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Hillary

Florida tuvo que ser, con su lunita plateada, su conspiración en Miami y sus náufragos latinoamericanos, la que se prestara para escenificar la tragicomedia de las elecciones norteamericanas. Un hermano de Bush es el gobernador del Estado electoralmente en entredicho y, aunque no se puede hablar de pucherazo, tampoco los procedimientos electorales estadounidenses están a la altura de la tecnología punta de la comunicación real o virtual. Menos mal que un resultado electoral aparece como una cometa con su cabellera y su canesú y ratifica un signo de esperanza en tiempos del cambio necesario, y es que el cometa de la senadora Hillary ha irrumpido con luz propia y, mientras su marido parte hacia las jubilaciones ovales y las carreras pedestres, ella se instala en la galaxia del star system.Esta mujer ha pasado sobre toda clase de malvados obstáculos, desde acusaciones de corrupción económica y profesional hasta de paralizada complicidad contemplativa de los excesos sexuales de su marido. Si Hillary hubiera dejado a Clinton perdido en su cámara oval, la carrera del presidente habría terminado, pero, cual ninfa picassiana y constante, permaneció a su lado no por una cuestión afectiva a lo culebrón venezolano, sino por la racionalidad de no abandonar los beneficios derivables de la inversión de haber convivido con un presidente de Estados Unidos e incluso de haberlo hecho padre de Chelsea, presunta heredera de la presidencia de EE UU cuando la abandone su madre en 2012. Mientras Bush o Gore le entretienen la corona, Hillary va a ejercer de senadora a manera de aperitivo de poder y de entrenamiento en el día a día de la relación con las masas.

Soles como Hillary iluminan el desastre, a la espera de que Solana supervise un nuevo recuento de votos o intervenga la OTAN con misiles inteligentes aceleradores de escrutinios, o un alzamiento de vacas locas proclame la independencia de Tejas y los serbios afronten la tantas veces aplazadas conquista de Mónaco mientras Pujol nacionaliza el Ródano y se instala ese caos, vértigo previo al sumidero de la Creación, tan largamente aplazado gracias a la filosofía, la literatura y las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

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