Los archivos de Moscú y España
En estos veinticinco años de democracia, la imagen del comunismo ha experimentado en España un vuelco irreversible. Nada queda de la mezcla de temor, odio y fascinación que rodeó a la publicación por Jorge Semprún de su malograda pero eficaz Autobiogafía de Federico Sánchez. "El Partido" con mayúscula no representa ya amenaza alguna a la sociedad capitalista y sus restos sobreviven gracias a la cobertura de Izquierda Unida, cuyas aventuras políticas en los últimos años sirven tanto para favorecer a Aznar contra el PSOE como para respaldar Lizarra. Sin proponérselo, Julio Anguita ha anestesiado entre nosotros al anticomunismo, a diferencia de Francia, donde siguen sucediéndose oleadas de polémica a partir de la publicación del famoso Libro negro.De ahí que el tema de la apertura o cierre de los archivos de Moscú haya suscitado escaso interés en España, a pesar de su innegable valor para conocer qué ocurrió efectivamente en la guerra civil. Como mucho, la atención se centró en las Brigadas Internacionales, y aun en su caso coló sin dificultades la impostura de quien para adobar una versión más que sabida, las Brigadas como ejército de la Internacional Comunista, afirmó haber sido el pionero en trabajar sobre los archivos de la misma, que ni siquiera había pisado.
Y si alguien acude hoy al Centro de Documentación donde se conservan los archivos de la Comintern, en el edificio de la calle Bolshaia Dimitrova número 15 de Moscú, tampoco encontrará los documentos que contienen la información y las decisiones principales sobre la actuación del comunismo en la República y en la guerra de España. El archivo de las Brigadas, guardado en dicho centro y que posiblemente sea objeto de próxima reproducción para España, constituye una fuente de primer orden desde el punto de vista de la sociología política, pero todo el proceso de adopción de decisiones se encuentra en el bloque documental de la Comintern, y es aquí donde sobre la o las depuraciones efectuadas en tiempos de la URSS, que hicieron desaparecer prácticamente de escena a Stalin, ha tenido lugar a partir de 1994 una segunda oleada de cierres y de eliminación de documentos que dejan en la sombra el papel efectivo jugado por "la Casa" -así se llamaba a Moscú en el vocabulario de la Internacional- en la vida política y en la actuación del PCE entre 1934 y 1939.
Lo curioso es que ese despropósito tiene lugar al mismo tiempo que el Consejo de Europa pone en marcha un ambicioso y costoso proyecto de reproducción informática del fondo documental de la Comintern, el llamado proyecto INCOMKA, en el que participa el Ministerio de Educación y Cultura español, entre otras instituciones europeas y americanas, y que en el plazo de uno o dos años pondrá a disposición de los investigadores más de un millón de imágenes. Por desgracia, será la retransmisión pagada de un partido de fútbol en que se suprimen las principales jugadas y los goles, aun cuando la documentación así depurada no carezca en absoluto de interés. Pero la trampa está hecha, favoreciendo INCOMKA involuntariamente el proceso de depuración al proporcionar medios económicos e incentivos para realizarla a los archiveros rusos actuantes bajo órdenes superiores con el objeto de esconder Dios sabe qué secretos perjudiciales para el buen nombre del Estado soviético, hoy ruso. La única presión en contra del expurgo vino del representante español, logrando que si bien depurados, los fondos de Dimitrov y Manuilsky, los dos hombres fuertes de la Comintern en torno a 1936, fueran reintegrados en la digitalización. No obstante, el resultado sigue siendo insatisfactorio y es poco seguro que se mantenga la presión del Ministerio español y menos que se realicen gestiones internacionales para racionalizar el proceso. El otro gran perjudicado, Francia, nada hará porque la relación con INCOMKA está en manos de archiveros e historiadores del PC francés, felices al poder seguir representando la escena, propia de Cantando bajo la lluvia, en que la historia de su partido nada debe a la tutela de Moscú: con los documentos clave fuera de consulta, nadie sabe que el cantante verdadero está detrás del telón.
Entretanto, el legado de la corrupción propio de la antigua URSS sigue su curso. Un norteamericano, Dallin, y un archivero ruso, Firsov, publican conjuntamente documentos vetados para INCOMKA en la Universidad de Yale, en su Dimitrov y Stalin. Y el responsable científico del programa INCOMKA, Bernard Bayerlein, al mismo tiepo que asume la censura impuesta para el programa, recibe con encargo de publicación el monopolio del acceso al diario de Dimitrov y a series documentales cerradas para el resto. El aparato estatal ruso sigue siendo lo que era, pero no es necesario que instituciones responsables (desde el Consejo de Europa a la Library of Congress, pasando por nuestro Ministerio) acepten con su silencio un resultado tan irracional, y, por lo que toca a España, tan desfavorable. Gastar dinero en la digitalización de archivos mutilados, e incluso cerrados al público, es cosa poco útil.
Antonio Elorza es vocal de la Junta Nacional de Archivos y Marta Bizcarrondo es catedrática de Historia Contemporánea. Ambos son autores de Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1993.
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