El chicle de Baltasar
Nuestra hija de cuatro años se sentó frente al televisor la tarde del día 5 de enero. Era el primer año que tenía plena conciencia de la ilusión que representa la llegada de los Reyes Magos y por nada del mundo estaba dispuesta a perderse la cabalgata de Reyes del Ayuntamiento de Madrid.
Como dictan los cánones, sus majestades salieron en último lugar. Allí estaban, cada uno en una carroza. De pronto, nada más enfocar las cámaras a su alteza el rey Baltasar, lo vimos: ¡Baltasar mascaba chicle! No era posible. El rey Baltasar, símbolo de ilusión de millones de niños, ¡mascaba impunemente chicle! No, no había sido una falsa impresión. Mascó chicle todo el recorrido. Nosotros nos miramos, no dábamos crédito a lo que las imágenes nos ofrecían. Guardamos silencio con la esperanza de que la niña, llevada por la emoción del momento, no lo viera. La niña se volvió hacia nosotros y dijo: 'Baltasar está comiendo chicle. Vosotros decís que no se puede hacer delante de la gente. ¡El rey Baltasar es un poquito guarrito!'. 'No, cielo, no masca chicle, lo que pasa es que está un poco malito y está masticando una pastilla de esas que tomas tú para la garganta'.
No podíamos decirle la verdad: que realmente no era el rey Baltasar, sino un señor vestido como Baltasar, concejal para más señas del Ayuntamiento de Madrid, al que, según parece, nadie le ha informado, ni siquiera la lógica, de que comer chicle en público es de mala educación. No podíamos decirle que los organizadores de la cabalgata, nuestro Ayuntamiento, no habían cuidado los detalles, máxime cuando el público al que va dirigido es mayoritariamente infantil. Pero no acabó ahí todo, tampoco se preocuparon por el maquillaje de este rey. Cada vez que subía el brazo para saludar, la manga se desplazaba hacia el codo, dejando al descubierto sus muñecas blancas. En fin, espectáculo impresentable y patético.
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