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Reportaje:México | Carta del corresponsal

LA JUSTICIA FLEXIBLE

Juan Jesús Aznárez

Todo es flexible en México. Desde los sueldos de los funcionarios hasta el manual con el que un juez imparte justicia en la sala del Tribunal. Tan flexible como la corrupción secular de la autoridad que quiere erradicar de la sociedad el presidente Vicente Fox.

El empresario español protagonista de aquel asombroso sucedido todavía evoca, entre pasmado y divertido, la vista celebrada en Ciudad de México contra un empleado al que debió despedir por zángano. Ejecutivo y litigante acudieron al juzgado correspondiente en defensa de sus respectivas posiciones. No era mucho el dinero en juego, pero la disputa les había enemistado de tal manera que debieron dirimirla ante los tribunales.

El día de autos, acomodadas las partes en sus bancos, terciando en las alturas la majestad del poder judicial, el árbitro encargado del caso escrutó al elegante español, y le llamó al estrado. 'No, usted no. Usted quédese donde está', ordenó al abogado, que se levantó con su defendido por si era menester sus oficios. Aquel se acercó al juez, y escuchó al oído un críptico comentario. 'Me gusta su corbata'. 'Muchas gracias, señor juez', le agradeció el español, ajeno a las intenciones en curso. Poco después, el magistrado dictaba sentencia. 'No ha lugar'. No hubo lugar a la reclamación del empleado mexicano, derrotado por la corbata de coloristas animalitos del empresario. La prenda pasó a manos, y después al cuello, del magistrado de pacotilla.

La miscelánea exhibida por la picaresca mexicana es rica, asombrosa, y tragicómica, en el sector judicial, donde los trucos para expugnar el imperio de la ley son variados, originales y homologados como derecho consuetudinario en muchos países de América Latina. El cajuelazo es uno de ellos. La cajuela es el maletero de los automóviles, en los que lógicamente se desplazan la mayoría de los testigos abocado a juicio. El día fijado para el careo, el testigo o el propio titular de la reclamación salen de casa, abordan su coche, o un taxi, y enfilan hacia los juzgados indicados. Ignoran los cuitados que sus contrarios en la citación han contratado a la mafia para impedir su llegada.

El coche, o la camioneta de los sicarios, según el tonelaje aconsejado por la operación, les embiste violentamente en un punto determinado del recorrido simulando un accidente. Llega la policía, el atestado y los gritos prolongan los trámites, y las víctimas pierden el juicio por incomparecencia. Es frecuente, no obstante, que no sea necesario el traslado de los testigos pues en los portales de no pocos palacios de justicia abundan testimonieros de pago, dispuestos a declarar que vieron al autor del asesinato del torero español Manolete, que como sabrá el lector murió empitonado en un coso ibérico. Y conviene estar atentos a la redacción de la sentencia por el funcionario oficiante, pues ha ocurrido que un puñado de pesos cause en aquél dislexia, y donde el juez dijo 'Diego' escriba 'digo', convirtiendo al inocente en culpable. Desfacer el entuerto es complicado una vez que el dictamen queda torcidamente redactado.

Ahora bien, algunos episodios son dramáticos. El catalán José Alberto Areste Giralt, de 20 años, que llegó hace pocos meses a México, ingresó en la prisión de Villahermosa (Tabasco) el pasado día 16. Pasó la Nochebuena y el día de Navidad entre rejas, siguió en la cárcel en Nochevieja, Año Nuevo y Reyes allí continúa por orden de una justicia bajo sospecha. Su padre, propietario en vida de una pequeña empresa de aires murió sin testar en un accidente de tráfico, y su reciente amante, mexicana, disputa a José Alberto las propiedades del difunto ejecutando todo tipo de tejemanejes, comprando y engañando, según su novia, Gloria Gómez, también catalana. Logró encarcelarlo.

El pleito no pasaría de ser uno más entre deudos de no tenerse la presunción fundada de que en su desarrollo interviene uno de los cánceres que el gobierno de Vicente Fox pretende reducir durante su mandato: la corrupción judicial. José Alberto Areste, que fue declarado judicialmente albacea de los bienes de su padre, fue puesto bajo grilletes por el supuesto robo de una de las cuatro furgonetas de la empresa de aquel.

La imaginación de la autoridad, judicial o policial, no conoce límites, y otro español fue multado con un cargo que a la fecha no ha podido ser descifrado: 'rebasar el tráfico existente'. Una madrileña lo fue por 'exceso de velocidad', mientras permanencia detenida en un embotellamiento. Comprobar lo contrario en comisaría puede conducir a la locura, o al crimen, a quien lo intente. La riña acaba generalmente con el pago de la preceptiva mordida. Pero como casi todo es flexible en México y los salarios de los funcionarios, muy bajos, una pareja de intrépidos ejecutivos españoles convenció a un motorista de tráfico de que les alquilase su Harley por 200 pesos (3000 pesetas) para dar un paseo. 'Sin las sirenas, eh', advirtió el policía. 'Sí, sí, no se preocupe'. A la vuelta de la esquina, y en una aventura inolvidable, las encendieron perdiéndose en la llamada jungla de asfalto.

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