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Columna
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El Paraíso Perdido

Descubrieron el Paraiso, la maravillosa existencia que ofrecía, cuando fueron arrojados de él, después de que la serpiente, enroscada en su hacha, les hiciera probar el fruto prohibido. Sólo entonces fueron conscientes, desgraciadamente, de lo que habían dejado atrás, y de la aventura dolorosa a la que habían arrastrado a la humanidad. Pero había que expulsarlos al exilio terrenal para que pudieran distinguir entre el bien y el mal, entre democracia y totalitarismo, entre liberalismo y absolutismo, para que en contacto con lo terrenal pudieran asumir la realidad. De nada sirvieron los consejos y las advertencias sobre los riesgos que asumirían, incluido el harakiri, si se acercaban al árbol del fruto prohibido. Deben ser arrojados del Paraiso para que puedan entender por experiencia propia que todo en política no es posible, que nada está otorgado por derecho divino.

Fantasearon en el deseo de ser como dioses. '¡Comed!, ¡comed!'-decía la serpiente. Seducidos por ella, en la que creían ver los mismos principios y objetivos, no se percataron de la mentira que toda fantasía tiene, el pecado de enajenamiento de la realidad, que sólo puede ser redimido, sólo puede hacerse creíble la enajenación, con el sacrificio, la sangre, la muerte, del inocente. Por eso deben salir del Paraiso.

Y en este relato entra el clero. La mitad del clero de Vizcaya reclama a ETA que deje de matar, se solidarizan con los que sufren la violencia y exhortan a los partidos a que dialoguen. Paso importante, paso comprometido. Quizás se echa de menos la explicación de que la desaparición de ETA (si ETA no mata desaparece) los otros aspectos de la declaración se ven favorecidos, casi caerían por su peso. Hay que poner en valor la declaración porque, según su portavoz, ha habido sacerdote que recordando las torturas sufridas en comisaría le costó firmarla . Como a otros sectores sociales, un clero que tuvo el valor de contestar al fascismo hace más de treinta años, le cuesta reconocer el fascismo que a nuestro alrededor se ha creado, en parte por nuestras propias responsabilidades. El valor, y el drama íntimo y personal, siempre, aunque parezca tarde, resulta encomiable.

Pero en el tema del dialogo la simpleza y el voluntarismo lo puede convertir en un objeto perverso. Mientras se hacía pública la declaración del clero, Iturgaitz y Redondo, el PP y el PSOE, rubricaban el apoyo de la Plataforma Libertad al pacto antiterrorista. Quizás ese dialogo parezca baladí porque no interesa a la comunidad nacionalista, pero, ¿acaso no le ha requerido esfuerzo al PSOE renunciar al filón más demagógico y productivo, el de la política antiterrorista, que gestiona el PP?. El PP no lo hizo cuando el PSOE estaba en el Gobierno, le atizó por todos los lados, y el PSOE, conociendo las consecuencias legitimadoras para el terrorismo que ese comportamiento genera, ha preferido corresponsabilizarse. Tal es el costo para el PSOE que a veces chirrian situaciones en su interior, pero mantiene el dialogo siendo el partido de la oposición. Esto es dialogo en el plano político, ni seguidismo, ni pensamiento único.

Para hacer posible el dialogo es necesario compartir un código mínimo. Es cierto que en el plano moral el código existe entre los constitucionalistas y gran parte de los nacionalistas, a excepción de muy pocos que asumen el terrorismo y de otros que oportunistamente gozan de la ventaja del miedo de los 'españolazos', pero en el plano político no. La inexistencia de código en el plano político fue lo que ha dado lugar a la tragedia de los Balcanes, y el nacionalismo vasco en su generalidad, tras el Pacto de Lizarra, dinamitó el marco político, el papel del Estado, las constituciones, los estatutos, en un impulso contestatario de la modernidad, es decir, bárbaro. La dificultad del dialogo político, que acaba influyendo profundamente en el plano moral, resulta espeso y difícil con el nacionalismo. Pocos se niegan a él, pero la mayoría reconocemos que sería un diálogo entre besugos. Romper la única prohibición que existió en el Paraiso, sólo una, nos ha arrastrado a esta caótica y surrealista situación.

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