El futbolista reencontrado
El capitán del Athletic cancela ante el Rayo su deuda con el gol
Julen Guerrero (Portugalete, 1974) iba a contracorriente. "El gol no es lo único importante en el fútbol", decía hace una semana, saliendo al paso de las críticas que recibía en algunos aledaños mediáticos y futbolísticos del Athletic de Bilbao. Era un recurso diléctico, un lugar común, cuando no se quiere polemizar ni entrar en dimes y diretes. Lo cierto es que el gol ha sido el alimento de Guerrero desde que Blas Ziarreta, entonces entrenador del Bilbao Athletic, le hizo debutar en la Segunda División con 17 años y él le respondió con un partido memorable en Compostela. El técnico alemán Juup Heynckes tomó nota y se lo llevó al primer equipo, inaugurando una leyenda tan grata como obsesiva. Guerrero es hoy el décimo máximo goleador de la historia del Athletic y sus 90 tantos le convierten en el cuarto mayor realizador en activo de la Primera División, ya que sólo le superan Ziganda, Raúl y Hierro.Pero no había noticias de Guerrero desde hacía mucho tiempo -en 11 jornadas de Liga no había marcado- hasta que el domingo envío una carta al fútbol en la que recordaba sus señas de identidad: inteligencia para crear, llegada para soprender, puntería para definir. Con esos argumentos se convirtió en el estandarte más luminoso del Athletic y en el jugador más estruendoso socialmente en España desde la aparición de Butragueño y antes de que las revistas del corazón sustituyeran a las teenagers. Desde la llegada del entrenador francés Luis Fernández, Guerrero inició, sin embargo, una particular travesía del desierto que le alejó de la titularidad, de su lugar natural en el juego y de la selección nacional. Sus cifras bajaron. La temporada 1996-97 fue la última en la que superó la decena de goles, algo habitual en sus registros, y empezó a ser normal ver a un Guerrero solitario, ajeno al mundanal ruido, con poca compañía, ensimismado. Algunos entrevieron en aquella actitud un problema de vestuario cuando, en realidad, se trataba de un asunto de distancia. En la presente, la estrella de Guerrero sólo figuraba en la mercadotecnia del Athletic. Su juego se distanciaba de su personalidad: tardío, confuso, sin pegada y sin llegada. Una especie de envés de la realidad. Con dos goles ante el Rayo lo recuperó todo de golpe. No firmó una actuación soberbia, pero recuperó su DNI futbolístico. Aquel que estrenó en Compostela hace un decenio.
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