ACONTECIMIENTO DESILUSIÓN
Sydney, el gran aviso de un retroceso
España llegó a los Juegos Olímpicos de Sydney sacando pecho, pero se fue con la cabeza baja y el gran aviso de un retroceso. Llovía sobre el mojado de la Eurocopa de fútbol y dejó aún más huella. Las expectativas no se cumplieron. Eran razonables, a juzgar por los antecedentes, pero los pronósticos fueron fallando con el paso de las jornadas y los 15 Días de Gloria acabaron convirtiéndose en un calvario. Los dirigentes, que esperaban remontar las migajas de la primera semana con un torrente de medallas en la segunda, se cansaron de esperar y no tuvieron más remedio que hablar incluso de fracaso. Hubo sus matices, pero la propia ministra, Piular del Castillo, fue la primera que habló de de ciclo terminado, refiriéndose al primer gran éxito de Barcelona 92, y de una renovación necesaria. El secretario de Estado, Juan Antonio Gómez-Angulo, y el presidente del Comité Olímpico Español, Alfredo Goyeneche, criticaron su propio plan ADO de ayudas olímpicas, y abogaron por cambiarlo para hacerlo más restrictivo.Los números no habían funcionado y la palabra mágica: medallas, había sonado mucho menos de lo que habría debido. De nada sirvió que hubiese muchos finalistas o diplomas olímpicos, clasificados entre los ocho primeros. Incluso que el cuarto puesto, el que queda al borde de la gloria, se repitiese demasiado. La realidad fue que de las 17 veces que deportistas españoles subieron a los podios de Atlanta 96, lo que fue un resultado alentador después de las 22 de Barcelona, se bajó a 11. El recuerdo de las pedreas de tantos Juegos anteriores volvía a cernirse sobre un país que parecía ya instalado al borde de los grandes.
Las decepciones empezaron antes de los Juegos con las bajas por lesión, baja forma, descartes polémicos o cuestiones políticas. Con las ausencias de Jesús Carballo, Fermín Cacho, Reyes Estévez o Niurka Montalvo se perdían posibilidades claras de medallas. Sin embargo, el nivel general, por los resultados de las dos temporadas anteriores en grandes competiciones, daba la sensación de que podría con todo. Iban a faltar bazas importantes, pero se aspiraba a podio en casi 30 pruebas y, además, se recordaba desde los dirigentes que por primera vez España iba a participar en casi todos los deportes de equipo. Era otro síntoma de pujanza, pues ello significaba que se habían logrado ya con peso específico las clasificaciones entre los mejores. Pero sólo el inesperado fútbol, que hasta rozó el oro, y el balonmano, aun con el nuevo traspié ante su bestia negra Suecia, salvaron los podios. El baloncesto o el hockey (donde sí cumplieron las mujeres) fallaron especialmente.
Todo fue mucho menos de lo programado. De los tres oros, Isabel Fernández fue la única medalla de un yudo que aspiraba a tres o cinco. Joan Llaneras, el solitario ciclista que cumplió (junto al bronce de Marga Fullana en bicicleta de montaña). Y Gervasio Deferr, aunque ganó el primer título olímpico para la gimnasia, ni siquiera lo hizo en su mejor aparato, el suelo, donde falló, sino en el salto, siempre una lotería, aunque demostró también su enorme talento en los ejercicios de flexibilidad.
El aislado bronce de María Vasco en marcha, el más inesperada, fue también el mejor ejemplo del fracaso del atletismo, el deporte mascarón de proa de los Juegos. Resultó un continuo rosario de decepciones, con recuerdos a los ausentes y lamentos por los presentes, como Yago Lamela, que confirmó su renqueante temporada al no clasificarse para la final de longitud. Pero no fue muy diferente la natación, en la que Nina Yivanévskaia sólo logró otro bronce en medio de un nivel mundial deslumbrante, o el tenis, donde Corretja y Costa ganaron en el doble la medalla más inesperada. Ni el debutante taekwondo, del que se esperaba más, pasó de la plata de Gabriel Esparza y tuvo que sacar otra el inevitable boxeador Rafael Lozano. El último gran síntoma del fracaso lo dio la vela, que se despidió por primera vez sin medallas después de salvar muchos Juegos a todos. Parece claro que se debe cambiar en el futuro y tomar la cita más importante con mayor concentración y humildad.
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