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FÚTBOL Copa Intercontinental

La motivación contra la calidad

Duelo en Tokio entre las ganas de victoria del Boca Juniors y el fútbol de mayor jerarquía del Real Madrid

El Boca Juniors lleva preparando el partido de hoy toda la vida. O todo un ciclo, todo el trayecto de la era Bianchi. La final de la Copa Intercontinental (TVE-1, 11.00 horas) es el final del camino, el premio máximo, el gran objetivo trazado. Una recompensa a la que se le concede un valor supremo, muy por encima de la Liga argentina, de la Copa Libertadores. Un cetro que no logra desde hace 22 años.Para el Real Madrid, en cambio, este encuentro es un apéndice, un complemento, un adorno. El premio mayor ya está en sus vitrinas. Nada hay más importante para él que la Copa de Europa y ya la conquistó. La Intercontinental ni siquiera compite en el listado de obligaciones con la propia Liga. Ganada hace dos años, tampoco reclama una urgencia histórica. El Madrid busca la victoria por la voracidad de su personalidad, por su necesidad de ganarlo todo.

Ese contraste entre un equipo y otro marca la gran cita de Tokio, una reunión que pone teóricamente en juego la supremacía mundial, que enfrenta a los conjuntos más poderosos de Europa y América.

Boca -así, a secas, gustan de llamarlo los argentinos- gana en motivación. No es una novedad, por otra parte. Son las cuestiones anímicas, las que tienen que ver con el carácter y la pelea, las que elevan al cuadro argentino. Más allá de Riquelme no existe calidad en el Boca. Todo lo contrario sucede en el Madrid, en el que las cualidades técnicas de sus individualidades lo oscurecen todo. Hasta en los peores momentos, con la moral por los suelos y un desequilibrio táctico, que no es el caso, siempre le queda el poder letal de Raúl, de Figo, de Roberto Carlos, de Guti... De cualquiera. El Madrid gana en técnica y calidad individual.

La puesta en escena le garantiza al Madrid la pelota, un aspecto obvio que, sin embargo, se había convertido en una obsesión para los jugadores en los últimos tiempos. La cuestión es que esta vez no sólo es el Madrid el que quiere que la pelota esté en sus pies. También el Boca desea que el balón lo maneje el Madrid para que su compacto armazón táctico cobre sentido.

Balón al margen, habrá conflicto de intereses: el Boca peleará por afear el partido. Se armará defensivamente -hasta siete jugadores, contando el portero, empleará en misiones destructivas- y trabará el juego con fricciones y choques, con parones. Intentará llevar el duelo a su terreno y explotar luego el contragolpe, posiblemente buscando la espalda de Roberto Carlos. Al Madrid le conviene lo contrario, que el balón circule, que se dé un ritmo vivo, que a partir de un fútbol de igual a igual su superioridad prevalezca.

Bianchi, el técnico del Boca, ha preparado el encuentro a conciencia. Ha memorizado las virtudes y defectos del rival y ha trazado su plan. Y ha comenzado el partido verbal, la provocación, la distracción del adversario. Se ha armado de ironía y ha abierto algunos frentes, a los que el Madrid y su entrenador, por ahora, no han acudido.

Del Bosque es un mal enemigo para sacarle de quicio. El técnico madridista ha mirado al Boca con el respeto debido, pero su inquietud proviene de su propio equipo: "Debemos mejorar nuestra solidaridad en el campo. Solidaridad entendida en cuanto a esfuerzo común, a echar una mano al compañero. En replegarnos cuando debemos, adelantarnos cuando debemos. Ser un equipo lo más compacto". Si esto se logra, asunto resuelto. "El espíritu de Leeds", lo llama. "Vamos a explotarlo mientras dure", concluye.

Más allá de si Hierro llega a tiempo de jugar, no hay dudas en la alineación blanca. A Bianchi le ha costado más trazar la suya. El corte defensivo de su once está fuera de toda duda. La cuestión es saber cómo distribuirá sus piezas.

Real Madrid: Casillas; Geremi, Hierro, Iván Campo, Roberto Carlos; Figo, Helguera, Makelele, McManaman; Guti y Raúl.

Boca Juniors: Córdoba; Ibarra, Bermúdez, Traverso, Matellán; Battaglia, Serna, Riquelme, Basualdo o Faggiani; Delgado y Palermo.

Árbitro: Óscar Julián Ruiz (Colombia)

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