Sin miedo ni esperanza
Los buenos entrenamientos expresan la disponibilidad del equipo español para afrontar la eliminatoria
Una final de la Copa Davis es uno de los espectáculos deportivos más apasionantes que pueden verse, algo sólo comparable a -digamos- una etapa decisiva del Tour con final en Alpe d'Huez. Se dice que la Copa Davis no se parece a ningún otro torneo, y es verdad; las razones de ello son muchas y no todas claras, pero yo sospecho que, al menos para los jugadores, una de ellas es que por unos días se olvidan del carácter furiosamente individualista de su trabajo -de que son como gladiadores que recorren durante todo el año el mundo solos y sobreviviendo a base de mandoble- para pelear en equipo; el público, además, vive los partidos de un modo distinto. La última vez que asistí a una eliminatoria de la Davis fue hace muchos años. Jugaban Orantes e Higueras contra Panatta y Barazzutti. Orantes estaba en mejor momento que Panatta; Higueras era superior a Barazzutti; después de cada punto la gente se desgañitaba animando; además, se jugaba en la pista central del Tenis Barcelona, la llamada pista talismán. Perdieron: la tensión les pudo. La tensión es brutal en la Davis: uno de los secretos de la victoria consiste en disfrutar de ella y convertirla en un arma.Los australianos siempre han disfrutado de esa tensión brutal, y por eso han ganado tantas veces la Davis, un torneo que es para ellos más o menos lo que el Tour fue para Induráin. Muchos aseguran que en esta final España es la favorita; no sé. "España ganará 4-1", me dice Andrés Gimeno en el Palau Sant Jordi, mientras Woodforde y Stolle pelotean a unos metros. Le pregunto si no le parece que hay un exceso de optimismo, como si los australianos, además de disfrutar de la brutal tensión de la Davis, no fueran buenísimos. "Lo son", me contesta, "pero los españoles todavía son mejores. Están tan acostumbrados como ellos a soportar la tensión, y tienen una mentalidad ganadora. Hewitt es una caja de sorpresas, pero no tiene golpes definitivos. En cuanto a Rafter, su juego no está hecho para la tierra batida: no le veo sacando y subiendo a la red durante cinco sets. El doble habrá que pelearlo, pero los individuales son nuestros".
El ambiente que se respira en el Palau es casi de euforia; el del equipo español parece mejor. En la conferencia de prensa se muestran relajados, y el momento de máxima tensión se produce cuando un periodista australiano le pregunta por su vida sentimental a Juan Carlos Ferrero, que contesta poniéndose como un tomate. Una cosa también queda clara: Corretja, Costa, Ferrero y Balcells forman un equipo de verdad, lo que es la primera condición para ganar la Davis. Los periodistas juegan al gato y al ratón con Dudú Duarte, tratando de sonsacarle en vano la alineación del equipo español, y Corretja -como si fuera el mismísimo Induráin- hace gala de unos modales exquisitos y evita meterse con Hewitt, un tipo que sólo se parece a John McEnroe en sus ganas de convertir los partidos, a poco que el contrario se lo permita, en verdaderas reyertas de chulos.
Después de asistir a la conferencia de prensa el optimismo de este cronista aumenta; pero sobre todo aumenta después de ver el entrenamiento de Ferrero y Costa. Juegan un set; juegan a muerte. Costa, un jugador que siempre ha rendido muy bien en la Davis, está que se sale, pero Ferrero está todavía más fuerte: ha mejorado mucho su saque y lo pega todo con una fuerza endiablada, como si jugara con un cuchillo en la boca; su temporadaha sido muy buena, y su desparpajo es insultante. Uno tiene la impresión de que puede ser la gran baza española en esta final.
Como otros deportes, el tenis es una especie de espejo ideal de la vida, porque, a diferencia de la vida, el tenis tiene reglas precisas, y además en él casi siempre gana el mejor. No creo que en esta final España sea la favorita, pero, hechas las sumas y las restas, y sobre todo teniendo en cuenta que se juega en casa y en tierra, está claro que es mejor que Australia. Que gane, pues, el mejor. Nec spes nec metus; es decir, sin miedo ni esperanza: ese era el lema de los gladiadores. Acatarlo es, a lo mejor, uno de los secretos para ganar esta final. Después de todo, recuerden que Induráin también se hundió en Les Arcs.
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