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Tribuna
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Cursillo

No sé si a ustedes les sucedió algo parecido, pero el lunes, cuando vi en este periódico la foto del príncipe Guillermo de Inglaterra, en cuclillas, limpiando un retrete en la Patagonia, me trastorné. Era una tremenda forma de enfrentarme con la realidad real, después de haber vivido sumergida en el cuento de hadas de los sucesivos nacimientos de nuestros reales nietecitos, y del despliegue informativo que los rodeó, acompañó y aún no despidió.Yo me convulsiono por dentro con más facilidad que por fuera, lo que es mucho decir, y lo mismo me abruman las noticias sobre infantas dando a luz que sobre ensaladeras conquistadas por tenistas, pues no sólo me confunden los asuntos de palacio, sino también los relativos a las cuberterías y vajillas de tan preciado metal. Siempre he sido incapaz de pronunciar esa frase que define por antonomasia la actitud de una mujer que se precie ante la monarquía: "Vicenta, recuerde que el jueves le toca limpiar la plata". Si sabes decir eso, no tienes que preocuparte por el resto, y a la hora de, por ejemplo, identificar por la tele los regalos que van llegando para el neonato y su madre puedes catalogar, sin temor a equivocarte, los diferentes obsequios y hacer una valoración global incluso. Del mismo modo, no caes en la ordinariez de pensar que es un desperdicio regalar una ensaladera tan prestosa a un puñado de tenistas, con lo feliz que harían con ella a cualquier personaje real.

Pero lo que peor llevo es el enfrentamiento con el hecho de que los príncipes se arrodillen para limpiar retretes, después del gasto que ha supuesto proporcionarles una fina educación y ese saber estar de que hacen gala en las situaciones más difíciles, sea saludando a una compañía teatral después de un estreno, sea jugando al polo o cazando zorros.

Lo que menos entiendo es que la excusa para someter a Guillermo a semejante humillación no haya sido otra que la de obligarle a seguir un curso de supervivencia organizado por la Fundación Raleigh International. Con todos mis respetos para la institución, les diría que son las monarquías las que hoy pueden dar lecciones de supervivencia al resto de los humanos, contando a los de la Patagonia. Y sin pasar ni el plumero.

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