Réquiem por Jonathan
Jonathan era pobre, pero tenía un nombre con hache intercalada. Y una foto como la de un Verlaine niño, con el pelo disparado en foma de agujas, que ha logrado convertirse en un icono. Con esa hache intercalada y ese pelo, Jonathan habría llegado a donde hubiera querido. He tenido esa foto durante mucho tiempo clavada en mi panel de corcho, junto a los artículos de opinión que consideraba imprescindible releer. Cuando entraba en mi cuarto, pues, lo primero que hacía era releer la foto de Jonathan. No sé si su madre sabía dónde llevaba la hache intercalada. Yo no, yo se la ponía cada día en un sitio. Jhonatan, Jonhatan, Jonathan. A lo mejor su madre le puso Jonatan, sin hache intercalada. Cuando se tiene escasez de todo, las haches tampoco sobran. En mi barrio de infancia, La Prospe, estudiábamos la historia sin hache (algo es algo: ahora no se estudia de ninguna forma) y escribíamos el vino con be. No teníamos haches ni uves: nos faltaba de todo. La primera vez que vimos una uve doble nos caímos de espaldas. Parecía una moto de 400 centímetros cúbicos.Yo pensé que con la uve doble aquella podría hacer literalmente lo que me diera la gana. Estábamos acostumbrados a fabricar pitos con huesos de melocotones y tirachinas con los dedos de una rama. La uve doble era una locura. Colocada del revés parecía una eme mayúscula. Y puesta de lado parecía un tres. Luego resultó ser más aparatosa que útil, pero durante mucho tiempo bebí whisky sólo por el placer de usarla. El descubrimiento de la hache muda también fue fundamental. Si de la uve doble me volvía loco su sonido, de la hache muda me gustaba su discreción. Aunque en casa no teníamos muchos medios, nunca nos faltaron las haches mudas una vez descubiertas. Recuerdo muy bien la del alcohol de quemar, con el que calentábamos el cuarto de baño volcando una ración sobre un plato en el que dejábamos caer una cerilla. La llama del alcohol de quemar era muda también, como la hache de su nombre, pero daba un calor intenso, aunque poco duradero, como el sabor de la hache al pronunciar la palabra. Desde que le descubrí la hache muda del alcohol, me pareció que en sus llamas había un mensaje misterioso. La hache muda es un enigma por eso mismo, porque aunque es silenciosa sabemos que nos quiere decir algo sobre esa palabra. De otro modo, no estaría allí.
La hache muda de Jonathan me decía tanto sobre la chabola en la que vivía con su familia, que no había día que no la pronunciara. Si la foto de ese pequeño poeta maldito era un artículo de opinión, la hache era una proclama económica. En esta casa faltarán otras cosas, pero mi hijo lleva una hache intercalada en el nombre. Más aún: su madre le llamaba por el diminutivo Yony, con i griega. La i griega también nos compensó de ser pobres durante mucho tiempo. No es tan rara como la uve doble, ni tan misteriosa como la hache muda, pero resulta muy aristocrática. Sólo la usábamos para las enfermedades, como el yoghourt (con hache intercalada por favor, aunque también pueda decirse yogour y yogur). Ahora se toma yogur a todas horas, pero entonces sólo te lo daban cuando estabas enfermo. Nos curábamos todo a base de yoghourts y de haches mudas o uves dobles. No teníamos otras cosas.
Pero a Jonathan también le llamaban Chuky, fíjense. La ka era sin duda una letra llena de prestigio. También lo era en mi calle, donde se celebraba una kermés en primavera. Me quedé sin aliento cuando supe que uno de los filósofos más importantes de la historia se llamaba Kant y que el más grande de los escritores de este siglo se llamaba Kafka. Hay en el alfabeto un misterio sin resolver y es el de las energías que determinadas letras dan a las palabras de las que forman parte. La hache muda, por ejemplo, no dice nada, pero respira. La oímos respirar al decir la palabra historia, y crepitar al pronunciar alcohol, y suspirar cuando utilizamos el término hondura.
Aún hoy, al decir Jonathan, nos parece oír el jadeo de Yony, o de Chuky. Qué acumulación de letras cargadas de prestigio en cada uno de sus nombres. Quizá no le podían dar otra cosa, pero con las letras que le dieron, y con esa fotografía de poeta maldito que se ha convertido en un icono, habría llegado a donde hubiera querido, quizá a donde se dirigía cuando el 27 de mayo, de forma misteriosa, abandonó el Pryca (observen la i griega de su destino) y salió con dos años, completamente solo, a un mundo inhabitable (con hache intercalada).
Descanse en paz.
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