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Ciencia

Rosa Montero

Llevo semanas asistiendo, estupefacta, al chaparrón de noticias calamitosas sobre la situación de la ciencia en nuestro país. Investigadores que no tienen quince míseros millones de pesetas para poder patentar sus descubrimientos, becados que no reciben el dinero de las becas, científicos jóvenes y brillantes que emigran en masa a otros países porque aquí no se comen una piruleta, especialistas que rehúsan dirigir importantes proyectos europeos porque carecen de medios. Eso sí, de los magros fondos presupuestados para Investigación y Desarrollo, un suculento pellizco se dedica a las armas. En tanques y pistolas a lo mejor somos unos genios (que me parece que tampoco), pero en la ciencia de verdad la caspa nos llega hasta las cejas.Resulta lastimoso, porque es en estas cosas en donde se mide el auténtico progreso de un pueblo. Mucho postinear por esos mundos con que si en la España democrática somos muy modernos y con lo guapos y altos que nos hemos puesto, y luego, a poquito que se rasca, seguimos teniendo la misma burricie de la España ancestral bajo un mero maquillaje de apariencias. Y así, nos duele muchísimo haber sacado alguna medalla menos en los Juegos Olímpicos, que lucen tanto en la tele y son tan sentidos cuando los atletas se suben al cajón y suena la chundarata. Pero nos importa un pimiento no haber obtenido jamás un Premio Nobel de Física o de Química, ni que nuestro nivel científico sea poco más o menos como el de Andorra (es un poner: no conozco el tema, y tal vez Andorra nos supere). Como decía Unamuno, "que inventen ellos", que nosotros seguimos aferrados a la esencias.

Pero yo me niego a creer que esas esencias sean inmutables, porque ya hemos conseguido cambiar otros usos penosos de esta tierra. Para favorecer la cosa, propongo que los periódicos publiquen todos los días un dibujito semejante al que se utiliza para medir las reservas de agua, pero que en este caso reflejara por dónde va nuestro nivel de incompetencia científica, con el número de proyectos perdidos cada jornada. Lo podríamos llamar, por ejemplo, el caspómetro. A ver si así se nos ablanda este caletre espeso y empezamos a saber lo que es importante.

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