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A los que más, lo menos JOAN SUBIRATS

Joan Subirats

Durante la reciente edición de la Copa Davis, quien más quien menos se habrá fijado en esos personajes situados al final de las líneas que delimitan el campo y en los extremos de la red, dispuestos siempre a gritar un fatídico o providencial "out". Son personas que, si bien adquieren una relevancia excepcional durante partidos tan comprometidos, no acostumbran a tener una retribución ni consideración social parejas a la responsabilidad y tensión que asumen.Todo ello me ha hecho pensar en muchas otras situaciones en las que, incomprensiblemente, encargamos a determinadas personas trabajos de enorme responsabilidad, pero que socialmente consideramos de segundo o tercer nivel. Como sabemos, la falta de escuelas públicas para el periodo de 0 a 3 años o la sensación de que en su fase inicial la precariedad de salud del recién nacido es significativa ha conducido a que muchas parejas opten, si pueden, por dejar a su recién nacido con alguien que lo cuide mientras ellos trabajan. Si ese alguien es un familiar cercano, se da por supuesto que la vinculación natural y la confianza suplen otros defectos. En los demás casos, es normal que nos encontremos con personas que hacen esa labor sin requisitos profesionales específicos, con gran precariedad laboral y con sueldos que están por debajo de lo que se considera hoy normal para el personal de la limpieza doméstica. Y en cambio, cada día hay más datos sobre lo significativa que es esa etapa vital en la formación psíquica y afectiva del individuo.

En el campo de las personas mayores ocurre tres cuartos de lo mismo. Partiendo de la hipótesis de que la institucionalización del anciano sólo es aplicable en casos contados, si no se disponen de suficientes recursos para acudir a una oferta privada tipo centro de día y nadie en la familia tiene tiempo para cuidar a sus mayores, queda la posibilidad de contratar a alguien que, por horas, asuma esa labor, la cual suele implicar muchas otras tareas: compañía, limpieza, atención sociosanitaria, cocina, atención psicológica... Tampoco en ese mercado se dan las mínimas condiciones de profesionalidad y control por parte de nadie. Más bien se valora el cuidado informal por lo que tiene de familiar. Una vez más estamos hablando de un sector poco retribuido y más bien subterráneo.

En otros campos, la profesionalización es más clara, pero no así la valoración social y salarial de los trabajos que se ejercen, considerados siempre de gran responsabilidad. ¿Qué decir de los maestros? No hay día en que alguien no comente la importancia estratégica de la educación para el país. Los titulares sobre lo crucial que resulta disponer de una buena formación, tanto para cada persona como para la colectividad, se suceden sin descanso. Pero los maestros se quejan de tensiones para las que no están preparados. Tienen que hacer labores de policía, de asistente social, de madre y padre, de psicólogo, de amigo y de tutor, cuando las oposiciones las hicieron de historia, de matemáticas o de latín. Y todo por una retribución social y monetaria que no compensa las tensiones y la constante puesta al día de conocimientos, a no ser que se asuma con resignación o pasotismo que cada día que pasa cae más cerca la jubilación liberadora. Tres cuartos de lo mismo ocurre con el personal sanitario, sobre todo con aquellos que más constantemente están al lado de los enfermos y de sus familiares. No es extraño que cada día en Europa se deban importar más y más auxiliares de enfermería ante la falta de vocaciones en el sector.

¿Y los policías que patrullan calle a calle? Son gente que tiene que convivir con todo tipo de personas y situaciones. A los que se reclama una responsabilidad total cuando algo ocurre, pero que en cambio son simplemente números en una organización jerárquica en la que donde hay información no hay poder, y donde hay poder no se tiene ni idea de lo que ocurre. ¿Son esos números los que han de saber tratar los problemas que plantea la creciente diversidad cultural, étnica y social que llena calles de cualquier ciudad? ¿Están preparados, incentivados y reciclados suficientemente? Justo al lado tenemos a los trabajadores sociales que se ocupan de drogodependientes, familias desectructuradas, niños sin hogar o discapacitados. Para ellos cada caso, cada éxito y cada fracaso es un pequeño cielo y un pequeño infierno. Sin vinculación personal, su labor, no tiene sentido ni impacto. Cuando se implican demasiado, se van quemando día a día. Pero su labor tampoco tiene una suficiente retribución social.

¿Nos estaremos equivocando? A lo mejor, sin darnos cuenta, estamos metidos en una espiral en la que el mercado sólo valora determinados trabajos y deja en condiciones de precariedad y menosprecio social a otros que cada día resultan más esenciales para la convivencia. Nos preocupan, con razón, los ingenieros de telecomunicaciones y les dedicamos titulares para saber si Madrid cuenta con más promociones que Barcelona. Mientras, en Francia, el ministro de Educación, Jack Lang, lanza una gran campaña de reclutamiento y renovación del profesorado de las escuelas públicas, al tiempo que los planes de ocupación son muy agresivos en el campo de los servicios sociales. Así, lo que hasta hace poco era considerado como no trabajo o trabajo familiar o cívico ocupa un papel cada vez más central en el futuro de una sociedad que se quiere equilibrada y vivible. ¿Deberíamos cambiar y ampliar el concepto de aquello que consideramos trabajo socialmente útil, y dedicarle atención social y esfuerzo de promoción y formación?

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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