Y llegó la Brunete... PILAR RAHOLA
Quizáa llegó el momento de parar en seco esta introspectiva que semana a semana voy deshilachando, para hablar del ruido exterior. Es cierto que la voluntad de este espacio es analizar los errores propios, en un proceso de análisis crítico que tiene como intención abrirle el estómago a la bestia. Cataluña desde dentro, sus tótems, sus trampas, sus miserias. Pero hay tanto ruido fuera de las murallas que casi es imposible la reflexión interior. ¿Cómo vamos a ser críticos con el pensamiento que hegemoniza Cataluña, cuando hay una seria amenaza exterior contra el pensamiento libre? Aznar va a conseguir, con tanta agresión dialéctica, que todos nos atrincheremos en un campo común y casi olvidemos nuestras profundas diferencias. Como si estuviéramos en una situación extrañamente predemocràtica. Quizá, como si estuviéramos en una involución. ¿Estamos en una involución?A pesar de algunas leyes dudosas, como la actual de extranjería o las que suenan a reiterada amenaza desde el Ministerio del Interior, no creo que España esté en involución legislativa. Por ahí tranquilos, de momento. Pero hay una involución tan rotunda en los discursos y en las actitudes que parten del Gobierno, y de todos sus altavoces mediáticos, cual coro multiplicador, que han conseguido que el pensamiento único sea el único pensamiento lícito. Es decir, han conseguido demonizar todo aquello que no está en la línea correcta que el PP marca y casi ordena. Y la demonización es de tal persistencia y notoriedad, que está pervirtiendo seriamente el sentido mismo de la democracia. Me explicaré. Primera perversión, la confusión consciente entre métodos e ideas. Aznar mismo lo dijo después del último atentado: "No importan los métodos si las ideas son las mismas". ¡Fantástico! Se nota que el preclaro presidente hizo un cursillo adelantado de democracia después de aparcar sus libros joseantonianos, pero se nota también que no aprendió lo básico: que justamente en democracia valen todas las ideas, lo que no valen son todos los métodos. Si lo criminal es pensar distinto, ¿qué importancia tiene matar o no matar? ¿Cómo se puede criminalizar la heterodoxia, la disidencia, el derecho a pensar distinto, marginal si cabe, radical si se quiere? ¿Cómo se puede confundir el pensar con el matar? Se puede si ésa es justamente la intención, si la intención es aprovechar ese Pisuerga que baja con sangre, para acabar con todas las heterodoxias que molestan. ETA mata, y ésa es una verdad tan incontestable como repugnante. Pero fuera de ETA, que es lo único que no tiene matices, puro monolito de la irracionalidad, fuera, el mundo es complejo, plural, disidente. Sin embargo, el PP aprovecha la situación no sólo para acabar con ETA, sino para acabar con todo discurso que no forme parte de la España única. Y es así como vemos a estos demócratas de nuevo cuño, perfectamente atrincherados en la primera línea de la manifestación, dar lecciones de democracia a gentes que se dejaron la piel por ella, gentes con exilios a sus espaldas, con cárceles, con luchas.
A partir de aquí, la perversión se traduce en confusión y sospecha. Nadie que se mueva de la foto fija que impone el PP está fuera de sospecha. No lo está ni el PSOE, que también padece en sus carnes ese halo de extraña culpabilidad que el PP ha lanzado contra el mundo exterior a su mundo. Situados en un plano maniqueo de buenos y malos, de víctimas y verdugos, quien se atreve a discutir los métodos y los discursos del PP queda situado fuera de la bondad, es decir, es cómplice de los verdugos. Como si sólo el PP fuera víctima... Como si del PP no surgiera ninguna responsabilidad política... Y algo habrá de responsabilidad política en un Gobierno que ha conseguido el macabro récord de más víctimas del terrorismo de la historia de la democracia. La falta de prudencia, el jaleo contra los partidos nacionalistas democráticos, la rupura de todos los diálogos, incluidos los políticos, el aumento deliberado de la tensión social, todo ello ¿no tiene nada que ver con la situación actual? Quizá esa política del far-west da mucho voto estomacal, pero quien sabe de la cosa sabe perfectamente que en nada ayuda a la paz.
Y luego nos viene a Barcelona, cual alegre Brunete rediviva, y nos lanza la Constitución al fuego purificador. ¡Anatema, que llegan los reformistas!, grita en un alarde de evolución este buen hombre que hasta ayer justamente no creía en la Constitución. Miquel Iceta decía que hay que estar contentos con el detalle, y estamos con Iceta. Pero otra vez Aznar aprende la lección democrática a medias, y una ya no sabe si lo suyo es dureza de mollera o que sencillamente no acaba de creerse la nueva fe abrazada. Como es evidente, la Constitución no es una excusa para cargarse el calidoscopio ideológico, sino un espacio común de diálogo. Un diálogo que puede y debe ser reformado, repensado, reinventado. No es, por tanto, una excusa para imponer un pensamiento único, agresivo y totalitario, sino un escenario que garantiza el pensamiento de todos. Sin embargo, volvemos con el Pisuerga. Aprovechando la indignación y la perplejidad lógica del personal, Aznar machaca las Españas para imponer la España eterna, y ahí no caben ni reformistas, ni federalistas, ni ningún ismo de veleidades pluralizantes. Ahí sólo caben el Mio Cid y su defensa del imperio. Si fuera demócrata, le diríamos que el diálogo es patrimonio de los fuertes, que la pluralidad es garantía de libertad. Pero, aprendiz poco aventajado como es, aún cree que la fuerza radica en la conquista del otro, y no en el debate. Ganar por aniquilación, no por detentar la razón.
Y ahí está, aprovechando la masacre de ETA para darles a todos los que no comulgan con esa España única de tendencia aguileña... ETA es el enemigo. Pero, señores, el PP empieza a ser el problema.
Pilar Rahola es periodista y escritora.pilarrahola@hotmail.com
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