La nueva oposición
En la lucha por el poder, que es uno de los cometidos básicos de la política partidaria, no hay que darle cuartel al adversario. La política se rige por la ley de "la esencial enemistad", que decía un clásico, y ni siquiera hay adversarios, sino tan sólo amigos o enemigos, como observaba otro acreditado epígono de Maquiavelo. Y ya es sabido que al enemigo, ni agua, tal cual adoctrinaría cualquier militante de nuestros días. Así ha sido y sigue siendo, por otra parte y sin que nadie se escandalice, el breviario moral que rige las relaciones entre cuantos compiten por llevarse el agua -el gobierno de la cosa pública, queremos decir- a su propio molino.De ahí, la sorpresa, perplejidad y enfado que han suscitado unas declaraciones recientes del secretario general del PSPV, Joan Ignasi Pla, al semanario El Temps, mediante las que piropeaba al presidente Eduardo Zaplana. Aseguraba el dirigente socialista, entre otras cortesías, que su antagonista había estado "muy próximo a la gente", "que genera un clima ilusionante" y, en el colmo de la efusividad, "que es el presidente más valorado de todas las comunidades autónomas". Demasiada sinceridad o melindre para que sus gentes lo digieran y, sobre todo, para que se lo perdonen cuantos, día a día, pluma en ristre, con o sin motivo, confitan en ácibar al citado líder del PP.
Verdad es que Pla, junto a las referidas delicadezas, también anota la necesidad de modificar la dinámica de la oposición aunando la crítica y la propuesta de proyectos políticos alternativos de más interés y calado social que los patrocinados por el Gobierno. Se trata, entendemos nosotros, de sesgar la inercia estéril de ir al rebufo de los hechos e iniciativas del enemigo, que eso y no otra cosa es lo que los socialistas han venido haciendo desde que fueron desahuciados hace ya un lustro. Pero este viraje no se ha querido entender o se ha soslayado porque quizá prevalezca todavía el gusto por la sal gruesa, el palo y tente tieso por más que no sea oportuno o resulte inmerecido. En la guerra, como en la guerra.
Sin embargo, entendemos que Pla es eso, exactamente, lo que ha querido decirnos, al margen de que haya edulcorado demasiado el mensaje, en opinión de su clientela. El PSPV, pues, renuncia a ser el Pepito Grillo sin otra vocación que la de fastidiar de manera subalterna a su contrincante más directo. Una decisión plausible de la que apenas importa quien la haya parido, ya sea el dirigente socialista o su equipo de asesores.
Pero es aquí, en este punto, cuando a nuestro juicio comienzan los problemas de este nuevo modo de ejercer la oposición, ya que una malicia o una ingeniosidad, como viene siendo habitual, están al alcance de cualquiera. Lo difícil es ahormar un discurso distinto, sugestivo y factible. Y ese es al gran desafío. El riesgo consiste en que el PSPV se apropie del programa del PP, como antes el PP se apropió del que predicaba el PSOE, si es verdad lo que opina el portavoz socialista de economía, Jordi Sevilla. Y, por desgracia, tal parece. El margen de maniobra es tan estrecho que tendrá que rozarse el prodigio para que se marque la diferencia entre ambos partidos, que llevan visos de ser uno y el mismo a bofetadas por el pesebre. Esta oposición que se quiere novedosa y es emergente tiene la palabra. ¿O insistirá en las carantoñas?
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