Malos tratos
La Junta de Andalucía ha elaborado un estudio importante sobre la historia y las situaciones personales de las mujeres maltratadas. Es un asunto que clama a la tierra (vamos a dejarnos en éste y en otros casos de cielos), y me propongo el esfuerzo de escribir sobre él. Se trata de un esfuerzo: lo que flota de manera obsesiva en las conversaciones, en los medios, de comunicación y en las conciencias, es el miedo o la indignación ante los asesinatos de ETA.El terrorismo ha generado un humo espeso en nuestra convivencia moral, se ha filtrado en las palabras, en los pensamientos, en los dedos que buscan un sentido sobre las teclas de los ordenadores, en las voces que nos acompañan a través de la radio. El terrorismo ha conseguido interrumpirlo todo, evitar la política, los debates económicos, las cuestiones internacionales y los ecos que debe tener un estudio como el de la Junta de Andalucía.
El 54% de las mujeres maltratadas sufre agresiones a diario y un 24% ocultó su drama durante más de una década. Es un horror, quiero escribir sobre esto, pero en mi cabeza tiembla la imagen de Ernest Lluch y acuden al corazón de mis asombros todas las manipulaciones electorales de la violencia terrorista, las posturas de José María Aznar y de Xabier Arzalluz, el sueño renovado en el diálogo, las investigaciones del juez Baltasar Garzón, los profesores y artistas vascos que deben abandonar sus ciudades. Y cuando siento la urgencia de íntima de dar mi opinión, entre muchas dudas y un solo impulso moral, comprendo que ETA ha conseguido el guión de la vida española.
Horroriza imaginar la escena de una mujer que sufre insultos y malos tratos, pero horroriza mucho más imaginar la vida y el estado de ánimo de esa mujer que duerme durante años con su agresor, que esconde sus heridas para no romper su familia, que ahoga su existencia en una mezcla turbia de miedo, soledad, indefensión, vergüenza y esperanzas inútiles de que las cosas cambien y la pareja bárbara se convierta en un marido cariñoso. Horroriza saber que las primeras humillaciones se suelen producir entre los 16 y los 20 años, todavía en la época del noviazgo. Y el horror lleva inmediatamente a las preguntas: ¿por qué aguanta una mujer esta barbarie? Supongo que cada respuesta estará llena de matices, pero es evidente que deben valorarse sobre todo la falta de independencia económica y una educación sentimental machista que vincula a las mujeres al hogar y al sacrificio. Perdida su autoestima, el fracaso de la familia es su fracaso, su depresión, su infierno. Por eso se pasan años y años sin tornar una decisión, intentando hablar con el enemigo.
Hay que hablar, ¿pero de qué? Al Partido Popular le ha salido la manipulación electoral por la culata y ahora se impone masivamente la idea de que hay que conversar. No se puede mantener la prepotencia en medio de una carrera de muertes. Está claro. Pero la ilusión de que el asunto se arreglará dialogando con el PNV y ETA me parece ingenua. Es la ilusión de una sociedad desmoralizada sin autoestima, con miedo, dispuesta a convivir con sus agresores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.