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Tribuna:A DEBATE
Tribuna
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No a un país de pegatina CLARET SERRAHIMA

A menudo, los conflictos nacen de donde no los hay, o mejor dicho, de donde no los debiera haber. Sólo un despropósito justifica el embrollo en el que nos han sumergido las instituciones con el tema de las matrículas de los automóviles.Si alguien hubiera hecho el esfuerzo de responder a la realidad del Estado de las autonomías, parece obvio que los indicativos de las diferentes comunidades que conforman el Estado formarían parte del proyecto de las nuevas matrículas. Personalmente, me molesta más el golpe en la mesa con tintes oligárquicos que ha dado el Gobierno central que el propio resultado final.

La reacción de nuestro Gobierno autónomo, una vez que se ha visto incapaz, en el marco político, de vencer en la contienda, ha consistido en trasladar la responsabilidad a los ciudadanos. Al estilo de "si sube la gasolina es porque se consume demasiado...".

¿Se nos proponía un acto de desobediencia civil? Ni mucho menos. Se nos decía que colocáramos unas pegatinas en nuestros coches -pero siempre fuera de la placa de la matrícula-, junto a I love Sant Miquel del Fai, Bebé a bordo y el escudo del Barça.

No es extraño que después de esta peripecia sociopolítica la gente no haya reaccionado de forma entusiasta: al nacionalismo español no se le puede responder con violencias radicales, pero tampoco con gestos folclóricos.

Al margen de esta valoración social, hay un factor importante que quizá no se ha tenido en cuenta: los coches cada vez llevan menos adhesivos. Quizá los estándares publicitarios nos han convencido de que las pegatinas son vulgares.

La realidad es que los símbolos que inundaban nuestros coches, nuestra ropa y hasta nuestras casas están desapareciendo. Incluso los indicativos más sentidos, como los escudos futbolísticos, brillan por su ausencia.

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Puede que la gente, informada de las cantidades astronómicas que valen las campañas de publicidad, hayan decidido no hacer promoción de forma gratuita. O quizá es que, simplemente, creemos que el nuestro no es un país de pegatina. Ni siquiera cuando nos piden que los sea los políticos.

Claret Serrahima es diseñador.

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