Las uvas de la patraña
President, no hay enemigo pequeño. O se capitula con la mayor decencia posible a estas alturas, o una bacteria saltarina y voraz acabará con la Generalitat hecha un manojo de nervios. Pero lo más doloroso son las víctimas que sigue causando la legionella. Después del ridículo de aquella comisión de las Cortes incapaz de determinar el origen de los contagios, una nueva víctima mortal, el 31 de diciembre, y el ingreso hospitalario de otra afectada de neumonía, en los primeros días del año, ha sancionado el descrédito de sus conclusiones y el apresurado cerrojazo de la Consejería de Sanidad que había anunciado la desaparición del último brote. Tanta incompetencia ha movido a otros organismos y centrales sindicales a investigar al Ejecutivo autonómico. Así que junto a la Comisión Europea, que ya anda en el caso, CC OO se dispone a realizar un estudio minucioso de la situación, mientras la Sindicatura de Greuges que se iba a mojar de oficio, en vista de las dimensiones alcanzadas por la epidemia, lo ha hecho a raíz de la denuncia presentada por la Asociación Libre de Abogados de Alicante: el Consell y el Ayuntamiento alcoyano están siendo objeto de las indagaciones de esta institución que trata de conocer el comportamiento de cuantas administraciones aparecen involucradas en el asunto. Aún no se han recibido los datos que solicitó del Consistorio, debido a las festividades, pero confía en tenerlos la próxima semana. Por su parte, el Consell ha manifestado, con respecto al último ingreso por legionelosis que ' podría tratarse de un caso aislado, sin relación alguna con el brote epidémico'.
La respuesta es muy parecida a la del ministro de Defensa, Federico Trillo, con respecto a los posibles casos de soldados españoles afectado por el síndrome de los Balcanes: no encuentra relación de causalidad entre los soldados fallecidos por leucemia que han estado destinados en Kosovo, y el uranio pobretón utilizado por los proyectiles de EE UU, que a juicio de algunos expertos presentan un considerable índice de contaminación, y que ha puesto en alerta a los gobiernos de otros países miembros de la OTAN. Aquí, antes de hacer un examen exhaustivo y riguroso de los militares expuestos a las presuntas radiaciones, se insinúa la posibilidad de casos aislados. A todos, nos gustaría que fuera así, pero no basta con una precipitada respuesta, para salir del paso, sino con las suficientes y necesarias pruebas científicas en la mano. En uno y otro caso, es decir, en la legionella que se registra en Alcoy desde finales de 1999, y en los linfomas detectados en los contingentes destacados en aquella región, se observan varios aspectos nada tranquilizadores: de un lado, un desprecio intolerable hacia el conjunto de la sociedad: y de otro, el temor de algunos cargos de los gobiernos central y autonómicos del PP de asumir sus responsabilidades, aunque se desvanezcan esos falsos paraísos en los que pretenden mantenernos. La realidad concluye por imponerse. Fraga ha tenido que envainársela y reconocer a regañadientes la ilegalidad de los enterramientos de algunas vacas.
El 2001, cuando menos en sus comienzos, está vapuleando al PP y ventilándole muchas de sus patrañas. El brutal accidente de Lorca, en el que han muerto doce inmigrantes sin papeles, ha puesto al descubierto toda la miseria y precariedad que encierra la Ley de Extranjería o de los Derechos y Libertades de los Extranjeros, tan insuficientes que atentan contra los derechos de la persona, y que propicia un comercio de fuerza de trabajo a jornal de hambre, una suerte infame de esclavitud en el tan celebrado siglo XXI. Y esa es una cuestión de la que ya hay flagrantes precedentes en nuestra autonomía, en la que pueden proliferar las redes de tráfico de indocumentados. Este año, si en lugar de mandar con la prepotencia de la mayoría absoluta, no gobierna democráticamente, puede ser, para el PP, no sólo el de las vacas locas, sino el de las vacas flacas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.