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Reportaje:

El tesoro de la gruta abandonada

La Casa de Campo alberga una galería renacentista sitiada por farolas, señales de tráfico y cables

Justo a la entrada de la Casa de Campo, en el frontal que mira al Manzanares y a la antigua estación del Príncipe Pío, Madrid oculta un preciado tesoro. Se encuentra a la vera del edificio histórico, hoy sede del Instituto Municipal de Deportes y de unas dependencias de Parques y Jardines, que fuera casal, palacio y cazadero de don Fadrique de Vargas. Fue este prócer quien, en 1562, vendió al rey Felipe II su hacienda campestre, por la que el Austria pagó hasta 335.000 maravedises.

La Casa de Campo, con sus tesoros, llegaría a ampliarse hasta las 1.722,6 hectáreas que hoy ocupa, con forma de caprichoso polígono de 52 lados desplegado en cinco cuarteles: Casa Quemada, al norte, junto a Aravaca; Rodajos, al sur, hacia el paseo de Extremadura; Pinos, al oeste, hacia Pozuelo de Alarcón, y Covatillas y Torrecillas, al este, frente al río, donde se oculta el tesoro que nos ocupa: se trata de una construcción de única planta, atribuida a Juan Bautista de Toledo, primer arquitecto de El Escorial, a la que denominan desde hace siglos la Lonja o Galería de las Grutas.

Fue en su día ala autónoma del palacio de los Vargas y tiene unos 30 metros de longitud por más de siete de anchura. Construida en ladrillo, se halla extrañamente hundida al menos medio metro sobre el nivel del terreno circundante. Muestra varios arcos de acceso. En su interior, una decena de columnas pétreas, de orden toscano y basa peraltada, escolta dos túmulos rectangulares que sobresalen del suelo. El techo parece obra de albañiles orientales, por la finura de su fábrica; sobre algunos paños se observan molduras con sirenas. Alberga al menos un manantial.

Por su aspecto interior, enigmático y cóncavo, esta construcción parece un templo bizantino, hipótesis que desmienten varias hornacinas para imágenes, hoy vacías, que aloja a ambos lados de su bella planta. Tiznajos ahumados, orín y telarañas ocultan su trama de bóvedas, firmes aún pero en un estado de lamentable abandono. Hoy se hallan sitiadas por toneladas de señales, farolas, bancos y cables que componen el arsenal de mobiliario urbano amontonado allí mismo, sobre una de las escasas ruinas renacentistas de Madrid. Y ello pese a que el PP, enarbolando la defensa del renacentismo del paraje, orquestó durante cuatro años una furibunda oposición a que la línea 10 del metro pasara sobre su superficie.

En 1995, el desbordamiento del lago de la Casa de Campo llevó al PP a pedir a la UE que financiara el 80% de un plan de 1.115 millones de pesetas para sanearla de sus daños. La Lonja ocupaba, entonces, su atención máxima. Hoy, la galería rumia su erosión en un silencio bien distinto del que guardan, por vacaciones, la Gerencia Municipal de Urbanismo y las concejalías de Medio Ambiente y Parques y Jardines.Justo a la entrada de la Casa de Campo, en el frontal que mira al Manzanares y a la antigua estación del Príncipe Pío, Madrid oculta un preciado tesoro. Se encuentra a la vera del edificio histórico, hoy sede del Instituto Municipal de Deportes y de unas dependencias de Parques y Jardines, que fuera casal, palacio y cazadero de don Fadrique de Vargas. Fue este prócer quien, en 1562, vendió al rey Felipe II su hacienda campestre, por la que el Austria pagó hasta 335.000 maravedises.

La Casa de Campo, con sus tesoros, llegaría a ampliarse hasta las 1.722,6 hectáreas que hoy ocupa, con forma de caprichoso polígono de 52 lados desplegado en cinco cuarteles: Casa Quemada, al norte, junto a Aravaca; Rodajos, al sur, hacia el paseo de Extremadura; Pinos, al oeste, hacia Pozuelo de Alarcón, y Covatillas y Torrecillas, al este, frente al río, donde se oculta el tesoro que nos ocupa: se trata de una construcción de única planta, atribuida a Juan Bautista de Toledo, primer arquitecto de El Escorial, a la que denominan desde hace siglos la Lonja o Galería de las Grutas.

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Fue en su día ala autónoma del palacio de los Vargas y tiene unos 30 metros de longitud por más de siete de anchura. Construida en ladrillo, se halla extrañamente hundida al menos medio metro sobre el nivel del terreno circundante. Muestra varios arcos de acceso. En su interior, una decena de columnas pétreas, de orden toscano y basa peraltada, escolta dos túmulos rectangulares que sobresalen del suelo. El techo parece obra de albañiles orientales, por la finura de su fábrica; sobre algunos paños se observan molduras con sirenas. Alberga al menos un manantial.

Por su aspecto interior, enigmático y cóncavo, esta construcción parece un templo bizantino, hipótesis que desmienten varias hornacinas para imágenes, hoy vacías, que aloja a ambos lados de su bella planta. Tiznajos ahumados, orín y telarañas ocultan su trama de bóvedas, firmes aún pero en un estado de lamentable abandono. Hoy se hallan sitiadas por toneladas de señales, farolas, bancos y cables que componen el arsenal de mobiliario urbano amontonado allí mismo, sobre una de las escasas ruinas renacentistas de Madrid. Y ello pese a que el PP, enarbolando la defensa del renacentismo del paraje, orquestó durante cuatro años una furibunda oposición a que la línea 10 del metro pasara sobre su superficie.

En 1995, el desbordamiento del lago de la Casa de Campo llevó al PP a pedir a la UE que financiara el 80% de un plan de 1.115 millones de pesetas para sanearla de sus daños. La Lonja ocupaba, entonces, su atención máxima. Hoy, la galería rumia su erosión en un silencio bien distinto del que guardan, por vacaciones, la Gerencia Municipal de Urbanismo y las concejalías de Medio Ambiente y Parques y Jardines.

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