Preguntas sin respuestas
De vez en cuando hay acontecimientos que ponen en pie a los grupos humanos y marcan un antes y un después. Aún no sabemos si este será el caso tras la conmoción por el asesinato de Ernest Lluch, ese hombre curioso y contradictorio que amaba tanto la disuasión como el acuerdo, la gente como la soledad, la expansión como la reflexión, y mucho más el diálogo que el monólogo. Pero parece claro que hechos como los de esta semana obligan a quienes no deseaban hacerlo y procuran evitarlo habitualmente a plantearse y dar respuestas al vulgar interrogante de la gente normal: ¿por qué?En nuestro mundo fragmentado, disgregado, hecho de zappings vitales, todos los que preguntan el porqué de las cosas y de los sucesos del mundo molestan. Buscar respuestas a lo incomprensible es desafiar esa idea de que "las cosas suceden porque sí", viejísima y a la vez modernísima convicción que Akio Morita, el PDG de Sony, defiende en su singular autobiografía publicada hace algunos años. Si las cosas suceden porque sí, irresponsablemente, ¿para qué, pues, intentar entenderlas? Quienes no buscan respuestas ni responsabilidades son así cómodos autómatas, manejables comparsas analfabetos en cualquier lugar. No hay solución posible si nadie se pregunta el porqué, tanto de la violencia, del absurdo o del horror como de la impotencia democrática.
Eso es lo que reclamaba la multitudinaria manifestación del jueves pasado; yo no oí otra cosa que gente que quería saber el porqué de esta inútil sangría, incrementada desde hace unos meses, y por qué dos gobiernos democráticos, el del Estado y el de Euskadi, parecen impotentes para impedirlo y, claro, su impotencia es la nuestra y la de la política democrática. Por eso la gente salió a la calle: para no sentirse impotente, para reclamar respuestas y así dar fe de que la democracia está viva, al menos en la gente, que es diversa y capaz de convivir en esa diversidad.
No nos engañemos, desde Barcelona la violencia terrorista estaba condenada de antemano desde hace años; que los que matan están en ETA ya lo sabíamos sin necesidad de que nos lo descubra cada día el ministro del Interior. También sabemos que el terror es sordo y ciego. Lo que dejó constancia la presencia masiva de barceloneses en el paseo de Gràcia fue la exigencia de respuestas y soluciones democráticas; oímos directamente el clamor que hacen los ciudadanos cuando se paran a preguntar por qué a sus gobernantes para ver qué responden. Fue un síntoma de madurez que presagia malos tiempos para los que no tienen otras respuestas que la violencia sutil y cultural del cliché y la descalificación de las ideas. Al pedir diálogo, los barceloneses enfatizaron lo que se espera de los representantes democráticos.
El clamor barcelonés fue un acto político inequívoco: los ciudadanos están porque la democracia se ejerza hasta el final, o sea, defendiendo eso que parece tan difícil, la pluralidad. Y la pluralidad es la posibilidad de que nacionalistas y no nacionalistas, pacíficos y democráticos ambos, busquen conjuntamente soluciones reales y democráticas a los crímenes de la barbarie. El clamor barcelonés recordó, por tanto, que el respeto a la pluralidad es la esencia misma de la conviencia en paz y en democracia. ¿Tan complicado es entender esto?
A estas alturas, desde esta ciudad hoy dolorida, se envía un mensaje claro, rotundo como en los mejores tiempos, a todos los ciudadanos españoles: desde aquí estamos dispuestos a defender el ejercicio de la democracia, de la política y de la libertad, porque somos responsables. Esa masiva presencia no da lugar a dudas. Seguramente, de esta forma, otra vez en un momento duro, Barcelona se ha reencontrado también con lo mejor de ella misma, la determinación de hacerse oír bien alto. Que aquí no queremos dictaduras es algo que sólo los de ETA ignoran. Falta saber si los representantes de los ciudadanos se han enterado de que la gente también salió a la calle para que los políticos cumplan con su trabajo.
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