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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vientos económicos

Los españoles abordan 2001 en condiciones económicas bien distintas a como lo hacían hace un año. La intensidad del impacto que la desaceleración de la economía estadounidense va a ejercer sobre el resto del mundo va a depender en primera instancia de los vínculos comerciales y financieros con cada economía, pero también de la capacidad defensiva de cada una de ellas frente a los vientos de menor crecimiento que ya se extienden por el conjunto de la economía mundial.

Aunque las economías que integran el área euro presentan unos fundamentos sanos, la contracción en el ritmo de crecimiento mundial tiene lugar sin que hayan madurado en Europa las posibilidades de expansión y de creación de empleo. El año 2001 será, también para los europeos, peor que el anterior. La economía española no podrá seguir contando con la complicidad de vientos favorables del exterior: tendrá que contar con su propia capacidad defensiva y con una mayor habilidad en la orientación de la política económica, con el fin de sortear las amenazas más explícitas.

Que el Banco Central Europeo reduzca el precio del dinero, siguiendo la senda marcada por la Reserva Federal estadounidense, será sin duda una condición necesaria para amortiguar la debilidad de la demanda y vendrá bien en un país como España, en el que las familias asignan una parte importante de su renta a los préstamos hipotecarios. Y en mayor medida si tenemos en cuenta que las rentas salariales, en especial aquellas que se establecen mediante convenios, no van a crecer de forma significativa, al contrario de lo que lo están haciendo algunas partidas básicas de los presupuestos de gasto familiar, como los alimentos frescos o el butano, entre los más recientes. Elementos ambos que no permiten anticipar una significativa corrección inmediata del desequilibrio inflacionista.

La agencia Moody's acaba de advertir de que la calificación crediticia de nuestra deuda pública puede ser objeto de revisión a la baja si persiste ese diferencial en el crecimiento de los precios. De su impacto en la competitividad podremos tener evidencias aún mayores si el euro sigue recuperando su valor frente al dólar y, en consecuencia, dejando de favorecer el crecimiento de las ventas al exterior y la consiguiente corrección del importante desequilibrio exterior.

El debilitamiento ya observado desde hace meses en la demanda de las familias y en la inversión en bienes de equipo de las empresas podría acentuarse si el sector exterior no reduce su déficit. Confiar demasiado en el comportamiento de los ingresos por turismo sería también una apuesta arriesgada, a tenor de la desaceleración internacional y de las elevaciones en precios que ha experimentado ese sector en el último año.

Al final, las posibilidades de reacción de nuestra economía pasan todas ellas por la reconducción de nuestro diferencial de inflación. Y es ahí donde siguen sin ponerse sobre la mesa decisiones de alcance que puedan invertir esa tendencia. El empeño de las autoridades en atarse de pies y manos a los dictados del déficit cero puede quedar en poco más que una inútil retórica contable si los vientos de la economía internacional son más adversos que los hoy percibidos. El estancamiento en la creación de empleo y el aumento de la precariedad -el empleo temporal ha crecido un 14% desde la última reforma laboral, en el segundo trimestre de 1997, hasta junio del pasado año y afecta ya a una tercera parte de los ocupados- pueden ser el más explícito de los resultados que nos devuelva a los años anteriores a un milagro económico que ahora vemos provocó el síndrome de la levitación a quienes debieran hacer todo lo posible por mantenerlo.

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