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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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Música y maestros MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

1. Ópera. Un ballo in maschera, en el Liceo. El "famoso y controvertido" Ballo in maschera de Bieito. Atención: esto no es ni pretende ser una crítica, sino una invitación. No creo que se pueda añadir nada a lo que dijo Fancelli cuando el estreno, y al día siguiente del estreno. Allí estaba todo el análisis y toda la pasión posible. Pero Fancelli ama la ópera, probablemente desde pequeño, y yo no, voilà la difference. Yo soy un patán, operísticamente hablando; por eso pienso que mi invitación puede tener un cierto valor para los que, como yo, no entran en el Liceo ni en caso de redada. Es como si nos recomendara una exposición un tipo que detesta la pintura. Bueno, no es que deteste la ópera, pero nunca ha sido lo mío. Demasiado grande. Demasiado cargada para mis gustos. Lo mío es la música ligera en la más amplia acepción del término. Del pop al jazz pasando por los musicales. Fui a ver Un ballo in maschera porque la había dirigido Calixto Bieito y por la crítica de Fancelli, por el contagio de su pasión. Me dijo: "Ve a verla; también es gran teatro". Fuimos, mi mujer y yo. Era la primera vez que pisábamos el nuevo Liceo, y eso que mi buen amigo Joan Matabosch nos ha invitado un montón de veces. Mi mujer es la espectadora perfecta, porque se deja llevar y no tiene los prejuicios de cascarrabias que yo tengo. Yo me sentía un poco como Michael Corleone en El Padrino III, cuando van a ver Cavalleria Rusticana. Durante un buen rato, el patán estuvo dando la latita. Al patán le imponía la arquitectura del Liceo, los granates y los dorados y las maderas nobles, la carestía de las localidades, todas esas cosas. También le echaba para atrás la sonoridad excesiva, arrebatada, de la música de Verdi; el poderío incontestable de las voces. Me sentía, para decirlo en una palabra, apabullado. Me revolvía en la butaca, pero en ningún momento, Dios nos libre, por los presuntos atrevimientos de Bieito.Como ustedes saben, los atrevimientos de Bieito se reducen a dos: la escena inicial de los lavabos, que es un gag sardónico (aunque parece que el sentido del humor no es lo que más abunda entre la vieja guardia liceísta), y el arranque del acto segundo, cuando unos militares enculan y asesinan a un chapero. Es una escena dura, obviamente, muy à la Koltès, pero resulta la perfecta ilustración de lo que canta Amelia justo un instante después: Ecco l'orrido campo ove s'accopia al delitto la morte. Ahora quiero señalar un par de cosas. La primera es que esa tarde, la tarde del sábado de la pasada semana, sólo hubo en esa escena un levísimo conato de protesta procedente de los pisos altos, inmediatamente acallado por los chistidos generales. La segunda es que cuando comenzó el dúo entre Amelia (Ana María Sánchez) y Gustavo (Walter Fraccaro), el patán, su seguro servidor, comenzó a volar. La música de Verdi me hizo volar, y la belleza inmensa de las voces destrozó todos mis prejuicios. Sentí lo que Fancelli me había prometido: la energía de la puesta en escena. La segunda parte me llevó en vilo, escena a escena, hasta el final. Desde el impresionante enfrentamiento entre Renato (Lado Ataneli, pedazo de barítono) y Amelia en el cuarto de baño (verdadera potencia dramática: nunca había visto a cantantes de ópera actuando así) hasta el desolador baile de máscaras en el que el pobre Gustavo es asesinado. Hubo muchísimos y merecidos aplausos. Se encendieron las luces y vimos incontables rostros de felicidad. El público era muy variado: Gente muy mayor, gente jovencísima, incluso niños. A nuestra derecha, una abuela con su nieta. A nuestra izquierda, un matrimonio octogenario. El hombre casi no podía caminar, pero su cabeza era muy joven. Decía esto: "A ningún aficionado de verdad puede no gustarle este espectáculo. Y los cantantes han de estar encantados, porque al fin pueden cambiar, pueden hacer el Ballo de un modo distinto". Completamente de acuerdo. Yo que ustedes no me la perdería: palabra de patán.

2. Operetaza. La tarde siguiente, domingo, nueva dosis de belleza: la reprise de A little night music (Música per a una nit d'estiu) en el Novedades. Como ustedes saben, el supermusical de Sondheim se estrenó en el pasado Grec. Aquí mi rendición es absoluta, incondicional, y de entrada: adoro la obra de Sondheim; me parece un enormísimo artista, y A little night, para mi gusto, es su partitura más completa y más hermosa. En el Grec, a la mayonesa le faltaban unas cuantas vueltas para quedar ligada, pese a que el espectáculo estaba servido, y muy bien servido. Tenía muchas ganas de volver a ver esta operetaza en un local cerrado, con la función girada (estuvieron hace poco en Madrid, con gran éxito), y con una sorpresa, un valor añadido: Mario Gas, director del montaje, se turna con Constantino Romero en la interpretación de Fredrik Egerman, el protagonista masculino. La tarde del domingo de la pasada semana era la primera función de Gas, su retorno a los escenarios. Ha habido otro cambio en el reparto: Mireia Ros sustituye a Mónica López (recientísimo premio de la crítica por este papel, y por su trabajo en Top dogs, también dirigida por Gas) en el rol de la condesa Charlotte Malcolm. Bueno, pues la función no puede estar mejor. Para empezar, la escenografía de Berrondo / Gas / Belart se ha vuelto más aérea, menos amazacotada que en el Grec, al separar sus elementos básicos y utilizar, sobre todo en la segunda parte, entretelones de gasa. Pese a que el Novedades no es precisamente íntimo, las voces (con inalámbricos) suenan nítidas y claras, y salvo en alguna ocasión que otra, las letras de Sondheim, en traducción del tándem Batalla & Peña, llegan al público en toda su complejidad y malicia. Mario Gas está estupendo como Fredrik Egerman. Tiene, plenamente, lo que los franceses llaman "le physique du rôle": La barba y la melena canosas, el punto justo de sorna descreída en la sonrisa, y la imprescindible lubricidad en los ojos. Su voz no es ninguna maravilla, pero la química con Vicky Peña (una Vicky Peña que está mucho más suelta y felina y divertida que en el Grec, muy cercana, para entendernos, al registro actoral de Judy Davis) funciona a la perfección. Más difícil todavía lo tenía Mireia Ros: hacer olvidar el trabajo de Mónica López, que exhalaba un aura de seducción, un encanto perverso y una vulnerabilidad casi de criatura de Choderlos de Laclos. Mireia Ros, a la que, si la memoria no me falla, no veía en escena desde aquel lejano Partage de Michael Deutsch dirigido por Mesalles en la década de 1980, compone una condesa deliciosamente bitchy, muy brillante, elegantísima y dejando caer las réplicas con una limpieza y una efectividad de gran comedianta. El resto del reparto, encabezado por una majestuosa Montserrat Carulla, y en el que destaca, por actor y por potencia vocal, el estupendo Jordi Boixaderas, sigue a la misma altura que en el Grec, o todavía mejor. Se sale del Novedades con el corazón elevado, y la breve y maravillosa sensación -Arte a un lado de la calle, en el Tívoli, A little night music en el otro- de encontrarse uno en el Strand, o en la calle 42. No se pierdan ustedes este trabajo. No es, ni mucho menos, un musical al uso; no esperen trepidación, sino algo muy parecido al vuelo de una mariposa que va desplegando lenta pero poderosamente sus alas. O, si les parece cursi el símil, una araña igualmente hermosa, una Epeira Diadema, tejiendo una pura filigrana.

3. Canciones. Hablando de Sondheim, se me quedó en el tintero un espectáculo de homenaje que pasó fugazmente por el Lliure, en cinco días: las versiones jazzísticas de temas y canciones de S. S., a cargo de la Orquestra de Cambra del teatro, con arreglos y dirección de Lluís Vidal y la voz de Nina. Fue un gran éxito de público, un público encantado, progresivamente entregado y enfervorizado al final. La Orquestra y Nina eligieron un repertorio absolutamente inhabitual, con canciones caídas (o lost in Boston, como suele decirse) de A little night o Follies, evitando, por ejemplo, la tentación de sus grandes clásicos. Me gustó el concierto, pero hubo, para mí, un cierto exceso de virtuosismo. Nina es una cantante dotadísima que sigue sucumbiendo a la tentación de lucirse. Brilla en temas muy difíciles de cantar, como la entrada de la bruja de Into the woods, y ha ido a beber a las fuentes adecuadas: ecos, diría yo, de Rachelle Ferrell en las piezas en las que utiliza la voz como instrumento (la obertura de Follies, el Silly People), o las versiones canónicas de Bernadette Peters (Witch entrance) o la Streisand (el 'Putting it together' de The Broadway Album). No hay nada malo en esto, todo lo contrario; es ponerse metas altas, escoger patrones de riesgo. Los temas con voz como instrumento resultaban demasiado igualados, aunque la emoción brilló en Not a day goes by, acompañada de piano y bajo, o el precioso So many people de Saturday Night. Tuvo, además, el detalle de cantar la mayoría de los temas en inglés, en muy buen inglés, lo que hace que, por comparación, la versión catalana de Can that boy foxtrot resulte demasiado chata. El combo está integrado por virtuosos, aunque quizá falte un poco el swing de otras aproximaciones jazzísticas, como la de - comparación inevitable- The Trotter Trio. Sí, quizá falte un poco esponjar los temas. El Lliure debería reponer este espectáculo, o girarlo; mucha gente se lo perdió.

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