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Un detalle con Averroes

Diciembre debería ser el mes de Averroes, que murió en uno de sus días hace 802 años. Pero, aunque Dante lo honrara en la Divina Comedia y Rafael lo pintara entre los filósofos de la Escuela de Atenas, por aquí poca gente lo recuerda y hasta parece que el Ministerio de Educación y Cultura lo ha marginado en su lista de filósofos aptos para el Bachillerato.Y, sin embargo, la conmemoración del cordobés debería ser un hito: desde el principio de nuestra era hasta la Baja Edad Media, sólo algunos enclaves del mundo musulmán y, especialmente, Al-Ándalus produjeron Filosofía. El proceso hacia la autonomía de la razón se inició en Oriente y floreció allí con un Avicena, combatido ferozmente por el religioso Algacel, pero tuvo sus mayores exponentes en el solar hispano con figuras como Avempace y Abentofail, anteriores a nuestro filósofo. Lo demás era un sucedáneo de platonismo, disfrazado primero de panteísmo y, más tarde, de superficialidad milagrera integrada en las creencias del islam y el cristianismo.

El por qué se consiguió aquí esa síntesis racional después de tantos siglos de sequía intelectual y de sometimiento a las ideologías religiosas puede ser objeto de largas discusiones; congresos ha habido que, en los tres días de su desarrollo, vieron una ponencia defendiendo la procedencia egipcia fatimí de las ideas filosóficas andalusíes y otra que confería a estos territorios el carácter singular de una isla de sabiduría.

Sea lo que fuere, y sin argumentación suficiente para decantarme por una u otra posición, creo que en la base de este proceso pudo estar, entre otros elementos, el abierto entrecruzamiento de distintas corrientes y las continuas controversias provocadas por la pugna entre arabización y occidentalización, entre el Mediterráneo y el Mar Índico, que tuvieron lugar aquí a lo largo de 200 años. Los testimonios que nos presta ese libro, tan importante como desconocido, de la Historia de los Jueces de Córdoba, de Aljoxaní, dejan ver con claridad una situación de mezcla y, hasta cierto punto, de libertad.

No habría que olvidar tampoco que la ciudad de los califas, tras la caída del último, fue republicana a lo largo de casi todo el siglo XI, o sea, hasta la llegada de los almorávides, y que en el ambiente abierto de una sociedad sin enviados del Cielo pudo darse un clima más propicio a la producción de ideas y opiniones. Sea por lo que fuere, lo cierto es que Averroes reinó e hizo reinar de nuevo a Aristóteles.

Tampoco todo fue racionalismo porque los caminos de Iberia y del Magreb eran recorridos continuamente por ascetas y místicos que pregonaban la posibilidad de llegar a los territorios divinos sin ayuda del silogismo. De todas esas tendencias, desde las más intuitivas a las de mayor calado deductivo, tenemos testimonios importantes en los primeros siglos de nuestro segundo milenio, pero será con los almohades cuando presenciemos, ya claramente, el desarrollo de las dos corrientes.

El pulso entre ellas lo personificarían el mismo Averroes y Abenarabí, contemporáneos y casi vecinos, aunque mucho más joven el segundo. Éste, a quien sus partidarios llamaron "el hijo de Platón", aun discrepando del cordobés, no tuvo con él los enfrentamientos de Algacel con Avicena (quizás otro signo del liberalismo reinante) sino que mantuvo una actitud respetuosa plasmada en el poema compuesto espontáneamente cuando vio, en Marraquech, la mula que cargaba los restos mortales del filósofo para traerlos a Andalucía, con su ataúd en uno de los serones y los volúmenes de sus obras en el otro. Entonces recitó: "A un lado va el maestro y a otro sus libros. / Mas dime: sus anhelos, ¿viéronse al fin colmados?".

Nunca sabremos si fue así en lo que concernía a sus aspiraciones personales, pero en la tierra que lo vio nacer o en las de aquel mundo islámico que casi es el de hoy, esos anhelos no se hicieron realidad; la filosofía de Averroes, difundida cuando apenas faltaban 20 años para que se librara la batalla de Las Navas de Tolosa, pasaría a Europa a través de los averroistas y llegaría por ahí hasta Tomás de Aquino -y, si se me apura, hasta Renan- mientras se agostaba en las dos orillas del Estrecho.

La conquista del valle del Guadalquivir por los castellanos y los nazaríes y el ocaso de los almohades cortó esa línea de pensamiento en las tierras hispanas y en las del norte de África, y casi podríamos decir que, con la excepción de Abenjaldun, más preocupado por la reflexión sobre la Historia que por la Metafísica, cortó todas las líneas de reflexión laica. Desde el siglo XIII hasta pasada y bien pasada nuestra Guerra de la Independencia, ya entrado el siglo XIX por lo tanto, apenas existirán, en España o en tierras magrebíes, avances en el pensamiento filosófico o innovaciones en la teoría política.

Desde los últimos años de Carlos V la especulación mental comenzó a despacharse en sermones y tratados sobre reliquias, mientras un remedo de teoría política buscaba refugio en las cofradías, fueran musulmanas o cristianas.

Como los graneros de Averroes habían sido saqueados y la Filosofía Vulgar de Juan de Mal Lara quedó sin reeditar, no hubo otra solución que comulgar con las ruedas de molino de un platonismo banal amasado, para los devocionarios dominicales, con la harina de citas de San Agustín o Tomás de Kempis. Y los viernes, para el gentío de las mezquitas, con la oración fundamental del imam o el monarca.

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