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Grafiteros

El anciano contemporáneo con el que intercambio recuerdos y observaciones intranscendentes, mientras sorbemos el generoso calorcito del sol invernal, mostraba aspecto de preocupación. Los viejos necesitamos pocas presiones para vaciarnos de las inquietudes que nos asaltan, porque suelen ser ya muy escasas. También él disfruta de la presencia transitoria de un nieto adolescente cuyas cualidades me ha pormenorizado. Parecía remiso y apenas insistí acerca de sus cuitas por el temor a revelaciones indeseadas. "Se me ha hecho grafitero", susurró, lanzando una mirada furtiva en derredor. "No es el nombre exacto, porque él afirma, incluso con orgullo, que es 'grafo'; he sorprendido en su habitación un verdadero cargamento de botes de pintura que son pulverizadores específicos para el asunto. Más de cuarenta, además de rotuladores de varios calibres, entre 1,5 y 3 centímetros, revistas lujosas con exhibición de largas vallas, vagones de tren y del metro, autobuses, mobiliario urbano pintarrajeado, pósteres, copiosa publicidad, etcétera...". Una pujante industria servida por los jóvenes, que van desde los 13 hasta los 25 o 28 años. "Hay algunos viejos, dicen, que llegan a los 38", con ese concepto de la decrepitud anticipada que tienen los muchachos. La cosa viene de lejos y de fuera y, al parecer, se encuentra en periodo de plenitud entre nosotros.En origen, los grafitos fueron las inscripciones en los monumentos antiguos; luego, proclamas, generalmente revolucionarias: "Muera Fulano, abajo aquello". El Renacimiento, en nuestra edad, han sido las pintadas en las paredes de la Sorbona, el Mayo del 68, donde estuvieron millones de personas, según la abundancia de testimonios personales. Resulta meridianamente claro que, si alguien maquina hacerse rico, muy rico, en un periodo breve, el camino más corto es averiguar lo que podría agradar al sector de la sociedad con mayor capacidad de consumo, que son, sin duda, los jóvenes. Un chico -las chicas se incorporan con rapidez- puede prescindir de muchas cosas y polarizar sus deseos, que pronto se convierten en necesidades. El terrible dominio de las drogas parece en lenta decadencia, pero el mercado potencial no es descuidado. Un filón inagotable para los fabricantes de pinturas.

El niño, el mocito de antaño, apenas realizaba incursiones en terrenos alejados del entorno familiar, y dependía por entero de la esplendidez o los recursos paternos. Hoy, pocos son los padres que intervienen con éxito en la forma de vestir de la prole y en su comportamiento. Los nuevos hábitos, sigilosos hasta ahora, son los de pintar en el primer plano edificado que se ponga al alcance. La iniciación comienza por el "tajeo", que consiste en dejar la huella al paso, en cualquier superficie urbana, lo más a la vista posible. Los moderados se organizan en excursiones por las afueras, en busca de los restos de las viejas estaciones de ferrocarril o de fábricas abandonadas. Allí dan rienda suelta a la imaginación, que consiste en dibujar, con gran acopio de material -muchos botes-, formas que nada significan, letras fantaseadas, figuras indecisas que requieren perfiles fuertes, porque el negro constituye la base de lo que tienen por arte. No hay mensaje, sólo habilidad en el trazo. También mantienen que hay paredes "legales", toleradas, donde apenas acuden los principiantes, porque la emoción está muy mitigada.

Hace unos años, los habitantes de Madrid vimos en muchas fachadas una pintada geométrica debida a la mano firme e incansable de un individuo apodado El Muelle, al que se le da por desaparecido en circunstancias misteriosas. Era una especie de Robin de las Tapias que inundó la ciudad con aquel rizo terminado en una flecha. Fue el gran precursor. Luego se pasa al rotulador de grueso calibre -la linterna- y al empleo de capas de pintura lanzada con el spray. Es una actividad ilegal en cuanto agrede la propiedad particular o pública, lo que le añade el atractivo del riesgo. Los guardias y agentes de seguridad les persiguen y, si se tercia, les golpean. Mi compañero de banco terminó la confidencia exponiendo sus temores por tener que rescatar al núbil pariente en una comisaría. "Le he pedido", concluyó, "que respete las paredes de los pasillos de nuestra casa". Me temo que ninguno de los dos sepamos interpretar este tipo de manifestaciones artísticas.

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