Pobre prensa
La profesión periodística está en un mal momento. Diría que en uno de los peores momentos de su reciente historia. A mí por los menos me lo parece. Está perdiendo credibilidad por el uso y abuso de información sensacionalista, de noticias poco contrastadas o teledirigidas. Vemos, quizá por esta causa, cómo este profesional está padeciendo un desgaste en la valoración social, un deterioro que no puede consentirse si consideramos el periodismo como un pilar básico de una sociedad de libertades, de participación y de derechos.Sabemos muchas de las cosas de otros colectivos, de organizaciones, de trabajadores que, unidos, han sabido sacar a la calle sus problemas. Han hecho uso legítimo de sus medios (de comunicación) y, si intereses políticos o económicos no han prevalecido ante sus reivindicaciones, han trasladado nítidamente su postura o impostura al resto de la ciudadanía. Sabemos las cuitas de mucha gente, incluso de idiotas que proliferan como hongos y que todo lo que aportan es la desesperanza de muchos.
El que hace y sabe que hace se oculta cada vez más en su despacho, en su laboratorio, en su olivar, en su taller u oficina. Poco le interesa la generalidad de lo que está ocurriendo cuando lo que aparece como importante es un mundo de difícil interpretación, de parlanchines y de pillos que inevitablemente conecta con gente a la que cada vez se le ofrece menos oportunidades para la reflexión. Estos hechos son preocupantes o deberían serlo para quienes tienen la obligación de pugnar por una sociedad justa, solidaria y abierta.
Cada vez hay más fútbol y menos deportes. Más gente actual y menos actualidad. Más opinantes y menos noticias... Algo de pan y mucho de circo. Con esta supuesta información de la nada, se está contribuyendo a dispersar el esperpento. Pero también a desacreditar al medio y a todos los profesionales de medios que, en sus espacios de trabajo, seguramente tienen otros fines más nobles. La popularidad de unos está popularizando una profesión hasta convertirla en vulgar, en accesible para cualquiera y ajena a la función social que le correspondería.
Hace días, un grupo de trabajadores de una fábrica de cerámica de Bailén (Jaén) rompió una cámara y golpeó a dos compañeros de la televisión andaluza (Canal Sur) cuando -¡atención!- querían obtener información y dar cuenta de un incendio en ese mismo lugar. Mis colegas llegaron antes que los bomberos, pero no antes que los agentes de la Guardia Civil y Policía Local que observaron los acontecimientos sin inmutarse. Sí se inmutaron en cambio miembros de la Policía Nacional que impidieron y obstaculizaron el trabajo de otros compañeros de Huelva que pretendían informar de una manifestación de trabajadores del metal.
Nada de esto ha trascendido. Tampoco muchas de las otras cosas que afectan a este colectivo. Pocos levantan su voz para advertir de que, de seguir en esta situación, el periodismo será pasto de la inmundicia. Entrará en una ciénaga en la que la libertad, la participación y los derechos de las personas quedarán hundidos entre tanta podredumbre. Y ahí, en ese subsuelo, podrá quedar toda nuestra labor. Si fallan la fuente, el medio y el destinatario, ¿qué nos queda? Alguien o, quizá mejor, muchos más deberíamos gritar más fuerte para evitar la desesperanza.- Tomás J. Medina. Redactor Canal Sur TV. Jaén.
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