El reto de la mundialización de la solidaridad
El autor explica que es necesaria una mayor justicia en las relaciones económicas internacionales para fomentar el respeto a la democracia y los derechos humanos
Aunque la incertidumbre sobre el futuro es manifiesta, es necesario asumir el hecho incuestionable de que las relaciones entre el Norte industrializado y el Sur explotado, aparecen cada vez más como el elemento decisivo del devenir de la humanidad en los próximos años. Y en ese devenir, es imposible aceptar pasivamente como inevitable, la existencia de un cuarto de la población mundial que siempre estará marginada del progreso, de la modernidad, del crecimiento económico, de los resultados de la ciencia y de la tecnología. Porque resulta inútil pensar que Europa occidental y el resto de los países ricos, se podrán proteger indefinidamente con medidas paliativas de una miseria que se extenderá por su alrededor. Miseria y desigualdades agravadas por el proceso de globalización económica y financiera, y que nos exigen a los ciudadanos comprometidos con la defensa de los derechos humanos, un profundo ejercicio de reflexión. ¿Cómo afrontar crítica y eficazmente, este gravísimo proceso de agudización de las desigualdades a nivel global? Algunas voces autorizadas marcan ya el camino; 'no se trata de pertenecer o no', señala Fernando Morán, 'sino de, perteneciendo clara y fielmente, democratizar y modernizar el sistema'. 'Y en la Unión Europea', concluye, 'no reside la cuestión en desvirtuar los supuestos de la unión económica y monetaria, sino en ampliar la acción política y en equilibrar socialmente lo alcanzado económica y monetariamente'.
¿Cómo afrontar crítica y eficazmente el gravísimo proceso de agudización de las desigualdades?
En la misma línea se manifiesta José Vidal-Beneyto, cuando señala, aún con más énfasis, que: 'No se trata de negar la mundialización, sino de asumirla, desconstruyéndola para poder reconstruirla desde una opción de progreso'; una opción cimentada desde la sociedad civil y que, en palabras del mismo autor, 'postula frontalmente el control democrático de la gobernación del mundo y una mundialización alternativa presidida por la solidaridad'.
Y es que, siguiendo la línea de reflexión de los autores citados, las relaciones de cooperación entre el Norte y el Sur, deben ser el resultado de una respuesta ideológica, cuyo contenido debe venir definido por la defensa y práctica social, económica, política y universal de los derechos humanos. Porque carecería de sentido fomentar el respeto a la democracia y a los derechos humanos, sin actuar simultáneamente a favor de una mayor justicia en las relaciones económicas y monetarias internacionales y de una mayor aplicación de la democracia en la dirección de la economía mundial. Es necesaria una decidida y activa conciencia ciudadana de ésta, idea; pero también es conveniente un impulso institucional 'de macroáreas regionales de naturaleza ecocultural y político-económica', en palabras de José Vidal-Beneyto, 'de las cuales la Unión Europea es hasta hoy la experiencia más lograda, y que en América Latina puede ser el mercado común de Cono Sur -Mercosur-, en aras del alumbramiento de la otra mundialización'.
Pero este proceso piramidal de construcción y control democrático de la economía y de la gobernación mundial, no puede llevarse a cabo por las diferentes sociedades a distintas velocidades; o lo que es peor, dejando en el camino a un continente entero; y me refiero, como es fácil de deducir, a la expoliada, herida y olvidada África. Son de sobra conocidas las estremecedoras carencias de grandes áreas geográficas del mundo. En todas ellas, África es siempre el continente peor parado. Y es que, como afirma Felipe González, 'sea cual sea el azote contra todos los seres humanos que se quiera combatir, lo único seguro es que África está en primera línea; pareciera que esta tierra que fue el origen del hombre, estuviera anunciando el comienzo de su fin'. Pero África no agoniza por causa naturales, aunque sean el hambre y la enfermedad los males que aniquilan su población; ni los continuos conflictos y guerras que sufre este continente, obedecen a un especial instinto de autodestrucción. Europa está en el origen de las causas; lo que la convierte en deudora moral frente a los africanos, y el continente africano necesita la ayuda de Europa para encarar con autonomía y posibilidades su presente y su futuro.
Europeos y africanos nos necesitamos y nos necesitaremos mutuamente. 'No sólo por razones éticas (que tampoco hay que descartarlas) o geopolíticas (pensando en la estabilidad del mundo futuro), sino estrictamente económicas', señala Manuel Castells, 'en el largo plazo, [porque] el desarrollo africano ampliaría el mercado mundial e integraría en la economía global de forma dinámica y segura, los recursos naturales y humanos del continente; en el corto plazo [porque] una financiación de infraestructuras y recursos humanos crearía mercados de forma inmediata, tanto para las empresas africanas como para los países ricos'. En todo caso, es una gran verdad que 'la mundialización nos asocia en el presente y en el destino', como enfatiza José María Mendidulce, 'y que o hay futuro para todos o no lo habrá para ninguno'; aunque claro está, para algunos el futuro se desvanezca antes.
Defender la práctica económica, social, política y mundial de los derechos humanos, es propiciar la práctica de la solidaridad y de la eliminación de barreras; es condonar la deuda externa de los países pobres, y es también, defender la renta ciudadana universal como derecho fundamental de la persona, o lo que es lo mismo 'la garantía política del derecho de existencia económica y social a todos los ciudadanos por el mero hecho de serlo'; 'sería el momento', manifiesta en el mismo sentido Fernando Savater, 'de pensar en una renta básica para todos los ciudadanos entendida no como subsidio a los necesitados sino como un derecho democrático general'; 'porque', concluye el autor citado, con argumentos que compartimos íntegramente, 'por mucho que indudablemente el desarrollo económico deba a la iniciativa personal de unos cuantos toda riqueza es fundamentalmente social y no puede desentenderse de sus obligaciones comunitarias, es decir, democráticas'. La articulación de este derecho puede presentar dificultades prácticas y morales, como también advierten los autores citados. Pero creemos que no más que las que implicaría la extensión por abajo del ideal de cobertura de los sistemas de Seguridad Social. El reconocimiento de la renta como derecho civil o ciudadano, cuya financiación debería correr directamente a cargo de los presupuestos generales de cada Estado, además podría liberar a los sistemas de protección establecidos en los diferentes ámbitos político-territoriales, -Seguridad Social, desempleo, asistencia social y otros- de buena parte de la carga que suponen las prestaciones, subsidios y ayudas de carácter mínimo; asimismo, dicha renta podría traducirse en servicios públicos, sobre todo para los menores, que permitieran la cobertura de las necesidades básicas para garantizar el bienestar individual y social. En cualquier caso, éste es un camino que merecerá la pena explorar con valentía en el nuevo siglo.
En definitiva, defender la práctica económica, social, política y mundial de los derechos humanos, es impulsar la paz y el entendimiento de los pueblos y las personas; es olvidarnos un poco de lo que nos falta y pensar más en lo que nos sobra, realizando este ejercicio como seres humanos, como conjunto de pueblos y tomando conciencia de que pertenecemos a una sociedad civil mundial.
Este proceso no será fácil desde una Europa que después de la Cumbre de Niza 'ha renunciado a existir como proyecto social, comunidad de defensa y como espacio de solidaridad con el Sur, y que además no tiene ningún proyecto político propio' (Sami Naïr). Las esperanzas puestas por el Parlamento Europeo en la Carta Europea de Derechos Fundamentales, como germen de la futura Constitución de la Unión, se han visto frustradas por el egoísmo de los Estados una vez más. 'La Unión Europea no puede ser sólo un gobierno de gobiernos', señala marcando el camino de la integración José Luis Rodríguez Zapatero, 'sino un gobierno de ciudadanos y para los ciudadanos'. No cabe, por lo tanto, renunciar a nada. 'Europa está en la calle', señala con optimismo Vidal-Beneyto; y por la calle siempre caminan hacia su encuentro las gentes que buscan la unidad, la democracia y la solidaridad.
José Ramón Juániz Maya es presidente de Abogados del Mundo (Comunidad Valenciana) y autor del libro XXI retos para un siglo con derechos humanos (en publicación).
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