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Bush y los irritados economistas

Soledad Gallego-Díaz

Las elecciones del próximo martes en Estados Unidos son de las más interesantes de los últimos tiempos. No porque hayan despertado gran expectación entre los votantes: según el economista y ex ministro Robert Reich, el que sean unas elecciones muy disputadas, codo con codo, no significa que no sean extraordinariamente aburridas o por lo menos que así lo piense alrededor del 50% de los ciudadanos, exactamente los que no van a votar, anestesiados, dice Reich, "por la cultura de la satisfacción", es decir un largo periodo de paz y prosperidad. (De los electores menores de 30 años sólo votará un 28%)Son unas elecciones interesantes, pese a todo, porque hacía tiempo que los planes de un candidato presidencial no causaban tanta irritación y furia entre buena parte de los economistas y profesores de economía de ese país. Y porque resulta siempre aleccionador comprobar si esa furibunda crítica de los expertos -que, de acuerdo con la mejor tradición norteamericana, se esfuerzan por trasladar de forma comprensible a los medios de comunicación- tiene la más mínima incidencia en las decisiones electorales de los ciudadanos estadounidenses.

El objeto de tanta irritación son los planes para privatizar parte de la Seguridad Social del candidato republicano George W. Bush (más conocido como "W" Bush) y la forma en la que piensa utilizar el superávit presupuestario previsto para los próximos cuatro años. En el primer caso, existen serias posibilidades de que provoque un caos en las cuentas del sistema y en el segundo, no hay forma, simplemente, de que cuadren las sumas.

Los cálculos sobre el actual sistema de la Seguridad Social indican que tiene fondos hasta 2037, pero que a partir de esa fecha entrará en quiebra. El candidato demócrata, Al Gore, propone dedicar parte del superávit presupuestario a alimentar el sistema, lo que permitiría alargar la garantía de solvencia hasta 2054.

Paul Krugman, que mantiene una columna en el New York Times, cree que habría que encontrar una fórmula para garantizar el sistema hasta 2075, pero lo que le pone enfermo es la propuesta de Bush. De hecho, lleva semanas prometiendo a sus lectores que no va a volver a hablar de "W", pero, ocasión tras ocasión, vuelve al monotema. Le pone enfermo, sobre todo, que Bush pretenda colocar parte del dinero que cotizan los jóvenes trabajadores a la Seguridad Social en cuentas privadas y manejables en Bolsa, para que les renten más que los bonos del Tesoro cuando llegue la hora de su jubilación y, al mismo tiempo, utilizar ese mismo dinero para pagar las pensiones de los trabajadores que ahora rondan los 50 y que se van a jubilar. Simplemente, no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo, asegura el economista del MIT. "Es la primera vez en mi vida que espero sinceramente que un candidato presidencial no cumpla, si gana, lo que prometió en su campaña".

La preocupación de Krugman está ampliamente compartida, y hasta comentaristas y analistas de la prensa conservadora o relacionada con importantes medios financieros, que apoya, con la única excepción del diario británico Financial Times, a Bush, intentan obviar el tema o insinuar, contra toda evidencia, que es un plan todavía sin definir.

Pero la irritación que provoca entre los profesionales es tan extraordinaria que alguien como Lawrence Summers, que está considerado como uno de los economistas más brillantes de su generación, pero que es también, en este momento, secretario del Tesoro de Clinton, ha roto una de las más largas tradiciones electorales de Estados Unidos: los miembros del Gobierno saliente se mantienen neutrales en la batalla. Summers ha arremetido con toda su potencia contra el plan Bush y ha advertido con seriedad a sus compatriotas de que llevará inevitablemente al caos de la Seguridad Social en un periodo de pocos años. ¿Tendrá todo esto algo que ver con el voto que dará ese 50% de ciudadanos el próximo martes?

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