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Entrevista:GABRIEL GALMÉS - ESCRITOR

"No quiero ser tratado como un exótico mallorquín y que me tiren cacahuetes"

El novelista Gabriel Galmés (Manacor, Mallorca 1962) se dedica por las mañanas a dar clases de inglés en un instituto de su pueblo y por las tardes y los fines de semana se encierra a escribir. A veces pasan cuatro años y consume 1.000 páginas, en tres intentos, hasta lograr las 220 definitivas que dan título y cuerpo a su última y reciente novela, Una cara manllevada (Quaderns Crema). Galmés, que se destapó con el libro El rei de la casa en 1988, dice que pugna por evitar los barroquismos, es adicto "al humor como método de expresión" y pretende no quedar marcado por el hecho de ser de un lugar concreto.

Pregunta. ¿Usted rechaza ser un escritor con denominación de origen, pero se pega mucho al terreno hurgando en las peleas de su ciudad?

Respuesta. Lo hago por gusto y casi gratis. Me complace tomar parte de lo local: te conocen, te aluden, te insultan, se meten con tus hijos o la mujer o te esperan a la salida de clase. Esta semana me meto con los abogados jóvenes, ejecutivos agresivos que hacen política, acelerados, con el pelo hacia atrás y con su forma de ganar dinero rápido.

P. Manacor es un lugar delicado para hacer estas denuncias.

R. Nunca ha sido un paraíso; es un juego de conceptos. Yo no creo en la predestinación por ser de un pueblo. No me interesa demasiado. Mis libros pasan por Manacor por darle un nombre al lugar, no porque lo haya mitificado literariamente. Mi ciudad puede tener tanto interés como París, pero me preocupa como ciudadano, no como escritor.

P. Decenas de poetas, primerizos y constantes, y un puñado de novelistas ya desaparecidos en gran parte dieron pátina y tradición a la villa.

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R. Jamás pensé ser poeta. No me interesa el costumbrismo y la novela naturalista está pasada de moda. Si eres de Mallorca parece que siempre tienes que terminar hablando de los alemanes. ¡Yo quiero hablar de mi libro, como Umbral! No quiero que me traten como un exótico mallorquín y que, además, me tiren cacahuetes.

P. Una cara manllevada tiene el aliento de lo actual, en las páginas ocurren cosas y la escritura quiere ser directa.

R. La novela, simplemente, nace de coger la vida y convertirla en literatura. Yo tomo nota de lo universal, observo la realidad y busco tipos y pautas generales. En cierta forma intento explicarme a mí mismo y los que me enredan en la totalidad. La literatura representa el mundo y nada es casual.

P. Su obra se distingue por la desnudez, por lo alejada que está de la tradicional expresividad y retórica insular.

R. Es economía narrativa: en dos frases expresas una idea y no necesitas, pues, 30 líneas. No creo en los barroquismos. Busco la eficacia y decirlo todo con brevedad. Las frases con juegos de ingenio no tienen razón de ser; si no aportan nada al conjunto, cansan, no sirven para nada. A veces hay libros que se nota que han sido alargados para cumplir con las bases del premio.

P. ¿La nueva literatura en catalán padece crisis de identidad?

R. Estilísticamente está en condiciones de inferioridad frente al castellano, el inglés o el francés: no hay argot contemporáneo, por ejemplo. Muchos de los oficios y modos de vida que nutrieron la lengua han desaparecido. Los problemas de registro para escribir novelas de género son enormes. Conocemos cómo los personajes hablan en las películas, pero no tenemos constancia de sus expresiones ciertas en catalán real; así sucede que hay policías de Valencia que hablan como catedráticos de la Autónoma.

P. Más que novelas de acción usted escribe libros en clave de humor.

R. Uso el humor como medio de expresión, no como unidad útil, chistosa y chabacana. Es una tradición que se cree inglesa pero viene de Cervantes. El humor en literatura es puro cervantismo, no sólo procede de Quevedo. No es una finalidad en sí mismo ni una última expresión final. Es mirar todas las cosas al revés.

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