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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Rica vida interior SERGI PÀMIES

Se celebra la decimoquinta edición de Casa Decor, una exposición de decoración que permanecerá abierta hasta el 10 de diciembre. Lo leo en el periódico y, sin que exista una relación causa-efecto, me quedo traspuesto. Mientras duermo, sueño que el alcalde Clos aloja a los inmigrantes que pernoctan en la plaza de Catalunya en dos hermosas casas del barrio de Sarrià y que, incapaces de valorar el detalle de nuestro edil, los pobres lo dejan todo perdido. Me despierto y siento un deseo irrefrenable de visitar la exposición. Cuando llego al número 136 de la calle de las Escoles Pies, descubro que las dos casas que acogen la exposición (1.500 metros cuadrados, 36 espacios, 50 expositores) son las mismas que aparecían en mi sueño. Pago la entrada: 1.600 pesetas. Parece caro, pero no olvidemos una de las verdades más populares en este barrio: lo barato es caro. Ergo, lo caro es barato.En la puerta, dos amables adultos me ofrecen el catálogo. "No lo vendemos. Es un donativo", me dicen. Yo interpreto que, al ser un donativo, puedo llevármelo, pero ellos me muestran una pequeña cesta con monedas y billetes. "¿A cuánto debe de estar el donativo?", me pregunto antes de apoquinar y resignarme a que me claven un lacito rojo en la solapa. El catálogo, como la exhibición, está más que patrocinado por un montón de anunciantes que se hacen cargo de los gastos de la cosa. La cosa es una exposición de las nuevas propuestas de decoración. Según el editorial del catálogo, esto es lo que prima hoy en el sector: "Se eliminan tabiques y se comparten espacios, triunfa el loft como reflejo del estilo de la vida actual, están presentes objetos de otras culturas como África y Oriente". El discurso me recuerda a los inmigrantes de mi sueño: ellos también han eliminado tabiques, comparten espacios y arrastran objetos de otras culturas africanas, orientales e incluso americanas.

Por suerte, enseguida me dejo seducir por la atmósfera sofisticada de Casa Decor 2000. A mi alrededor, una mayoría de mujeres tan curiosas como yo y alguna pareja que busca ideas para ese piso que, desde hace tanto tiempo, están deseando montar. Las habitaciones de la casa reproducen posibles cocinas, salones, cuartos para niños o de baño, buhardillas o cocinas. Reina esa cálida perfección que tanto seduce cuando uno lee una revista de interiorismo y se admira de que las alfombras no estén manchadas y los albornoces cuelguen perfectamente de sus perchas. Las cocinas son de cine. Uno no se imagina destrozándolas como consecuencia de una batalla doméstica. Las habitaciones para niños están pensadas para seres angelicales que no ensucian ni dibujan en las paredes, en un mundo feliz y, probablemente, de peluche. La grifería sugiere formas y acabados futuristas. "Es como si hubiese sido concebido para combatir la tristeza y el aburrimiento", leo en uno de los prospectos de una marca del sector. La frase me deja KO. Por fortuna, los organizadores lo tienen todo previsto: han instalado un bar restaurante en una de las dos plantas bajas de esta exuberante selva interiorista. Repongo fuerzas. Un refresco y un bocadillo tamaño dos mordiscos, 500 pesetas. Lo caro es barato, me digo, y regreso al recorrido: preciosas buhardillas con vistas sobre la ciudad, ideales para escribir, pintar o fornicar, no necesariamente en este orden; respaldos ergonómicos, pantallas planas, de mírame y no me toques y una estética de jacuzzi tan perfecta que intimida. Uno de los dormitorios me recuerda los que salían en Miami vice. Los agentes Crockett y Tubbs entraban, pistola en mano, en casa de un traficante, y se encontraban con un dormitorio así, blanco, perfecto, entre zen y mediterráneo, luminoso y tal. Por los altavoces, suena Madredeus y en una de las paredes hay una cita de la Yourcenar. En el jardín, un coche expuesto en medio de un bosque de bambú completa una naturaleza muerta en la que el azul del cielo parece sacado del catálogo de una de las fábricas de pintura que patrocinan el evento. Arquitectura, mobiliario, interiorismo, talento a ratos y una falta de información sobre los precios que, digo yo, será premeditada. Como aprendí a hacer de pequeño en la Feria de Muestras, me llevo todos los catálogos y prospectos que puedo. Nunca se sabe. Puede que me toque la lotería y recurra a los servicios de estos competentes artistas de la decoración. O puede que tenga que dormir al raso, en un mundo sin tabiques y compartiendo espacios, y entonces me vendrá bien contemplar estos acabados y cojines, cortinajes y maderas de abedul para alimentar y decorar mis sueños.

Manolo S. Urbano
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