La peor de las vergüenzas
Cada vez que enciendo el televisor (no importa la cadena, pues el virus del famoseo lo contamina todo) me pregunto qué hemos hecho exactamente los telespectadores de este país para que alguien se haya tomado tan a pecho la tarea de vengarse de todos nosotros. Es posible, no obstante, que nuestro gran pecado consista en realidad en no sublevarnos porque ese alguien ha asumido, con la mayor de las naturalidades, que constituimos una informe masa borreguil que, llegado el caso, traga impertérrita con todo lo que le echen.Y yo me pregunto, muy seriamente, si de verdad creen que merece ser famoso (concepto tan arraigado a nuestra cultura popular como el de comadre) alguien cuyo único logro vital consiste en haberse acostado (supuestamente) varias veces con el ex-lo-que-sea de quién sabe quién, o alguien cuya profesión pasa por colgarse hortalizas de la cabeza, o, por qué no, alguien que directamente no hace nada de nada pero, eso sí, lleva varias semanas amenazándonos con "no cambiar" pase lo que pase. Por eso, estoy casi segura de que la capacidad de sentir la peor de las vergüenzas (que siempre es la ajena, porque refleja la miseria de la condición de todos) está rozando alarmantemente las vías de extinción. Pero yo, sinceramente, me resisto a abandonar la capacidad de sentir la bofetada del bochorno cada vez que contemplo a unos supuestos profesionales de la comunicación feriando impúdicamente la vida de unos cuantos "de profesión, famoso". ¿Tal vez la profesionalidad les tocó también en una rifa similar?- Susana Pérez Escalona. Logroño, La Rioja.
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