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Una herencia del siglo XVIII marca la elección

538 compromisarios serán los encargados de elegir al nuevo presidente tras la votación popular

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Un hombre, un voto. Y la mitad más uno da el ganador. O no. Estados Unidos culmina hoy una de las campañas electorales más ajustadas de que se tiene memoria y los politólogos no dejan de analizar la posibilidad de que un candidato obtenga el mayor número de votos en las urnas (George W. Bush, según los sondeos) y otro, Al Gore, sume el mayor número de votos en el Colegio Electoral de 538 compromisarios que el 18 de diciembre elige en realidad al presidente.Ya ocurrió así dos veces en el siglo pasado, pero en los tiempos actuales esa bomba de relojería constitucional crearía una intolerable crisis de legitimidad del ganador.

El Colegio Electoral -cuya existencia y funciones se pueden convertir en un hallazgo espectacular para la práctica totalidad de los estadounidenses- es una creación de los padres de la Constitución de 1787. Concebido como un punto intermedio de acuerdo entre quienes abogaban por la elección directa del presidente y quienes preferían un nombramiento indirecto fiscalizado por las Cámaras, su supervivencia desde el siglo XVIII es vista en los umbrales del XXI por sus críticos como un anacrónico reflejo de la desconfianza de las élites de entonces ante el pueblo llano. Otros lo presentan como una sabia solución al problema que hace más de dos siglos planteaba la imposibilidad del candidato de llegar a todos los ciudadanos.

Los 538 integrantes de ese colegio corresponden al número de representantes (435) y senadores (100) que tiene el Congreso de Estados Unidos, más tres delegados enviados para la ocasión por el Distrito de Columbia (Washington), que carece de representación parlamentaria regular. La distribución por Estados es la misma que en el Congreso, y varía, según la población de los Estados, entre los 54 de California, como territorio más habitado del país, a los tres con que contribuyen los siete Estados menos poblados.

Estos compromisarios son elegidos por los partidos entre sus fieles, cada partido los suyos. El primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, el 18 de diciembre en este año, los compromisarios del candidato ganador en cada Estado se reúnen en la respectiva capital y votan por el presidente y el vicepresidente, con la excepción de Nebraska y Maine, cuyos compromisarios votan de forma proporcional al sufragio en sus respectivas circunscripciones. El resultado de esa votación es reconocido oficialmente el 6 de enero por el Congreso en Washington.

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Los sondeos de opinión han venido poniendo holgadamente en cabeza en voto popular a Bush en numerosos Estados del centro, el oeste y el sur -en general, con pocos votos en el Colegio Electoral, excepción hecha de Tejas-, mientras Gore ganaba de forma ajustada en Estados con alta ponderación en ese colegio. Estados con alta representación como Florida (25 electores), Pensilvania (23) o Michigan (18) estaban en el aire, con cierta inclinación hacia el vicepresidente.

Los analistas han llegado a la conclusión de que Bush podría conseguir hoy más votos que su rival en las urnas de todo el país, pero perder en Estados con alta representación en el Colegio Electoral. Robert Erikson, un politólogo de la Universidad de Columbia, estima que, si Gore cede por menos del 2,2% de los sufragios, puede ganar la presidencia en el Colegio Electoral.

El Colegio Electoral "es una bomba de relojería constitucional", dice Jeff Manza, politólogo de la Universidad Northwestern, en Chicago. Thomas E. Mann, de la Brookings Institution, un centro de estudios de Washington, comenta: "Vivimos en un mundo plebiscitario, muy diferente al de 1888, y creo que la idea de Colegio Electoral es indefendible".

En 1888, el presidente demócrata Grover Cleveland ganó en las urnas con el 48,6% frente al 47,8% (60.728 votos) a Benjamin Harrison, que le venció de forma aplastante en el Colegio Electoral. En 1876, Samuel Tilden Smith había obtenido el 51% de los sufragios, pero Rutherford Hayes llegó a la Casa Blanca gracias a su victoria por un voto en el Colegio Electoral.

La existencia del Colegio Electoral y, por tanto, la identidad de sus integrantes, es desconocida por los estadounidenses, que pueden encontrarse con la sorpresa de que el candidato ganador no es su presidente. David Taylor, un compromisario demócrata por Michigan, reconoce que "sería muy duro para la gente aceptar eso. La gente debería saber cómo funciona el Colegio Electoral y cambiar el sistema si no le gusta cómo se elige presidente".

Una victoria en el Colegio Electoral contra la voluntad popular abriría una sensacional crisis de legitimidad del presidente, pero a Taylor no le quita el sueño desafiar el resultado de las urnas. La Constitución le concede ese derecho y no piensa renunciar a él.

La mitad de los Estados no obligan a los compromisarios a votar forzosamente por el ganador en su Estado, y en los restantes no hay sanciones graves para los que rompen la esperada disciplina de voto: en siete elecciones presidenciales desde 1948 ha habido algún compromisario que ha votado a su aire.

Voto popular, voto colegiado

Los comentaristas aventuran que, si llega a plantearse la dicotomía entre voto popular y voto colegiado, los 40 días de lapso hasta el 18 de diciembre serán intensamente empleados por el candidato ganador en las urnas para convencer a los compromisarios de que rompan la disciplina de voto y respondan a la voluntad popular.En el terreno de los supuestos teóricos, hay aún otra posibilidad más. Que haya empate a 269 en el Colegio Electoral. En ese caso, el presidente es elegido por la Cámara de Representantes. Cada Estado cuenta con un voto en función de la mayoría parlamentaria en ese Estado. En la actual Cámara, los republicanos superan a los demócratas en 27 Estados. En 1824, Andrew Jackson ganó en las urnas, pero el Colegio Electoral se repartió entre cuatro candidatos. Allí ganó John Quincy Adams, hijo de John Adams, segundo presidente de Estados Unidos.

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