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Aislados

Aunque uno de los atractivos de Almería para el poeta Valente era su lejanía de los cenáculos artísticos y culturales, a muchos almerienses este aislamiento les resulta verdaderamente incómodo, y preferirían que el poder cultural les quedase más a mano. En realidad preferirían que todo fuese más accesible, que Almería no fuera la provincia más aislada de Andalucía. Cualquiera que haya intentado llegar hasta el Cabo de Gata sabe que alcanzar la provincia de Almería sigue siendo en el 2001 una auténtica odisea. La provincia no está comunicada por avión ni por autopista con ese Madrid andaluz que se llama Sevilla; no hay una carretera en condiciones que la una por el oeste con sus vecinos de Málaga ni ferrocarril que la enlace por el este con la cercana Murcia. No es posible alcanzarla desde Granada sin atravesar un polvoriento camino que atraviesa el imponente desierto de Tabernas, y el ferrocarril que la comunica con Madrid es el más viejo de España, el único que mantiene activo en sus compartimentos de coche-cama un orinal de aluminio para el alivio nocturno del viajero. A muchos les parecerá romántico, pero es una lata.Esta marginación, producida por una pésima política de comunicaciones, tiene efectos devastadores en la vida cívica. La incomunicación trae siempre aparejada desconfianza hacia el exterior. Para muchos almerienses, por ejemplo, el verdadero problema de El Ejido no es el conflicto social del interior, sino el periodista de fuera que lo cubre. La vida cultural por otra parte también se resiente de este aislamiento geográfico. Bien sea por los melindres de quienes podrían visitar Almería, bien sea por la impericia de los responsables culturales que tendrían que atraerlos, lo cierto es que por aquí no viene nadie, salvo que lo traiga la heroica Aula de Poesía, que ocasionalmente saca de su letargo a la mortecina vida cultural de la ciudad. Por lo demás, la provincia es la única referencia de la provincia, y los ciudadanos más inquietos se ven obligados a practicar una empobrecedora autarquía que los condena a consumir lo que producen. Y ya sabemos, por las vacas, lo que sucede cuando uno se come a sus congéneres.

En este panorama resultan admirables algunas iniciativas culturales que en los últimos años tratan de romper este cerco de Almería. Una de ellas es el incipiente Festival Nacional de Cortometrajes, que estos días se celebra por quinto año consecutivo. El certamen ha logrado hacerse un hueco en el abigarrado calendario nacional, y ha sabido cubrir la demanda del público almeriense, que agota las localidades en todas las sesiones. Desde 1995 Almería parece recuperar por estas fechas su vieja condición de tierra de cine, y por la noche, en los alrededores de la sala de proyecciones, la ciudad parece más cosmopolita. Durante dos semanas los directores y los actores de las obras que se presentan a concurso visitan la ciudad, y ésta se libra por unos días del estrangulamiento que la asfixia.

Ojalá que éste y otros milagrosos brotes que han logrado germinar en la adversidad, y que han sabido acomodarse a la hostilidad de las circunstancias, hayan heredado también la fortaleza de la vegetación autóctona y sean capaces de resistir en el desierto.

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