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Un año ya

Un año hace del fallecimiento de Salvador Salcedo. Nuestro común amigo Alfonso Barcón decía, que resultaba lamentable que su ausencia hubiera podido pasar un tanto inadvertida, y recordaba cuando antes se disfrutaba de una mayor convivencia. Sin duda Alfonso pensaba en cómo Salvador había descrito, hace 25 años, la presentación de las pinturas de Maite Miralles, entonces en la galería Nike, hoy en el hermoso teatro de marionetas La estrella del Cabanyal, en compañía de Gabriel Fariza, con las siguientes palabras: 'Amemos el desvalimiento de esos personajes, tan reales en el lienzo como fuera de él, para desterrar el desvalimiento de los que empiezan a vivir y de los que morirán sin haber vivido libre y dignamente, pues todos somos lo suficientemente niños, viejos o infelices (cualquiera que sea nuestra edad) para sentirnos, en el instante más imprevisto de la existencia, las tres cosas'. Dicen que son los niños quienes más se divierten con las marionetas, pero son todos aquellos, que no han dejado de sentirse, en algún momento, como tales, quienes más disfrutan de sus enseñanzas.

También Ernesto Sábato refresca en su última novela los antiguos valores de otros tiempos, con los que combatimos el olvido del pasado, ya que devienen de urgente utilización en los momentos actuales.

Así, cuando nosotros mismos, recién casados, y llegados a nuestra nueva vivienda, nos encontramos en la puerta contigua, con una amable sugerencia, en forma de postal, prendida con chincheta y con ilustración de cómic, que decía 'truqueu amb el puny', pudimos empezar a advertir que nos esperaban unos años magníficos. Allí vivían Carmen Alborch y Damià Mollà, y la invitación tenía por autor, al polifacético Josep-Vicent Marqués. Nuestra transición fue aquí en Valencia en aquel edificio, donde el Hotel Renasa. Allí coincidimos con estos buenos amigos y con tantos otros. Como Manolo Sánchez Ayuso, siempre aparentemente desvalido, hasta que el corazón le jugó tan mala pasada, y José Ramón Juániz y Pilar Velilla, tiempo antes de que ella se fuera a recorrer las oficinas comerciales internacionales acompañándose con Jesús Murujosa, por entonces delegado regional de comercio, y él a solucionar los problemas de los 'beneficiarios' de la Seguridad Social, y los del mundo, con los abogados del mismo.

En la planta baja, donde el hotel, tenía sus tertulias Vicente Rodríguez Martínez, que luego trasladaría al Hotel Astoria y bautizaría como Club Jaume I, hoy felizmente refundado bajo la égida de Vicente Lluch. En el terreno futbolístico, granotas y merengues, estaban respectivamente representados, por dos ilustres zagueros, rivales en la cancha, convecinos en la escalera, Calpe y Carrete. En el campo artístico, Genaro Lahuerta, nos tutelaba desde su estudio, en lo más alto, desde donde mejor podía verse el mar.

Y mientras tanto, con todo aquel ir y venir de gentes, éramos más rebeldes que integrados, según las que serían sus propias palabras, ya que, como no podía ser de otra manera, apareció Salvador Salcedo. Compañero de profesión de Damià, confesaba que lo era de promoción en Derecho, de Manuel Broseta. Si la muerte de Manuel Broseta nos violentó, la de Salvador Salcedo, nos sorprendió nuevamente. El tiempo trae bruscamente el recuerdo, de aquellas personas, cuyo paso quedó en nuestra memoria, en el transcurso de toda una generación. La nuestra, la que se corresponde con los primeros años de la segunda mitad del siglo XX. Aquélla de la que escribió Salvador, que fue la primera que también estéticamente quiso romper con la anterior.

Íbamos desaliñados, con patillas y pantalones acampanados, como hoy los llevan ajustados, y van con móviles o con piercing. Vivíamos en la autarquía, como hoy viven la globalización. Queríamos cambiar los tiempos, como hoy quieren encontrar el suyo. Desde entonces hasta hace poco, duró nuestra transición. La que lleva a cada generación a trazar un camino que limita con las nuevas expectativas de la siguiente. La que llevó a Salvador, como a Marqués y Mollà, o Ninyoles y Picó, a transitar por el sendero de la sociología, y de la que la vida perdió hace un año una valiosa página. Por eso, quienes podemos hacerlo, recordamos con añoranza a quienes no pueden acompañarnos, y a su tiempo, que nos advierte con insistencia, de lo fútil de nuestro paso, y del privilegio que tuvimos de su compañía, en el disfrute de aquellos valores del pasado, en unos entrañables momentos, que para siempre nos pertenecen.

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Alejandro Mañes es gerente de la Fundació General de la Universidad de Valencia.

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