejano a los ciudadanos, pero que tiene un valor temporal muy distinto para los partidos y los posibles candidatos.

En el primer caso, el mejor ejemplo es el posible conflicto institucional que puede causar la exigencia del Gobierno de que el Tribunal Supremo reintegre en la carrera judicial al ex juez Javier Gómez de Liaño, condenado por prevaricación. La posibilidad de un enfrentamiento directo con el Supremo despierta inquietud en algunos sectores cercanos al PP.

Aunque Aleix Vidal Quadras no es representativo de la opinión del PP, puede resultar revelador en este sentido el artículo que publicó el viernes pasado en La Razón. 'Llegados a este punto, el Gobierno ha demostrado hasta la saciedad su voluntad de apurar las posibilidades para recuperar a Gómez de Liaño para la carrera judicial y, en este sentido, no parece razonable pedirle más. Seguir adelante con un conflicto jurisdiccional representaría someter al sistema a una tensión tan peligrosa como desproporcionada'. El ex dirigente popular catalán parece advertir a los medios de comunicación que siguen presionando al Gobierno para que plantee el conflicto de que 'se ha hecho todo lo posible' y renuncien a seguir exigiendo a Aznar el reconocimiento público del ex juez.

La cuestión de la sucesión de Aznar, por su parte, es otra gran generadora de enredos potenciales. Aznar repite, una y otra vez, que no merece la pena hablar de la cuestión ahora, cuando faltan todavía tres años para unas nuevas elecciones generales. 'Ahora no toca', es su expresión favorita para intentar acallar la discusión. Pero por mucho que se empeñe, para otra mucha gente, entre ellos los posibles candidatos, sí toca.

'El tema de la sucesión del líder dentro de cualquier partido es el gran tema, la cuestión básica y la piedra angular de todo el juego interno', reconoce un dirigente del PP, que niega, sin embargo, que exista ya entre los populares una 'guerra de sucesión soterrada'. Todo lo más, aceptaría 'pequeñas tomas de posición'. Y, con alguna ironía, añade: 'A veces, en estos casos el problema no son los candidatos a suceder a Aznar, gente discreta que sabe cuánto aprecia el presidente esa cualidad, sino terceros en liza que pretenden que el candidato finalmente elegido le deba un favor. Y ésos, lo acepto, son capaces de enredar bastante'.

Es cierto que los posibles candidatos (los más mentados son Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana, Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja y, con menos frecuencia, Mariano Rajoy) se mueven con discreción y que existe la creencia generalizada dentro del PP de que quien se mueva cometerá un serio error. Pero aun así sorprende la exagerada discreción del primer candidato, vicepresidente segundo y ministro de Economía, Rodrigo Rato, cuyo retraimiento público es considerable.

El hecho de que, tras las elecciones y pese a la mayoría absoluta conseguida, perdiera su condición de vicepresidente primero, así como la cartera de Hacienda, fue interpretado en algunos círculos populares como una muestra de la voluntad del propio Aznar de retirarle de la primera línea para que estuviera más protegido cara a 2004. Pero algunos empiezan a pensar que fue un 'error técnico' renunciar a la cartera de Hacienda, que tiene algo más de oportunidades de proyección pública que la de Economía. En cualquier caso, sigue apareciendo en las quinielas en primer lugar, sobre todo si el nuevo líder socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, sigue en su actual línea de fortalecimiento.

La irrupción de Rodríguez Zapatero en la escena política es, precisamente, otra de las novedades, y de las complicaciones, a las que ha tenido que hacer frente Aznar bastante antes de lo que era previsible. Hace sólo seis meses, el Partido Popular podía pensar en una nueva y cómoda mayoría para 2004. El principal partido de la oposición, el PSOE, no tuvo hasta el 22 de julio ni tan siquiera un dirigente o posible candidato. El hecho de que finalmente resultara elegido un diputado leonés muy poco conocido para la opinión pública les permitió creer, razonablemente, al Partido Popular y al presidente del Gobierno que tenían por delante bastantes meses, por no decir un par de años, de relativa tranquilidad mientras el nuevo dirigente se hacía con el control interno del fragmentado partido socialista y conseguía adquirir solidez pública.

El proceso de reconstrucción interna socialista ha ido, sin embargo, más deprisa de lo previsto y el propio Rodríguez Zapatero ha conseguido, por su parte, colocarse muy rápidamente en las encuestas de popularidad. Para sorpresa de los especialistas del PP, y de prácticamente todo el mundo, Zapatero no ha hecho sangre con prácticamente ninguno de los problemas de la agenda de Aznar, y aun así, con una oposición controlada y nada estridente, ha logrado una presencia política indudable.

'Falta todavía mucho para las próximas elecciones generales, y en estos años pueden pasar muchas cosas -comenta un veterano diputado popular-, pero, sin llegar a estar preocupado, sí creo que el PP tiene que empezar a reaccionar frente al nuevo dirigente socialista'.

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